El evangelio de este domingo, quinto del tiempo ordinario, narra la vocación de Simón Pedro, dentro de la descripción de una pesca milagrosa en el lago de Genesaret.
Observan los entendidos que mientras los otros evangelistas hablan del "mar de Galilea", San Lucas, con más propiedad, lo denomina "lago de Genesaret". En efecto, se trata de una pequeña masa de agua, en forma de pera, de 21 kilómetros de largo por 12 de ancho, de aguas limpias y frías, y abundante pesca.
Como dato curioso, digamos también que, así como la montaña es para San Lucas el lugar apto y más común para la comunicación de Jesús con el Padre en la oración, el lago lo es de la manifestación de su poder por los milagros que en él hace.
Escribe San Lucas que junto a la orilla del lago había dos barcas, y ya los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Y añade: "Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba". La barca ha pasado a ser un símbolo de la Iglesia. Y en ella, Pedro y sus sucesores, vicarios de Cristo, comandan la tarea que Jesús encomendó a su Iglesia: pescar hombres, mediante la predicación del Evangelio.
Jesús, quien es el Hijo de Dios hecho hombre, capaz de hacer los más grandes milagros sin concurso humano, exige, no obstante, la colaboración del hombre: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Aquello de "ayúdate, que Dios te ayudará". Amén de la fe, Dios espera de nosotros que hagamos lo que podemos y debemos hacer.
Esa fe y esa colaboración se expresan en la decisión de Pedro, después de advertir a Jesús que han estado la noche entera bregando sin pescar nada: "pero, por tu palabra, echaré las redes".
Y, "puestos a la obra", con el poder de Jesús, sobreviene el milagro. Tan increíblemente grande fue la pesca y tanto el asombro de Simón Pedro que, observa San Lucas, "se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador".
Notan aquí los entendidos el cambio que se opera en Pedro que llama a Jesús, "señor", y no "maestro", para significar la impresión que le produce de temor religioso ante la pesca milagrosa.
Todo ello también lo dispone para comprender y aceptar mejor la misión que Jesús le encomienda: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". Es decir, que Simón Pedro, a partir de este momento, se dedicará a salvar la vida de los hombres, víctimas de la oscuridad y opresión que simbolizan las aguas profundas, en vez de pescar peces para consumirlos en la mesa familiar. Es una vocación y misión que se prolongará indefinidamente en sus sucesores en la sede romana, que seguirán ostentando el "anillo del pescador", símbolo de su permanente autoridad de servicio.
Con Simón, también sus socios, Santiago y Juan, después de sacar las barcas a tierra, "dejándolo todo, lo siguieron". Llama la atención la decisión y prontitud con que los pescadores del lago de Genesaret acogen el llamado de Jesús, renuncian a lo que más quieren, y lo siguen sin más.