Con ella, lo difícil era decidir si solo era una rubia tonta o una pelandusca. Eso sí, todos coincidían en que tenía una descomunal tetamenta, una cintura de hormiga y unas caderas infartantes.
Algunos aseguran que vendió su alma al diablo y, por eso, murió decapitada, cuando el auto en que viajaba con sus tres hijos y también el chulo de turno, derrapó en una curva y ella salió disparada por el parabrisas.
Patrañas de los fabricantes de mitos en Hollywood, porque Jayne Mansfield de “macha” tonta no tenía un pelo, de aventurera tal vez y prefirió que la apodaran “el cuerpo” y no “el cerebro”. Poseía un coeficiente intelectual de 163, superior al de Stephen Hawking; hablaba cinco idiomas, escribía poemas, tocaba el violín, recitaba de memoria a Shakespeare y era graduada universitaria. Pero, en el cine, es mejor belleza que cabeza.
Justo así –de cabeza– terminó sus días, a los 34 años, la Mansfield, que siempre luchó por ser estrella –a pesar de Marilyn Monroe–, por ser rubia –tenía el cabello castaño–, por interpretar a estúpidas –era muy lista– y por ser un sueño desechable en el cine norteamericano de los años 50 y 60 del siglo XX.
Después de bailar en un show nocturno en Biloxi, Mississippi, la diva salió con su novio Sam Brody; sus hijos Miklos, Zoltan y Mariska, y un chofer. A las 2:15 de la madrugada, del 28 de junio de 1967, iban rumbo a Nueva Orleans y al doblar en una curva, pegaron de frente contra un camión que rociaba una sustancia para matar mosquitos, relató Rafael Dalmau en Los pecados del cine .
La prensa sensacionalista cayó como la marabunta sobre los despojos de Jayne, Sam y el conductor. Tomaron miles de fotos y en una de ellas apareció –sobre la tapa del motor– una cabellera platinada que todos confundieron con la testa de la actriz, cuando en realidad, según afirmó The New York Times , el cuerpazo de Mansfield había quedado enterito.
El barullo se armó porque supuestamente el Papa Negro de Hollywood, Antón Szandor LaVey, amante y consejero de Jayne, la maldijo, airado porque Brody se enteró de una melánge entre ambos y lo amenazó con hacerlo puré de diablo.
La meteórica carrera artística de Mansfield duró apenas una década, pero su destello la convirtió en un símbolo pop y uno de los íconos sexuales más llamativos de Hollywood, eclipsado solo por el deslumbrante sol de la Monroe.
Comenzó con minúsculos papeles en 1954, casi tan pequeños como la ropa interior que usaba para asistir a las fiestas de famosos, donde iba a ver y ser vista.
Obtuvo algunos éxitos de taquilla con títulos tan sugestivos como: Una rubia en la cumbre , Bésalas por mí o Una mujer de cuidado , en esta última aparece de pie en una tina, solo cubierta por la espuma que le resbala por su sinuoso cuerpo.
También fue pin-up ; posó desnuda –obvio– para muchas portadas de Playboy y Playmate ; actuó, cantó, bailó y, todos hablaban de su fina nariz, sus labios turgentes y sus formas rotundas.
Reina seductora
Decía Jardiel Poncela que en “Hollywood uno no sabe si ha visto 20 rubias o 20 veces la misma rubia”. En los 50, la Sucursal del Infierno concentró –como nunca antes– la mayor cantidad de mujeres exuberantes por metro cuadrado.
Todas querían apropiarse de la fruta prohibida del éxito al precio que fuera; en la Galaxia del Glamour, el óbolo con que se paga ese viaje tiene dos caras: una dorada, y otra perversa y oscura.
Jayne Mansfield mordió las dos desde que en 1954 desembarcó en Los Ángeles y llegó a los Estudios Paramount con una consigna en su frente: “Quiero ser actriz, gané concursos de belleza y he sido modelo”. Llegó con la recomendación de Milton Lewis, director de esa empresa fílmica, quien la había visto unos años antes en La muerte de un viajante y quedó tan arrobado por la escultural hembra que le prometió el oro y el moro con tal de llevarla a la Fábrica de Sueños.
Tenía apenas 21 años y había nacido como Vera Jane Palmer, el 19 de abril de 1933. Su padre, Herbert, murió muy joven y dejó viuda a su madre Vera, quien volvió a casarse con Harry Peers y la familia se pasó a vivir, de Pennsylvania a Texas, según el sitio web de la actriz.
La niña creció en gracia y en formas, tanto que a los 16 quedó embarazada de Jayne Marie, la primera de sus cinco hijos, fruto de su precoz matrimonio con Paul Mansfield, de quien lo único que guardó tras el divorcio, fue el apellido.
Para ayudar en el hogar trabajó como recepcionista, participó en concursos de belleza, actuó en pequeñas obras teatrales y, mientras el marido estaba en la guerra de Corea, ganó el Miss Phothoflash en 1952. Con tal de redondearse los ingresos, posó desnuda para varias revistas.
Una vez libre de Paul, se emparejó con el actor y libertino Steve Cochran, quien la exhibía en fiestas y así obtuvo un misérrimo rol en su primera película The Angel Went Awol y cobró $300.
Por ese camino iba a durar una eternidad en llegar a la cima y buscó un atajo; contrató al publicista Jim Byron, que explotó sus imponentes atributos físicos, la llevó a repartir botellas de whisky entre los periodistas de espectáculos y la comparó con Jane Russell.
Le llovieron ofertas de Playboy y filmó, con la Warner Bros, la cinta Ilegal , pero en lugar de su nombre en los créditos aparecía: 102-56-89. Justamente sus medidas de busto, cintura y caderas.
El ascenso era incontenible y fue figura esencial en varios programas de TV; en uno de ellos conoció a Mickey Hargitay, Mr. Universo 1955, con quien se casó contra los consejos de la opinión pública.
Su trepidante vida como actriz , vedette , socialité e invitada a cuanta parranda había en Hollywood y galaxias vecinas minaron el matrimonio, que pese a las endiabladas escenas de celos, le dejó tres hijos: Miklos, Zoltan y Mariska. Apenas se divorció del musculoso Hargitay lo repuso con Matt Cimber, productor y director, con quien tuvo a Tony, su último hijo, de acuerdo con Jayne Mansfield: A biography , escrita por May Mann.
Uno de sus mayores logros como actriz fue obtener el Globo de Oro, de 1957, como actriz debutante por la película Will Success Spoil Rock Hunter? .
La maldición
El escándalo acompañó en vida a Jayne. Sus amores furtivos con los hermanos John y Robert Kennedy; las procaces escenas de desnudos en sus películas; los lúbricos espectáculos nocturnos y las campañas publicitarias que la vendían como “el pecho más glorioso de Norteamérica”, hicieron de ella una rubia explosiva y estrella de cintas de segunda.
De todas esas relaciones escabrosas la que mantuvo con el mefistofélico Antón Szandor LaVey fue la que rodeó su muerte de un aura diabólica. LaVey fundó la Iglesia de Satán y era seguidor del brujo Aleister Crowley, alias La Bestia 666.
Como es usual en el mundillo artístico, los cotilleos oscurecen lo que pasó entre el llamado Papa Negro y Jayne, a quien le atraían más las acrobacias sexuales de LaVey, que sus tales poderes satánicos.
Antón lucró con la ingenuidad de los artistas y les presentó un culto pseudo- hippie basado en el amor sostenido por ritos pintorescos que engancharon a la “beatiful people” de los 60 y 70.
La Mansfield y LaVey se conocieron en una fiesta y de una vez quedaron enganchados; ya antes Antón había seducido a Marilyn Monroe y logró fascinar a Jayne con la promesa de convertirla en una diosa de oro. Él la convenció de vestirse, caminar, reir, gesticular y desnudarse al estilo de la Monroe.
Por esos días, Jayne era novia de Sam Brody y cuando este se enteró del siniestro vínculo amenazó al brujo con partirlo en dos. Los chismosos dicen que LaVey miró al renegado y lo maldijo con una muerte pronta para él y su amante.
A partir de ese día, una serie de infaustos hechos rodearon a la pareja. Le robaron las joyas en una visita a Japón, la acusaron de evadir impuestos en Venezuela; un león atacó a su hijo en un zoológico y para rematar se cumplió la maligna profecía: Jayne y Brody murieron en un accidente de tránsito: el runrún de que falleció decapitada quedó sin sustento por el informe del forense.
Dos de sus hijas siguieron la carrera artística. Mariska es la agente Olivia Benson en la teleserie La Ley y el Orden ; Jayne Marie posó desnuda para Playboy en 1976 y el único caso en que madre e hija lucieron sus encantos en esa publicación.
Más de 12 libros recrean su vida, así como una película de 1980, protagonizada nada menos que por Arnold Schwarzenegger como el fortachón Hargitay.
El mito erótico de Jayne Mansfield se labró en dos generosos argumentos que ya el rey sabio de los hebreos, Salomón, había comparado con un racimo de uvas y con “gemelos de gacela, que se apacientan entre lirios”. 1