Sin piedad, como un huracán erótico caribeño, Porfirio Rubirosa sacudió el corazón de las mujeres más bellas y ricas del mundo, a las que esquilmó y chuleó sin pudicia, utilizando como arma de seducción masiva un impresionante falo en perpetua erección, que le mereció el procaz apodo de “siempre listo”.
Este Príapo dominicano vivió a salto de cama en una marcha triunfal de conquistas que abarcó desde la virginal Flor de Oro, hija del déspota Rafael Trujillo, pasando por encima –literalmente– de la burbujeante actriz francesa Danielle Darrieux y la incombustible ZsaZsa Gabor, sin contar un reguero de amantes y “rapidines”.
Cebado con el dinero sangriento de la dictadura trujillista, vivió a todo trapo entre Europa y América; al amparo de un cargo diplomático medró en los ambientes “chic” de los años 30 a 60 del siglo pasado y fue el trofeo sexual de actrices, aristócratas y herederas acaudaladas, quienes pagaron los favores de este
Así lo describe una voluminosa bibliografía inspirada en él, así como documentales realizados por Biography Channel y otros canales de TV.
“Mientras el común de los hombres pagan a las mujeres, las mujeres me pagan a mí” confesó con cinismo en sus memorias inéditas; como “bon vivant” amaba el dinero y consideraba que era “mejor morir rico y contento, que vivir pobre, aburrido y viejo”.
Para consuelo de los envidiosos, Rubirosa era bajito, moreno, medianamente guapo, pero endiadablemente labioso, galante, atento, buen conversador, persistente y dueño de una “macana color café con leche de once pulgadas, tan gruesa como la muñeca de un hombre”, según lo describió Truman Capote en su novela inconclusa “Answered Prayers”.
Porfirio entraba a un lugar y cambiaba las emociones de las personas; emanaba una energía increíble. Una vez Sammy Davis Jr. le preguntó cómo hacía para lucir siempre tan perfecto, bien vestido y relajado; el
Nunca tuvo un empleo y reconoció que “no me sobra el tiempo para trabajar”; aún así sus epígonos aceptan con rubor que en su juventud fue boxeador y llegó a ser capitán del ejército, solo porque descubrió que las mujeres se derriten ante los uniformes.
Entre las cortesanas, las orgías y los viajes sacó el rato para pilotear aviones, correr autos fórmula uno, buscar tesoros, jugar polo y para algunos –como el FBI– ser un agente del espionaje internacional, que inspiró el personaje de James Bond al escritor Ian Fleming.
La hoja de vida de Rubirosa no tiene desperdicio. Se casó cinco veces, fue amigo de los Kennedy, asiduo del “Rat Pack” de Frank Sinatra, los Perón, el rey Faruq de Egipto, los Rohtschild, Alí Khan y todo el que era alguien en el mundo.
En cuestión de lances amorosos fue un gourmet cinco estrellas: Ava Gardner, Jane Mansfield, Verónica Lake, Rita Hayworth, Dolores del Río, Kim Novak, Marilyn Monroe y Soraya de Persia, la emperatriz de los ojos tristes.
Si bien Porfirio Rubirosa nació en Santo Domingo, en 1909, hijo de un militar dominicano y una española, fue en París donde labró el don de gentes, la simpatía y el “savoir faire” que lo llevaría al éxito como caza fortunas y depredador. A los 16 años visitaba con frecuencia los burdeles de Montmartre.
“Rubi” solo se amó a sí mismo pero tuvo cinco esposas. Con ellas cumplió el ciclo del seductor: ascenso, esplendor y ocaso, en una época donde no había anticonceptivos, ni sida ni viagra.
Su “tournée” marital comenzó con Flor de Oro. La sedujo con sus aires afrancesados y esta le abrió las puertas del poder y la carrera diplomática, así como la billetera del Padre de la Patria Dominicana, al principio molesto por el capricho de la niña, pero convencido de que “el mentiroso” de Rubirosa sería el “rostro amable” de su tiranía.
La pobre sufrió continuas palizas y el matrimonio acabó a los cinco años, en 1937, debido a las correrías de Porfirio con Danielle Darrieux, su primera estrella de cine.
Ninguna mujer podía resistir a ese
Con Darrieux se casó en 1942 y el hechizo solo duró cuatro años: fue roto, a punta de millones de dólares, por Doris Ducke, huérfana desde los 12 años y heredera de un imperio tabacalero.
La Duke tenía una personalidad firme, buen gusto por el arte, los muebles y los objetos raros; bonita sin ser bella, se encaprichó con Rubirosa y lo pagó a precio de oro. Estaba tan enamorada que adaptó un bombardero B-52 y se lo regaló; le compró una mansión en Francia y le dio una dote de medio millón de dólares.
Se divorciaron en 1951, un poco porque La Duke no quiso vivir en Buenos Aires, destino “laboral” de Rubirosa, y otro porque este volvió a las andadas con Flor de Oro. En compensación le otorgó una pensión de un millón de dólares.
Doris murió en 1993 y al final de sus días sostuvo un lamentable litigio con su hija adoptiva, la exbailarina Chandi Duke Heffner, quien la demandó por no hacerla heredera universal.
Porfirio buscó nuevos aires y mientras despachaba al comodín de Zsa Zsa Gabor conoció a Barbara Hutton, nieta del archimillonario F.W. Woolvorth, fundador de la cadena de tiendas “todo por diez centavos”.
La Hutton ya era famosa por haber dilapidado $50 millones, pero su belleza había venido a menos. Alcohólica, adicta a las drogas, suicida frustrada, melancólica, frágil y con cinco divorcios a cuestas. Uno de su ex, por cierto, fue extraordinario tenista alemán, el barón Gottfried von Cramm, a quien Hutton sorprendió en brazos de otro hombre.
Con esos atestados “la pobre niña rica” quedó impactada por las poses de supermacho de Rubirosa y se casaron en 1953; esta aventura duró 53 días, tiempo que aprovechó el
Separado de Hutton retornó a París y en 1956 conoció a Odile Rodin, una encantadora aspirante a estrella de cine, de apenas 19 años. Sus amistades entendieron que era amor del bueno porque Rodin no tenía un céntimo.
La pareja era feliz aunque carecían de lo esencial: los montones de dinero que necesitaba Rubirosa para su particular estilo de vida. Ya no había más noches de juerga en clubes nocturnos, desayunos con champaña, aviones privados, potentes autos deportivos,
“Soy solo un chulo” cantaba Porfirio Rubirosa cuando estaba borracho. Su galantería no tenía igual. Mildred Ricart, amiga del galán, decía que “él hacía que cada mujer se sintiera la más importante del mundo”. El secreto de “Rubi” para conquistarlas era “hacerles creer que uno tenía dinero”.
Tras la caída y ajusticiamiento de Trujillo, en 1961, la suerte le dio la espalda a Rubirosa. Se pasó a vivir a La Florida, malvendió una plantación de café, quedó cesante en la diplomacia y a los 53 años estaba ¡de verdad! desempleado.
Remató la casa de París y se pasó a una más pequeña en los suburbios; estaba deprimido y sin energía para seguir su carrera de
Después de vacacionar con el naviero griego Stavros Niarchos, el equipo de polo de Rubirosa ganó la Copa de Francia y se fue de farra por varios clubes nocturnos.
Al amanecer del 6 de julio de 1965, borracho y con hambre, decidió ir a comprarse un emparedado. Montó en su Ferrari descapotable y media hora después quedó inscrustado en un árbol de la Avenida de la Reina Margarita, en el Bosque de Boulogne.
Al funeral llegaron 250 dolientes, entre ellos representantes del clan Kennedy; Odile se buscó otro marido y surgieron rumores de que Rubirosa había sido asesinado por la Central de Inteligencia Americana (CIA), pero como en las telenovelas baratas, nunca se sabrá toda la verdad.
Porfirio Rubirosa, pillo, buscavidas callejero y arribista solo hizo bien una cosa en la vida: chulear mujeres. 1