Concluido el tiempo litúrgico de la Navidad, nos hallamos ya en el llamado "ordinario" porque en el no hay ninguna celebración especial del Señor. Hoy es el segundo domingo de ese tiempo.
El evangelio es de San Juan y narra la conversión del agua en vino en una boda de Caná de Galilea donde "Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos", puntualiza el evangelista.
Pasando por alto ciertos detalles de índole cronológica o geográfica, sí que merece la pena destacar la presencia de María (por su protagonismo principalmente) en el relato de San Juan: "Y la madre de Jesús estaba allí".
El hecho de que María llame la atención al hijo de que se había acabado el vino, no significa necesariamente que esperara de el, y menos le exigiera, un milagro, aunque su solicitud maternal en favor de los nuevos esposos y convidados cuenta con que Jesús sea capaz de solucionar la situación con una oportuna, poderosa intervención.
Queda, en todo caso, de manifiesto que María ocupa un puesto de autoridad y decisión en la fiesta, posiblemente por ser familiar cercana de los recién unidos en matrimonio.
No hay por qué sorprenderse de que Jesús se dirija a su madre llamándola "mujer", término equivalente a nuestra "señora"; era costumbre el hacerlo así, no hay en ello ninguna actitud despectiva sino de respeto.
Hay más: ese aparente distanciamiento puede sugerirnos también el superior alcance que Jesús da a la activa presencia de su madre, tan estrechamente asociada al plan salvador de Dios, como nueva Eva, madre de la Vida, "madre de todos los vivientes" (Génesis 3, 20), madre de la Iglesia, de la Cabeza (Cristo) y de los cristianos.
La "hora" de Jesús es la de su glorificación por la muerte y la resurrección, de la que fluye todo el sentido y valor de su existencia como Mesías Salvador enviado por el Padre. No obstante, y en virtud de una suerte de anticipación de esa "hora" y en atención a la solicitud con que María le pide que intervenga, realiza el primero de los "signos" o milagros de los siete que consigna San Juan.
El hecho es narrado con esa naturalidad y realismo que caracteriza a lo verdadero, y no fantasioso. Todo se mueve en torno a cosas concretas: tinajas de piedra, agua, sirvientes, mayordomo, el "vino bueno"... El milagro se hace con absoluta sencillez; basta una simple orden de Jesús: "Sacad ahora y llevádselo al mayordomo". Sin más, aquello que antes era agua, queda convertido en vino.
Aunque Jesús hará más adelante milagros más impresionantes, como la resurrección de al menos tres muertos, con este de la conversión del agua en vino "manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en el", precisa San Juan, dándonos a entender que se trata de un buen comienzo en la carrera de su vida pública.
La "epifanía" o manifestación a los magos, la "teofanía" o manifestación de Dios en el bautismo de Jesús (cf. Lucas 3,22) y el milagro de la conversión del agua en vino constituyen una especie de tríptico, base de una ulterior y progresiva revelación del ser y misión de Jesús.