El domingo pasado y mediante una breve parábola –la del siervo que al volver del campo aún ha de servir la cena a su señor sin que espere de éste un agradecimiento– Jesús nos enseña a que aceptemos humildemente el que, después de hacer lo que hemos de hacer, nos consideremos “inútiles” y no reclamemos ni un gesto, ni una palabra de gratitud. Vea, si lo desea, Lucas 17, 7-10.
Hoy, por el contrario, se nos invita a ser agradecidos. El relato de los diez leprosos ¿es también una parábola? Algunos escrituristas afirman que, en efecto, es una construcción que san Lucas hace basándose en lo que nos cuenta san Marcos de la curación de un leproso (1, 40-45).
Es de notar que en este caso, como ocurre en todas las narraciones de milagros, la gente reacciona con entusiasmo y se pone a divulgar la noticia por todas partes, mientras que en el evangelio de hoy se concluye con la afirmación de Jesús a uno de los leprosos sanados: “Tu fe te ha salvado”.
¿Una parábola o un hecho real? Los entendidos observan que san Lucas consigna el milagro de la curación del leproso en otro lugar de su evangelio, en el capítulo 5, versículos del 12 al 16, y no suele repetir el relato.
En todo caso, es muy probable que dentro de la transmisión oral ciertos elementos propios del género de las parábolas se incluyesen en la narración del milagro.
Lo importante, como siempre, es la enseñanza que se desprende del hecho: el ser agradecidos con quien nos beneficia con un favor.
Así, pues, pasando entre las dos provincias de Samaria y Galilea, Jesús descendería hasta Jericó, y de ahí emprendería viaje a Jerusalén, lo que confirma la opinión de que a san Lucas no le interesa tanto una exacta información geográfica cuanto la intención teológica: Jesús viene a salvar a todos, tanto a judíos como a samaritanos.
De hecho, entre los diez leprosos, “que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”, hay un samaritano; y es que el mal común une a los seres humanos de manera natural.
Estaba mandado que los leprosos permaneciesen alejados de los centros humanos (Levítico 13, 45-46), y de ahí que se paren “a lo lejos” y griten. Jesús, en efecto, los atiende; se compadece y se decide a curarlos de la lepra. Pero y ¿por qué les ordena a los diez que se presenten a los sacerdotes? Jesús lo hace por respeto a la Ley, pues en ella consta que si alguien es sanado de la lepra, antes de incorporarse a la vida social; ha de recibir el visto bueno de la autoridad competente (véase Levítico 14, 1-32),
Todos los diez leprosos, “mientras iban de camino, quedaron limpios”, pero sólo el samaritano, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”.
La expresión “dar gracias” equivale aquí a “dar gloria a Dios”, bendecirlo, proclamar agradecido la acción poderosa de Dios que, en la persona de Jesús, da lo que se le pide con fe.