Larissa Minsky A. lminsky@nacion.com
¿Un programa para niños en que cada personaje resulta el modelo en versión animada de un pecado capital? Tal parece que sí existe y lleva ya sus años en la pantalla chica. Se trata de la serie de dibujos animados Bob Esponja, cuyo primer episodio se transmitió en el canal Nickelodeon el 1.° de mayo de 1999.
La curiosa revelación fue hecha en un comentario de audio incluido en el episodio ‘Plankton’, en el DVD–Box Set de la primera temporada de la serie. En este no se indica cuál personaje corresponde con cada vicio, pero sobraron los curiosos que se dedi- caron a trazar asociaciones.
Los llamados pecados o vicios capitales, esos a los que la naturaleza humana está más inclinada, son siete.
La avaricia o afán descontrolado por atesorar riquezas está representada en Don Cangrejo, quien abusa de sus clientes y hace cualquier cosa por conseguir más dinero. ¿Cómo no juzgarlo de tacaño si se lesionó la cabeza por atrapar 10 centavos de un triturador de basura?
En cuanto a la gula, el apetito desordenado por comer y beber, su mejor exponente es Gary el caracol, quien no hace nada más. Cuando se le deja de alimentar, hasta empieza a comerse los sillones.
Calamardo es un personaje hecho a imagen y semejanza de la ira. Lo demuestra con su odio al trabajo en el Crustáceo Crujiente, su sarcástico sentido del humor y su resentimiento porque nadie “valora” su creatividad.
La soberbia es retratada en la ardilla Arenita, orgullosa de ser la única criatura de la tierra que vive en una cúpula bajo el agua con “un gran roble” y deseosa de presumir de su capacidad atlética. Y la envidia, en Plankton, quien se consume por el deseo de lograr el mismo éxito que Don Cangrejo. Lo deprime que su restaurante no prospere y sueña con robarse la fórmula para sacar a su adversario del negocio.
Los últimos dos son la pereza y la lujuria. El primer vicio parece haberle dado vida a Patricio, quien no quiere esforzarse ni para hablar. Incluso, en un episodio, ganó un premio por “no hacer absolutamente nada más que nadie”. Tal vez la relación más forzada es la de Bob Esponja con la lujuria, porque el término no podría entenderse en su acepción sexual, sino en el de “tener un deseo apasionado por algo”. Y Bob, cómo negarlo, es un apasionado de la vida, de los amigos y del deber cumplido.