Federico García Lorca oyó un verso de Rubén Darío: “Que púberes canéforas te ofrenden el acanto”; de pronto exclamó: “De todo eso solamente he entendido ‘que’”. Empero, no por extraña, aquella línea deja de ser eufónica pues el acento se repite en la segunda sílaba de cada cuatro (pie peón segundo: oóoo).
Al fin y al cabo, una de las virtudes del poema –hoy ya enterrada bajo el cenotafio del “verso libre”– es la eufonía; o sea, el buen sonido.
A veces, Rubén Darío se tornaba helénico, “pánico”, y grecizaba a mano salva cual Píndaro urdido por las maniguas del trópico. Sistros, náyades, siringas, pámpanos, ninfas y pífanos servían a Filomela, a Citeres y al “Sátiro espectral”.
Puede decirse que Rubén fue el único poeta hispano que convirtió el diccionario griego-español en Modernismo. Al fin y al cabo –otra vez–, la tarea del aedo es trocar la calle y el diccionario en poesía.
En otro momento de su delirio helénico, Rubén Darío nos inventó ‘liróforo’; o sea, “portador de una lira”. Hoy ya no tenemos liróforos –salvo en el incendiado recuerdo de Nerón–, mas sí nos rodean semáforos; id est , “portadores de señales”.
El semáforo es la rima de las calles: avisa cuándo han terminado.
Las canéforas anduvieron en la Grecia antigua. Eran jóvenes que llevaban cestos (‘canéfora’: “que porta un cesto”) en ceremonias religiosas, y también jóvenes casaderas que serían sepultadas en el gineceo de la casa: cementerio de la libertad de las mujeres en tiempos de una extraña civilización.
Rubén Darío no inventó la intrusión luciente de los mitos clásicos en la poesía hispana. Ya en el siglo XVII, Góngora irritaba a Quevedo con sorpresas asaz helenizantes: “Lisonjean apenas / al Júpiter marino tres sirenas” ( Soledad II , 359).
La boutade de García Lorca se acepta si se esperan significados de los versos: sí, pueden tenerlos, o no significar nada siempre que suenen bien. “Tin marín...” y “púberes canéforas nada dicen, pero ¡cuán bien se oyen! Rubén Darío salía de caza tras la música en la poesía, pero esta es la belleza que ha asesinado el “verso libre”. “Peregrinó mi corazón y trajo / de la sagrada selva la armonía”, aún canta él con la lira de su Grecia tropical.