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Psicología urbana: Curridabat vs. Escazú

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En el acto de presentación de la revista Domus, un arquitecto le preguntó a un colega: ¿dónde vive usted?, y este le contestó: en Curridabat. El otro exclamó: ¡Ah, no! yo vivo en Escazú. Y dio por terminado el diálogo.

Rara vez los psicólogos se aventuran a estudiar el tema de la vida en las ciudades, el comportamiento de los habitantes en ellas y la percepción de su ambiente por parte de los pobladores. Las intangibles diferencias que separan a escazuceños y curridabatenses podrían ser un buen tema de estudio.

Mientras la mayoría de las ciudades del mundo fueron ampliando, con el tiempo, su radio de acción, el caso de San José es curioso ya que, en vez de crecer hacia dentro generó un desarrollo centrífugo que la fue despoblando. Los antiguos josefinos, por diversas razones, optaron por convivir con los pobladores afincados al este y al oeste de la ciudad, principalmente en las comarcas de Escazú y Curridabat.

Las causas por las cuales eligieron uno u otro punto cardinal son variadas y actualmente pocos pueden explicar las razones por las cuales viven en uno u otro lado. Quienes deciden asentarse en un sitio valoran las condiciones en las que les tocará vivir, entre las que se encuentran el tema ambiental, los desplazamientos, el acceso a los servicios básicos, las actividades sociales, los centros educativos y otras muchas variables más.

Las características de Escazú y Curridabat son muy similares. Como enclave rural se desarrollaron de idéntica manera y las dos fueron tierra de labranza y lugar de paso, o de sesteo, para los viajeros de épocas pasadas. Podemos hablar de tipos de vida y ambientes parecidos, en tiempos en que las comunidades compartían sus identidades culturales y sistemas de convivencia. También la naturaleza es protagonista en ambos escenarios con la presencia de La Carpintera al este y Pico Blanco al oeste, dándole a ambos sitios un paisaje parecido.

Se puede decir que estas dos poblaciones desarrollaron identidades paralelas que se vieron reflejadas en su similitud cultural, en las conformaciones familiares, en su sistema de vida y de trabajo o en sus relaciones sociales. Los viejos habitantes de Curridabat o de Escazú se sentían identificados con su lugar y honraban sus tradiciones, sus festividades, sus comidas y sus tertulias.

La ciudad de San José, que solía ser el lugar de paseo y de encuentro, al dejar de serlo acabó resultando una indefinida franja divisoria que obstaculizó la buena relación entre las dos nuevas sociedades que se afincaron al este y al oeste de la capital. Los minifundistas cedieron sus terrenos para que los nuevos vecinos levantaran sus casas, modificando así la fisonomía del paisaje que acabó perdido en sus memorias. De esa manera se fue forjando la identidad de los recién llegados que formaron un grupo homogéneo desde el punto de vista cultural y socioeconómico pero que, sin pretender imponer su idiosincrasia, fueron debilitando la percepción rural de ambas comunidades.

La psicología urbana se ocupa de estudiar el comportamiento de las ciudades debido a los cambios a los que se ven constantemente sometidas. Escazú y Curridabat, ciudades que recientemente fueron pueblos, respondieron de la misma manera frente a idénticos síntomas. La necesidad de centros educativos se resolvió con colegios privados; al Multiplaza del oeste le respondió otro al este; una urbanización de este lado se equilibra con otra de aquel lado. En Escazú, la gente se baja de sus torres para ir al mall . En Curridabat, sus habitantes salen de sus encierros para exactamente lo mismo.

Si ofreciéramos a un escazuceño ir a vivir a Curridabat, nos miraría con espanto. Lo mismo ocurriría con el curridabatense. ¿De dónde viene ese misterioso sentido de pertenencia?

Parece ser una innata necesidad del ser humano que se aferra a un sitio, aunque no le pertenezca, para sentir que tiene un lugar en el mundo. Unos viven en Escazú y otros en Curridabat, pero nunca al revés.

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