Nunca vió la vida en rosa. Partió siempre de cero. Encendió un fuego con sus recuerdos y barrió penas y placeres. Bien y mal, todo le dio igual' jamás se lamentó de nada. Vivió' a su manera.
Nació en las gradas de un cutrichil, a la luz de un farol; creció en un lupanar; vendió su cuerpo y su voz por unos míseros francos y un día –desde la calle– se elevó como un gorrión, para embrujar con sus melodías desde el Olympia de París al Carnegie Hall, en Nueva York.
Salvaje, libre, arrebatadora, excesiva; sus canciones deshilachaban el alma. Era “La Mome”, la gran dama de la canción francesa: Edith Piaf, la más popular intérprete de los años 40 y 50, conocida en todo el mundo por su voz gruesa, doliente y sus temas desesperados y desgarradores.
Nació en la más abyecta pobreza, el 19 de diciembre de 1915, hija del alcohólico saltimbanqui Louis Alphonse Gassion- y de la cantante ambulante Annetta Maillard. Recién nacida ambos la abandonaron en manos de sus abuelas, una era domadora de pulgas y la otra regentaba un burdel en Normandía. La primera la alimentó a base de vino, en lugar de leche, para matarle los parásitos.
“Mi vida de niña puede parecer espantosa, pero era hermosa' Pasé hambre' Pero era libre' Libre de no levantarme' De no acostarme' De emborracharme' De soñar' De esperar'” dijo en una ocasión la Piaf.
Sobrevivió a sí misma y cantó, mendigó y se prostituyó por las calles de Montmartre, el pícaro Pigalle y los barrios bajos de París; amó hasta los tuétanos; coleccionó amantes de todos los calibres; longánima sin par despilfarró varias fortunas entre amistades y chulos. Su generosidad era proverbial y el escritor Jean Cocteau dijo: “Nunca he conocido un ser más desprendido, ella tiraba oro por las ventanas”.
Empezó en los arrabales cantando La Marsellesa ; en los años 30 pasó a los cabarets y teatros de vodevil; en 1936 grabó su primer éxito Los niños de la campana . Comenzó una carrera fulgurante y llena de sobresaltos que la llevó al cine y a los teatros más prestigiosos de Europa y Estados Unidos. Filmó once películas; de su vida rodaron cinco y escribieron centenares de libros.
Alcanzó el estrellado definitivo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los existencialistas de París la escogieron como su musa y el público la amó sin condiciones.
Además de su autobiografía, El baile de la suerte , otros autores recrearon su existencia: David Bret, con Piaf: una vida apasionada ; Carolyn Burke, Piaf No Regrets: La vida de Edith Piaf ; Margaret Crosland: Un grito desde el corazón , o la que algunos consideran la mejor: Piaf , de Monique Lange.
La película La Vie en Rose , de 2007, por la cual Marion Cotillard ganó el Oscar a la mejor actriz por su papel de la Piaf, cuenta de manera bastante fidedigna los avatares de la cantante.
La loca Más torcida que un bejuco, la adolescencia de Edith no fue un lecho de rosas. A los quince años conoció a su hermanastra Simone, de doce, y mientras una cantaba la otra hacía piruetas; ambas vivían de la caridad, dormían en bodegas o callejones y comían cuando podían.
En esas andaban –en 1935– cuando Edith conoció a Louis DuPont, un recadero que la dejó embarazada de Marcelle, su única hija que murió de meningitis a los dos años. Según Lange, la desesperanza la invadió y rodó entre prostitutas y maleantes hasta que la fortuna tocó a su puerta en la figura de Louis Leplée, dueño del cotizado cabaret Gernys, quien la contrató y le endilgó el mote de “Mome Piaf”: pequeño gorrión. Él le enseñó el uso de la luces, la música, los gestos, el manejo del escenario y le dio sentido a su vida.
El romance con su pigmalión acabó cuando a este lo mataron de un tiro en la espalda; la policía, la prensa y sus amigos la vincularon con el crimen y tuvo que volver a la calle.
Abatida por el infortunio naufragó en un torrente de excesos, de donde la sacó el compositor Raymond Asso, que le consiguió giras por Europa y Estados Unidos. Bret comentó que por esos años Edith apoyó la carrera de cantantes jóvenes como Yves Montand, Georges Moustaki o Charles Aznavour, quien fue su secretario y chofer.
En plena guerra se mantuvo muy activa y apoyó a la Resistencia francesa. Cocteau le escribió El bello indiferente ; cantó para los prisioneros de guerra; en 1944 se presentó en el Moulin Rouge con Montand y popularizó una de sus piezas emblemáticas: La Vie en Rose . Actuó en Nueva York ante Orson Wells, Judy Garland, Henry Fonda, Bette Davis y mantuvo una relación ambigua con Marlene Dietrich.
En la cima de su gloria –en 1950– cosechó ovaciones de siete minutos en el Carnegie Hall y en 1960 llegó al cénit con la canción de Charles Dumont: Non, je ne regrette rien , que la retrató de cuerpo entero. “La Piaf era excepcional. Vivía lo que estaba cantando.” Aseguró la actriz Claudia Lapacó.
En los tres lustros finales de su vida sobrevivió a tres accidentes de auto, un intento de suicidio, cuatro limpiezas de drogas, tres comas hepáticos, una operación de páncreas y otra intestinal, una crisis de locura, dos “deliriums tremens” y una cirugía péptica en la que le sacaron la vesícula, sin contar que padecía de reumatismo desde los 20 años y cuando tenía cuatro quedó ciega a causa de la meningitis; recuperó la vista tras peregrinar a la Iglesia de Santa Teresa del Niño Jesús, en Lisieux.
Finalmente la cirrosis la doblegó, se retiró de los escenarios, los tratamientos médicos la dejaron en la pobreza absoluta y murió el 11 de setiembre de 1963.
Aznavour dijo que solo dos veces había visto el tránsito detenido en París: al final de la Segunda Guerra Mundial y durante el sepelio de la Piaf. Dos millones de personas acudieron a despedirla y fue sepultada en el cementerio Père Lachaise, junto a sus peluches preferidos: dos conejos y un león.
Himno al amor Sin ser bonita, ni alta –medía 1,47 cm–, ni elegante, ni refinada, tenía un encanto especial que fulminaba a los hombres y estos caían a sus pies, como moscas. Aunque le gustaban los de ojos azules, no le arrugaba la cara a nadie; su lista de amantes abarcó desde rufianes y perdonavidas hasta divos como Marlon Brando. Soportó golpizas y humillaciones con la misma facilidad con que les era infiel, pero a todos los amó hasta el paroxismo, relató Burke.
Entrada en años sintió atracción por los jóvenes. En 1958 conoció al cantante Georges Moustaki, ella tenía 42 y él 23. Vivieron un affaire que duró un año y acabó por su adicción al alcohol, que combinaba con ansiolíticos y anfetaminas.
Otro de sus “patronos de momento” –como los tildó Aznavour– fue el griego Theo Sharapo de 26 años, con quien se casó en 1962. Él la cuidó como un hijo y según declaró Ginoti Richer, ama de llaves, al periódico El País , “ella se drogaba y él era homosexual. Él le aportó ternura y compañía.”
Pero Marcel Cerdan fue “el único hombre al que he querido”, escribió ella en su autobiografía. De origen marroquí llegó a ser una gloria francesa del boxeo al conquistar el fajín mundial de peso mediano.
Se conocieron en 1945; volvieron a verse en 1947 y solo hasta 1948 iniciaron un romance; pero Cerdan tenía mujer y tres hijos y nunca quiso dejarlos por Edith.
Fue una relación tormentosa porque la Piaf quería tenerlo a su lado siempre y le rogaba para que no la dejara. El 28 de octubre de 1949 Cerdan abordó un avión para reunirse en Nueva York con ella' nunca llegó a su destino, pues el avión se estrelló y él murió, junto con los otros 47 pasajeros. Esa muerte la devastó y escribió: “Durante cuatro años viví como un animal o una loca; nada existía para mí más allá de inyectarme”.
Dos años después se enamoró del ciclista Louis Gérardin, con quien vivió una historia acaparadora, triste y amarga. En Mi amor azul , Cécile Guilbert, recopiló las cartas que le escribió al deportista, subastadas en 67 mil euros.
Convencida de que Gérardin jamás se casaría con ella le escribió: “Te advertí mil veces que ibas a perderme, pero tu no reaccionaste, así que ha pasado lo que tenía que pasar cuando recibas esta carta ya estaré casada”. Así fue. Contrajo nupcias con Jacques Prill en 1952 y lo dejó cuatro años después.
Destruida por la cirrosis, con el rostro deformado por la morfina, murió en su casa en Plascasier a los 47 años. Sarapo heredó todos los derechos de autor y confirmó las sospechas de que vivió con ella por su fama y dinero.
En 1970 el griego se suicidó, antes había pagado –en silencio– todas las deudas de la cantante y dejó una nota suicida: “Por ti Edith, mi amor”.
En la eternidad, en la inmensidad azul, en un cielo sin problemas, Edith Piaf duerme con sus recuerdos de amor y su voz es un eco tibio en el corazón. ¡Non, rien de rien!