Si por la víspera se saca el día, prepárense.
Tiene 25 años y una belleza que explota por sus extremidades: sonriente involuntario y con una frescura arrebatadora, Gustavo Hernández Artavia acaba de recibir el Premio Nacional de Danza 1997.
Desde que se lanzó de lleno a su carrera de bailarín, su cuerpo en movimiento es el único lenguaje que reconoce; y el que mejor le va.
En ello se le va el día y, por ahora, la vida.
Como todos, Gustavo comenzó balbuceando la danza, y, casi sin darse cuenta, fue ella quien le habló.
En esa época también le interesaba la sicología, pero entre la una o la otra, ganó la otra.
Del programa de aspirantes de la Compañía Danza Universitaria, pasó a otro nivel del discurso: en 1993 se integró al elenco estable de esa compañía.
Desde entonces, esa ha sido su casa y su escuela; supervisado por los bailarines Rolando Brenes, Rogelio López y Luis Piedra -sus primeros maestros-, ha dado los mejores pasos de su carrera en la danza moderna.
Aunque también el ballet hizo lo suyo: "Gran parte de mi crecimiento técnico se lo debo al ballet -confiesa Gustavo-. Al principio lo odiaba y ahora le doy las gracias".
La semana anterior recibió la noticia: el ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Danza 1997 como mejor intérprete masculino. La gran razón fue su trabajo en Las doce y punto, de la coreógrafa Ileana Alvarez.
Ir de paso
Su primer rol en un escenario "fue cualquier cosa", pero ese primer contacto con la magia efímera del espectáculo lo terminó de convencer.
Su decisión por asumir la danza a tiempo completo no estuvo exenta de dudas. Afortunadamente, en su caso, todos los de su entorno aplaudieron su determinación.
"Es algo tan fuerte que vos decís: `aunque se caiga el país entero, es lo que yo quiero'. Luego viene el enfrentamiento con el medio. En mi familia, la reacción fue muy positiva", narró Gustavo.
Con los ojos hacia adentro, su aprendizaje y disciplina viaja del exterior al interior y viceversa; así es como el bailarín percibe su oficio: "La danza te exige cosas muy difíciles corporalmente: tenés que pelearte con tu cuerpo. Luego está tu mente: hay que tener una autoestima decente para poder enfrentar al público y los retos cotidianos de esa pelea. Eso se aprende con el tiempo".
Con respecto al premio, Gustavo es reservado, pero sólo al principio:
"¡Uuuuy! Es muy rico que te reconozcan tu trabajo, porque es muy duro. Pero los premios no siempre se dan justamente. Uno tiene la sensación de que los premios nacionales siempre están tocados por intereses creados. En este país, tener un premio no significa nada, la verdad: ni me va a mejorar el sueldo, ni me va a hacer mejor bailarín".
Preparado para recibir lo que venga, Gustavo tiene su estilo para reverenciar la vida. Por ahora, la danza le ha hecho promesas que tal vez se cumplan. Ojalá.