“Todas las noches pierde a su hija menor y la invade la angustia, el miedo y la incertidumbre de no encontrarla o de hallarla sin vida... Cuando doña Magda abre los ojos a altas horas de la madrugada, en un agitado despertar provocado por su esposo Mauricio, nuevamente da gracias Dios de estar en su casa, sana y salva. Quéalivio siente de que sea solo otra pesadilla.
Casi dos meses atrás, en Semana Santa, esta pareja de costarricenses y su hija menor, Adriana, de 22 años, vivieron la prueba más difícil que les ha puesto la vida en el camino.
A lo lejos y por la ventana de la habitación del crucero donde recorrían las islas griegas, Magda y Adriana empezaron a ver las antiguas casitas blancas empotradas en lo alto de la isla Santorini, conforme se acercaban.
Era la tarde del Jueves Santo. El cielo despejado hacía que aquel sitio paradisíaco rodeado de aguas azules y transparentes luciera aún más bello.
La llegada del Sea Diamond no tenía ninguna particularidad para estas mujeres que decidieron quedarse en su camarote para admirar la vista desde el nivel diez de los once pisos que tenía la enorme embarcación.
No fue lo mismo para Mauricio, quien minutos antes se había ido a la cubierta porque le extrañó que el barco estuviera viajando a tan alta velocidad y pasara tan cerca de las grandes piedras que apenas emergen alrededor de la isla.
El crucero Sea Diamond estaba a un kilómetro y medio de distancia del maravilloso escenario con el cual esta familia cerraba un recorrido de cinco días por el histórico mar Egeo.
Pero, de pronto, las dudas de Mauricio tomaron forma para convertirse en un día de vida o muerte para 1.500 turistas de todo el mundo. El imponente crucero, de 140 metros de eslora y 22.412 toneladas, encalló en un arrecife y, poco a poco, se hundió en las profundidades.
Todos, excepto un francés y su hija –quienes murieron ahogados en los niveles inferiores– lograron sobrevivir a la odisea de la que los Soto no logran aún recuperarse.
Unos 12 abruptos frenazos también les indicaron a Magda y a Adriana que algo andaba mal. Casi de inmediato, el Sea Diamond comenzó a inclinarse velozmente hacia su lado derecho. Eran las 4 de la tarde.
Todos los artículos que estaban sobre las mesas dentro de la habitación comenzaron a caerse. El pequeño minibar se abrió de golpe y su contenido rodó por el suelo.
El nerviosismo las envolvió. Sin imaginar lo que ocurriría después, ambas trataban infructuosamente de recoger los objetos del piso, pero el crucero seguía inclinándose a gran velocidad.
De repente, y visiblemente alterado, Mauricio ingresó al camarote, tras confirmar que el crucero había chocado contra uno de los grandes arrecifes y se empezaba a hundir. Y es que, como ingeniero eléctrico que es, tiene buena agudeza auditiva para las máquinas.
“El capitán llevaba el barco más rápido de lo que debía; incluso dos noches llegamos a puerto una hora y media antes de lo previsto. Fueron frenazos que no hace un barco y supe que habíamos pegado contra algo, pero nunca imaginé que el casco se abriera. Me asomé por la terraza y toda el agua potable se estaba derramando; se comenzó a ir la electricidad”, recuerda Mauricio.
Aún en esas condiciones, los Soto se quedaron un tiempo más dentro del cuarto, a la espera de directrices de la tripulación.
“Tratábamos de entender qué pasaba, pero por los parlantes solo pedían que mantuviéramos la calma, decían que todo estaba bajo control. A los 15 minutos, ordenaron a los pasajeros que nos ubicáramos al lado izquierdo del barco”, narra Magda.
El Sea Diamond continuó inclinándose, tanto así que, cuando trataron de salir del nivel 10 para llegar a la cubierta, no pudieron abrir la puerta pues el peso de esta ya estaba sobre ellos.
“Salimos sin chaleco porque nunca nos dijeron que lo usáramos. Cuando llegamos a la cubierta del nivel 10 fue muy impactante ver a unas mil personas apiñadas y desesperadas en el nivel 8, donde estaban los botes salvavidas”, relata Magda.
Ante la emergencia, el simulacro que habían hecho los turistas el primer día del recorrido no sirvió de nada.
Los Soto no logran borrar de su memoria los rostros de sus compañeros de viaje, mientras se empujaban unos a otros para que los rescataran.
De vez en cuando, escuchaban por el altavoz los nombres de personas que eran buscadas por sus familiares, entre ellos, unos niños que –supieron después– estaban atrapados en un ascensor.
Como era el momento del arribo a la isla, casi todos los turistas se hallaban en los pisos superiores disfrutando del panorama. Esto, más la hora en que ocurrió el accidente, hizo que la tragedia no tuviera mayores dimensiones, porque los pisos que se inundaron en menos de ocho minutos fueron los de abajo.
Los miembros de la tripulación, que nunca comunicaron a los turistas lo que pasaba, cerraron las compuertas del segundo y tercer piso.
Esto retuvo el ingreso del agua y el proceso de hundimiento, lo que ayudó a evacuar la embarcación y sacar con vida a los turistas a lo largo de casi cuatro horas. Solamente el francés Jean Christofer Allen, de 45 años, y su hija, Naand, de 16, murieron ahogados en el segundo nivel.
Los tripulantes únicamente pudieron utilizar los dos botes inflables del lado izquierdo, con los que rescataron a unos 150 náufragos. Los del derecho estaban ya en el mar.
Para poder salir, todos los turistas tenían que llegar hasta el nivel tres, del lado contrario al hundimiento, para así quedar al mismo nivel de un ferry que llegó a rescatar pasajeros. Eso los obligaba a bajar por las áreas interiores –y ya oscuras– del crucero, en una fila interminable.
“Yo decía: ‘que este barco se quede como está y no se hunda más’. Cuando vi el boquete de la plataforma por donde íbamos a salir, respiré de nuevo por la angustia de pensar cuánto iba a permanecer el barco en esa posición”, recuerda Mauricio.
Los helicópteros comenzaron a sobrevolar el sitio del percance y la gente se preguntaba si iba a salir con vida. “Era una tragedia humana, un caos sin control”, cuenta la pareja.
Un viaje soñado. Los Soto habían planeado este viaje durante un año para complacer a Adriana, quien soñaba con conocer las islas griegas. Primero estuvieron cuatro días en Madrid y el 1° de abril volaron a Atenas. Embarcaron en el Pireo, pasaron a la isla Myconos; al día siguiente, a Rodas; y un día después, visitaron Padmos y Turquía para conocer la ciudad de Efeso.
El 5 de abril arribaron a Creta por la mañana y en la tarde tenían esta llegada a Santorini, a la que los griegos llaman “la isla ideal” porque la asocian con el reino perdido del Atlantis.
Todas sus pertenencias, incluidas las compras en cada una de esas islas, se hundieron con el barco 12 horas después del accidente y todavía permanecen ahí, a 200 metros de profundidad.
Mauricio solo pudo rescatar la cámara digital que mantuvo colgando de su cuello y con la que hizo las fotos que se muestran en este artículo.
Salir con vida. Pero, como es obvio, las valijas eran lo de menos en medio de la emergencia. Lo único que quería esta familia, vecina de Escazú, era ponerse a salvo. “En cubierta, la gente gritaba, lloraba, pedía a Dios salir con vida. Todos estábamos con pánico”, añade Magda, quien, junto con su esposo, aún no entiende por qué nadie de la tripulación les explicó lo quée realmente estaba sucediendo.
A todos, incluidos estos tres costarricenses, los sacaron poco a poco por un pequeño agujero desde donde debían lanzarse con ayuda de una cuerda para llegar a la plataforma del ferry.
Los tres siempre permanecieron juntos, para evitar que ocurriera lo que ahora desvela a Magda en las madrugadas.
La pareja recuerda que todo fue muy lento. No hubo trato prioritario para los niños o los adultos mayores. Magda narra que, al lanzarse, mucha gente se fracturó las piernas y los brazos; otros quedaban colgando o lo hacían de cabeza, mientras los que esperaban su turno gritaban desesperados.
Por fin, los tres costarricenses se lanzaron por la cuerda. Fue la primera vez, después de cuatro horas de sufrimiento y angustia, que los Soto volvieron a respirar: se sintieron a salvo.
Desde esa plataforma, presenciaron la lenta evacuación del resto de pasajeros del Sea Diamond . Pasadas las 8 de la noche, a todos los fueron llevando hasta la isla Santorini.
“Le agradezco a Dios que estemos contando el cuento, que esto pasara durante el día, cerca de la isla, y que nos pudieran ayudar otros barcos, porque si hubiera sido de noche, los muertos serían muchísimos, como el caso Titanic ”, reflexiona Magda.
En Santorini pernoctaron. La isla no estaba preparada para atender a 1.500 turistas.
Cuando arribaron, muchos periodistas los abordaron, lo que generó otra preocupación a la familia: que la noticia llegara a Costa Rica sin que ellos pudieran hablar primero con los suyos para hacerles saber que estaban bien.
El salonero de un restaurante, que abrió a la medianoche para ofrecerles qué comer a los náufragos, les prestó el teléfono celular y pudieron hacer una llamada a San José.
A las 7 de la mañana llegó una embarcación para recogerlos y llevarlos hasta Atenas.
Para entonces, el Sea Diamond se había hundido y las autoridades griegas detuvieron al capitán Ioanis Marinos y a cinco oficiales de la tripulación por negligencia, violación de las leyes de seguridad de navegación, contaminación del medio ambiente y la muerte de los franceses.
A propósito, Mauricio recuerda que antes del accidente, miembros de la tripulación le contaron que a Marinos le decían El capitán Ferrari . “Y, claro, era porque nos llevaba siempre más rápido de lo necesario. Me impresionó porque si un barco va a unos 23 kilómetros por hora, va tranquilo, pero si va rápido produce la perturbación que sentíamos por la noche. Él siempre quería llegar antes; no sé por qué si era un crucero de placer”.
Los Soto llegaron a Atenas solamente con lo que llevaban puesto, la cámara digital y las tarjetas de crédito en la billetera. Era Viernes Santo y todo estaba cerrado. La tripulación del crucero había pedido, desde el inicio del viaje, los pasaportes a todos los turistas, por lo que pudieron tenerlos de nuevo consigo.
El Domingo de Resurrección regresaron a San José.
Hoy Mauricio siente todavía angustia, y duda de si volverá a subirse en un crucero. Magda tampoco logra volver a sus rutinas. Se siente insegura. Solo añora liberarse de las pesadillas y volver a dormir en paz...