De aquellos polvos' vienen estos lodos. En el culmen de su negocio llegó a ganar $100.000 diarios y terminó lavando ollas a diez centavos la hora. Su lista de clientes parecía la de los invitados a la entrega del Óscar, a la coronación de un rey o al traspaso de poderes en la Casa Blanca.
Personajes de su calaña existían desde que los cavernícolas arrastraban del pelo a sus hembras; descollaron en las grandes civilizaciones antiguas y se dice que el primer local se abrió en Grecia –patria de sabios– allá por el siglo VI a.C. Plauto, Ovidio y Bocaccio perfilaron el aspecto de las meretrices pero fue Fernando de Rojas –en el siglo XV– quien la definió: Celestina.
Así que Heidi Fleiss –la Madam de Hollywood– puede “rajar” con que criaturas de su ralea solo le disputan al periodismo ser el oficio más viejo del mundo.
En la Babilonia del celuloide ella montó un conglomerado sexual con más de 100 damas de compañía, que ofrecían sus favores a la crème de la crème , en cualquier lugar del planeta, sin horarios ni feriados, full extras, a $1.500 el “salto” y con un servicio al cliente inspirado en tres palabras: belleza, discreción y clase.
Salvo que sea tan bocona como un hombre, Heidi confesó a la revista Rolling Stone : “Cogí una barbaridad, más que 1.000 mujeres juntas, con los más guapos del mundo y los más feos, viejos, jóvenes, gordos, delgados, ricos y pobres'. No necesito un chulo negro o un alborotado con plata para demostrar lo que valgo”.
A confesión de parte relevo de pruebas, dicen los tinterillos. Lo cierto es que Fleiss, entre 1987 y 1993, regentó un harem a la carta en la Ciudad del Pecado, que le dejaba 40% de utilidades netas, vivía con sus pimpollos en una mansión de $1,6 millones y sus clientes eran estrellas y magnates que contrataban a sus “señoritas” lo mismo para un tentempié erótico que para una orgía oriental.
Emprendedora como pocas, a los 22 años empezó su negocio desde las trincheras y en el primer “servicio” ganó $3.000 “Era un tipo apuesto: de haberlo conocido en un bar, o en una cita a ciegas, me habría acostado con él gratis” reveló a Legal Affairs .
Cegada por el dinero fácil y asesorada por Madame Alex, montó su propio burdel. La alcahueta de Alex era una filipina dueña de una floristería en Los Ángeles, quien en 1971 le compró los derechos de un burdel a una amiga. Empezó con una exigua lista de 25 habitués y cinco mujeres, pero llegó a controlar la prostitución de lujo en Hollywood durante 20 años.
Nada de esto era novedoso en la Galaxia del Glamour. Entre los años 30 y 40 del siglo XX, hubo lupanares dorados donde las rameras eran iguales a Rita Hayworth, Greta Garbo o Jean Harlow; mozos negros con librea atendían las mesas al ritmo del swing y servían champaña a las bacantes o a los sátiros.
Mientras Celestina utilizó un brebaje para empatar a Calisto con Melibea, la Madam de Hollywood fue más moderna porque usó teléfonos celulares, tarjetas de crédito y los medios de transporte.
Ese mundo de oropel se quebró como un espejo barato en 1993, cuando la policía de Los Ángeles desmanteló el panal y capturó a la reina del sexo, acusándola de proxenetismo y venta de narcóticos.
Como el temido Big One , la redada sacudió los cimientos del jet set angelino, porque las autoridades confiscaron agendas, casetes, fotos, teléfonos, pasaportes, recibos bancarios, talonarios de cheques, plata en metálico, cocaína y'una lista negra de celebridades.
Señora tentación
Fleiss fue puta por gusto; nada de historias dramáticas de abandono, maltrato o explotación. Al contrario, nació el 30 de diciembre de 1965 en el venerable hogar del reputado pediatra angelino Paul Fleiss y su honorable esposa Elissa, profesora en un colegio católico. La familia era numerosa: adoptaron dos niños y tuvieron cuatro, uno de ellos –Jason– murió ahogado en Hawái.
Pasó una infancia de ensueño en California con “viajes de campamento, guerras de almohadas y torneos maratónicos de Monopoly. “No éramos como la generación de Britney Spears, esas de ahora que a los nueve años ya parecen listas para el sexo” sentenció en su biografía Proxenetismo .
Por supuesto, nada parecido a lo que viven millones de niñas explotadas sexualmente en todo el mundo, que generan a sus rufianes ingresos por casi $40 mil millones anuales, según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Tampoco a las pobres mujeres que malvivían en los 200 burdeles administrados por Al Capone en el Chicago de los años 20, quienes laboraban 12 horas diarias, eran drogadas y les cortaban la lengua o les marcaban la cara para domesticarlas.
Esta Heidi, diferente a la del cuento, es menudita, morena, más fea que bonita, con unos ojos verdes como las huríes del Paraíso musulmán, un cuerpo generoso y un fino olfato para los negocios oscuros. A los 19 años conoció al millonario Bernard Cornfeld, 30 años mayor, que la llevó a recorrer el mundo y la convirtió en un “saco de mañas”. Cuando el affaire terminó decidió obtener un título en bienes raíces y de paso frecuentó Helena’s, un reconocido club donde aprendió que sus habilidades no estaban en la cama sino en los negocios.
En un tris reunió varias cortesanas, las conectó con empresarios o artistas, y al cabo de cuatro meses había ganado su primer millón. “Su red creció a tal punto que las muchachas viajaban de St. Tropez a Londres. No se trataba de un burdel. Todo se hacía por teléfono”, confesó a la revista colombiana Semana .
Las mujeres de Heidi fueron carne de vaca en un medio donde el sexo era imparable y a veces impagable. Según ella, sus damas lucían impecables; el médico las revisaba cada nada para garantizar la calidad del producto; nunca permitía maltratos y “si vemos la foto de un político con algunas chicas, por lo menos tres son mías”, declaró a Vanity Fair .
Aunque Estados Unidos es la tierra de las oportunidades, a esta empresaria carnal se le acabó la cuerda en junio de 1993, cuando la policía la arrestó por el delito de proxenetismo, que más tarde derivó en evasión fiscal y pasó casi tres años en una prisión federal por los delitos de conspiración, defraudación y lavado de dinero.
Ninguno de sus clientes fue condenado porque, reiteró en el juicio, “las leyes son escritas por hombres para proteger a los hombres”; nunca delató a nadie, solo Charlie Sheen –para variar – aceptó haber gastado hasta $50.000 en sus busconas.
Reina caída
Vieja, pero no pendeja, Heidi tiene 48 años y aún sueña con el lustre de su pasado. Si bien jamás aireó los trapos sucios de nadie, si los lava en Dirty Laundry en el centro de la ciudad de Pahrump, Nevada, donde cambió las mujeres por 13 lavadoras, 14 secadoras y servicio 24 horas, comentó en The Hollywood Reporter .
Venida a menos, tras el escandaloso juicio que socavó su lujurioso imperio, hizo de tripas chorizo y vendió su historia a los depredadores editoriales, filmó películas, produjo videos eróticos, creó su propia línea de ropa, publicó una biografía, salió en Celebrity Rehab , entró en negociaciones con una casa de citas en Australia y fundó en Las Vegas un prostíbulo para mujeres.
Este nuevo tinglado sexual arrancó en el 2008 con 20 sementales y más de 400 clientas en lista de espera. Según explicó a la prensa: “ Las mujeres son cada vez más independientes, ganan más dinero y les cuesta mucho conectar, hasta el punto que ligar les resulta casi más difícil que adelgazar”.
El lupanar duró poco porque el socio defraudó al fisco, a pesar de que las tarifas eran de $250 por hora, nada que ver con los $10.000 que cobraba en el cenit de su carrera, publicó el periódico ABC .
En Melbourne fue contratada como embajadora de “buena voluntad” por el Daily Planet, el primer prostíbulo en cotizar en la bolsa de valores australiana.
Sin tomar aire Heidi publicó Proxenetismo , sus memorias, que Paramount intentó filmar con el título Pay the girl , pero quedó en veremos. En el 2003 Fleiss aseguró a BBC News que la película la protagonizaría Nicole Kidman y sería una mezcla de Mujer Bonita pero con la energía y los excesos de Cara cortada .
Los últimos años los ha pasado rodeada de 24 cotorras, porque según el Dr. Drew Pinsky, la Madam tiene un daño cerebral que le impide relacionarse con las personas, pero sí con las aves; tanto así que se enamoró de un guacamayo llamado Dalton, muerto en circunstancias sospechosas.
Heidi Fleiss fue la última Celestina del siglo XX y aunque sus huellas fueron oscuras, por donde pasó' dejó un polvo de estrellas. 1