Mitad niña, mitad mujer. Fue el amor imposible de una generación de adolescentes. Era la compañerita universitaria, la vecinita de al lado, la quinceañera despreocupada con un noviecito intragable.
Cumplió su auto-profecía. Su carita de niña buena se la tragó el mar y sus restos los arrastró la marea, como un cisne muerto que le tenía miedo al agua.
Todo vuelve. 30 años después la policía de California resucitó el caso y más de tres mil noticias y 24 millones de páginas web escarban uno de los misterios más siniestros de Hollywood: la extraña muerte de Natalie Wood, el 29 de noviembre de 1981.
Fue la noche de Acción de Gracias. No se apagaron los faroles ni se encendieron los grillos –como recitaba García Lorca –, pero alguien, en lugar de llevársela al río, la tiró al mar.
¿Suicidio?; ¿Accidente?; ¿Asesinato? Una pregunta para cada W de las que estaban presentes la noche del suceso. Natalie Wood intentó suicidarse una vez por el despecho de Warren Beatty. Christopher Walken, amante en ciernes, estaba borracho y se enteró al otro día; Robert Wagner, el marido, era un celoso al que muchos apuntan como el culpable.
La muerte de Natalie fue una más de las muchas que, de tanto en tanto, sacudían la ciudad de los sueños y recordaban a las estrellas –como a los Césares– que también eran mortales.
Ese mismo mes William Holden llegó borracho a su departamento, trastabilló y se partió la crisma contra la mesilla del dormitorio; estaba solo y murió desangrado.
Un año después, en mayo y en setiembre de 1982 morirían Romy Schneider y la exdiva Grace Kelly, respectivamente. La primera apareció muerta en su casa a los 43 años; para muchos se suicidó tras el abatimiento ocasionado por el accidente de su hijo David-Christopher quien quedó ensartado en unas rejas al intentar saltar sobre ellas. La segunda falleció en circunstancias nada claras y en medio de rumores de alcoholismo y violencia. Igualmente extrañas fueron las muertes de Pier Paolo Passolini, Sal Mineo, Marilyn Monroe, Heath Ledger, Britanny Murphy y David Carradine, por citar algunos.
Natalie era una rebelde sin causa que comenzó en el cine a los cuatro años y ya a los siete había alcanzado el estrellato, en el papel de la melosa Susan Walker, una niñita que no creía en Santa Claus en
A los once años Wood desarrolló la fobia que la llevaría a la tumba: durante la filmación de
Y es que ahí es donde la chancha torció el rabo: ¿Por qué Wood, quien le tenía horror al agua, saltó de su yate a un bote inflable, apenas tapada con un camisón, una chaqueta y calcetines?, Este fue uno de los tantos cuestionamientos de su hermana, Lana Wood, en una entrevista con
“Todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera...” . Así comienza Ana Karénina, la gran novela de León Tolstói, que podría retratar muy bien la vida de Natalie Wood, cuyos padres eran rusos: Nicolás Zakharenko y María Kuleff.
Natasha Nikolaevna Zakharenko nació el 20 de julio de 1938 en San Francisco, pero sus papás recién americanizados la llamaron Natasha Gurdin y más tarde sería el director Irving Pichel quien la bautizaría como Natalie Wood, en recuerdo de su amigo y colega Sam Wood, director de dos obras maestras de la comedia gringa con los hermanos Marx:
La actriz entró al mundo de las estrellas de una manera irritante y a los gritos: a los cuatro años hizo de la niñita malcriada que se quedó sin helado y pataleó y moqueó hasta ponerse morada. Ese fue el parto de Natalie en
Aunque no aparecía ni en los créditos y seguro tampoco le pagaron ni una piastra, la madre quedó encandilada con las dotes histriónicas de la criatura; arrolló sus bártulos y con su familia enrumbó a Los Ángeles en busca de la quimera de oro.
María era una madre ambiciosa y no le ahorró a Natalie sacrificios con tal de materializar sus deseos. El sitio web de la actriz señala: “no cesaba de firmar contratos, quería que su niña fuese una gran estrella, ya que una gitana le predijo que tendría una hija que enamoraría al mundo entero, pero también le advirtió, que tuviera cuidado con las aguas oscuras”. Durante el rodaje de
Pasaron tres años hasta que Pichel le encontró otro papel a Natalie en
Entre los años 40 y 50 del siglo XX Natalie llegó a filmar 18 películas y fue la actriz adolescente más cotizada, codeándose con actores del fuste de John Wayne, en
Las joyas de su tiara artística fueron
Por esos años, según la escritora Suzanne Finstad –en
La Academia le negó en tres ocasiones el Óscar, una de ellas a la mejor actriz en la película
Con los años sus papeles fueron de belleza otoñal y mujer libre de prejuicios, como en la polémica cinta sobre el intercambio de parejas
El año en que murió filmaba
Mediocre, guapo, autoritario. Robert Wagner conquistó el corazón de las jovencitas con papeles acaramelados de chico bien peinadito, traje impecable y maneras finas al estilo del
La madre de Natalie le dio entera libertad en sus devaneos amorosos, si bien a los 19 años se casó con Wagner. El sitio web de Wood asegura que el matrimonio hizo aguas durante el rodaje de
En 1969 fue al altar con Richard Gregson y dejó los escenarios para criar a su hija Natasha. Solo duró tres años y en 1972 hizo lo impensable: volvió a casarse con Wagner, con quien tuvo a Courtney Brooks.
Nunca segundas partes fueron buenas. Wagner era famoso por sus estallidos de cólera y celos recurrentes.
La última noche de Natalie comenzó en el restaurante Doug’s Harbor Reef & Salom, donde ella compartió mesa, tragos y coqueteos con Walken, lo cual puso verde al marido.
Los tres continuaron la farra en el yate Splendour. Ahí Wagner quebró una botella y amenazó a Walken por querer “levantarse” a su mujer. En su biografía
Sin ninguna razón Natalie bajó la escalerilla del yate hasta el bote Valiant. Resbaló e intentó, durante horas, subir de nuevo, según Roger Smith el capitán de la unidad de rescate que atendió la alarma. El cuerpo de la actriz apareció al amanecer flotando cerca de la playa; tenia moretones y arañazos en los brazos.
En el libro
En la escena final de
Aquella noche nadie vio nada, nadie escuchó nada, nadie dijo nada. Natalie Wood cayó al agua y se fue, dormida, por la inmensidad... vestida de mar.