“Si te gustó la cabeza, te va a gustar aún más la garganta”. Con esa advertencia colapsaron las taquillas y en las filas kilométricas para entrar al cine se estrujaban desde celebridades como Frank Sinatra, Jack Nicholson, Truman Capote, Barbra Streisand y aristócratas del fuste de Jackie Kennedy, hasta los onanistas de siempre que acudían a desfogar sus fantasías en las últimas filas de las salas triple equis.
Todos acudían a ver el fenómeno cinematográfico del momento: por primera vez, a color y en cámara lenta una felatriz deslizaba gaznate abajo –y de un solo bocado– al más rubicundo falo.
Hoy, solo un arqueólogo del cine podría asociar a Linda Lovelace con aquellas escenas de
El argumento es tan sencillo como inverosímil. Linda acude a un médico porque es frígida, pero el galeno descubre lo imposible: ella tiene el clítoris en la garganta y por eso solo con felaciones puede sentir placer.
La película fue rodada en 35 mm y dura 80 minutos. El equipo de filmación viajó a Miami para ahorrar costos y aprovechar el eterno verano; la actuación, la escenografía, la cámara, los diálogos y la edición eran de lo peor y aún así fue presentada –fuera de programa– en el Festival de Cannes y enloqueció a los expertos.
Linda Lovelace sacó el cine pornográfico de las sentinas de Hollywood y en plena revolución sexual de los años 70 fue considerada un estandarte de la libertad de expresión y adalid del individualismo americano. Ella propició la unión del cine y el sexo, un negocio que genera ingresos brutos anuales de 97 mil millones de dólares.
Este largometraje era una comedia con música original y rudimentarios efectos especiales, como el tañido de campanas y los juegos de pólvora que explotaban cuando Linda alcanzaba el climax, según explicó Christopher Ryan, autor de
Fue tal el impacto de la película en la cultura estadounidense que su acérrimo enemigo, el presidente Richard Nixon, fue defenestrado de la Casa Blanca en 1974 por un bocón, que los periodistas del Washington Post ocultaron con el mote de “Garganta profunda”, en el famoso caso Watergate, quien regurgitó las triquiñuelas del mandatario.
Ya en la década anterior el “
Rodeada de una corte de sátiros y bacantes fue la reina del sexo. Linda Marciano o Linda Susan Borelman pegó su primer quejido el 10 de enero de 1949, cuando cayó a este planeta en Yonkers, Nueva York. Era hija de un policía alcohólico que zurraba a la madre, dedicada a los oficios domésticos.
De niña quiso ser monja y estudió en un colegio católico, pero a los 20 años quedó embarazada y su madre la convenció de dar al niño en custodia. En realidad lo regaló y Linda nunca más supo nada del bebé.
A los 21 años tuvo un grave accidente de tránsito y en la convalecencia conoció a Charles “Chuck” Traynor, un pelagatos violento y dominante que se convirtió en su marido, proxeneta y chulo. Según ella, Traynor la prostituyó en Nueva York y para redondear los ingresos la obligaba a “estelarizar” películas porno, una de ellas con un perro:
¿Cómo es que nunca escapó de esa explotación? le preguntaron una vez en un juicio en California. En su presunta biografía
Otros, como el historiador y director porno Jim Holliday afirmaron que “la historia que ella cuenta acerca de que fue vejada es tan ridícula como la de los chiflados que aseguran que Neil Armstrong aterrizó sobre Arkansas”.
Lo cierto es que Linda vagó de un estado a otro; pasó por Nueva York, vivió un tiempo en Florida; anduvo por Texas, siempre mariposeando en el inframundo de la prostitución, las drogas y el sexo, con la idea de hacer carrera como
Así fue como llegó a oídos de Gerard Damiano, un peluquero de Queens metido a cineasta, la inusual pericia de Lovelace para el sexo oral y Chuck Traynor se la llevó para una demostración
El prodigio sorprendió a Damiano; dio la casualidad que ese mismo día Louis “Butchie¨ Peraino, un influyente mafioso del clan Colombo, le había propuesto financiar un filme con sexo explícito dirigido al gran público.
Se juntaron el hambre y las ganas de comer. Por esos años las películas porno se filmaban en 8 mm, sin argumentos ni guion, era sexo puro para proyectarse a escondidas y de contrabando, o bien como cintas de educación sexual o documentales.
Bastó un fin de semana para que Damiano escribiera el guion de
Al cabo de varias semanas la película se estrenó en 300 salas de Estados Unidos. Lovelace y la cinta se volvieron un objeto de culto. Comenzó así una batalla legal entre fanáticos y detractores; la actriz concedió entrevistas a la radio, televisión y revistas de todo el país donde sentó cátedra sobre la respiración, el ritmo y la posición idónea del esófago para una felación “full extras”.
La campaña en contra de Linda Lovelace y su filme la convirtieron en una celebridad de la que se aprovecharon los políticos para imponer campañas de censura al cine; las feministas para exhibir a la actriz como una víctima del patriarcalismo y los productores para hacer clavos de oro con otras películas.
Linda intentó romper ese círculo y en 1973 se divorció y acusó a su marido de prostituirla, de causarle cáncer de mama por obligarla a inyectarse silicona en los pechos y de haber contraído hepatitis por esa operación.
Renegó de una anterior declaración en la cual afirmaba: “soy una exhibicionista, me encanta agacharme y quiero que todo el mundo me vea. Además hago buen dinero. No tengo inhibiciones en cuanto al sexo”.
Hizo mea culpa, se golpeó el pecho con una piedra y trató de salvar su menguada reputación. Filmó sin mayor suceso 30 películas más, decidió pasarse al bando del feminismo radical y llegó a ser una sonada activista antiporno; como un apóstol de su nueva fe rindió un crudo testimonio de su anterior vida, con pelos y señas.
Reconoció que era adicta a la cocaína, a los calmantes, que actuó bajo amenazas y declaró ante una comisión del Congreso norteamericano que investigó el negocio de la pornografía, por orden del Presidente Ronald Reagan.
En 1974 se casó con Larry Marciano, tuvo dos hijos y se divorció 22 años después porque el marido bebía demasiado, insultaba a los niños y era muy violento.
En el libro
En vano, Linda Lovelace intentó borrar la imagen que apareció en la revista Esquire, en mayo de 1973, con cara de “yo no fui”, enfundada en guantes y en un traje rojo de bolitas blancas.
Superada por los años, las arrugas y las nuevas promesas del negocio porno, Linda terminó sus días el 22 de abril de 2006, de la única manera posible: conducía un auto en la ciudad de Denver, Colorado, y se dio un tremendo “vergazo” contra un árbol.