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Reposteríacentenaria

La panadería Araya, en Cartago, ha rescatado las delicias de la panadería y la repostería de antaño: encanelados, enlustrados, pinitos, zapotillos, todo tipo de bizcochos... Lo mejor es que ya los comercializan en algunos supermercados josefinos.

¿Alguna vez ha escuchado hablar de una panadería-boutique con un toque old-fashioned ? Difícilmente.

Lo cierto es que la descripción no puede encajarle mejor a uno de los negocios centenarios más tradicionales del país; un local que ha logrado rescatar lo más auténtico del horno de nuestras abuelas para proporcionarlo a las nuevas generaciones.

Se trata de la panadería Araya, que se erigió en el corazón de la vieja metrópoli a principios del siglo XX y que ha pasado ya por las manos de cuatro generaciones de la familia Araya.

Gracias al espíritu visionario de sus miembros, que apostaron por continuar con el negocio en su más pura tradición, hoy esta panadería sigue preparando productos que nadie más hace.

Aunque han logrado conservar intacto el sabor de antaño, las últimas generaciones que han estado a cargo se ocuparon de crecer y, por ello, hoy la oferta de productos incluye 70 tipos de pan y 85 productos de repostería tradicional.

A unos metros de la puerta del negocio, el aroma a “panadería de pueblo” y su ambientación en tono ámbar no hacen más que precipitar un dejavú : por un par de segundos, uno siente que ha vuelto al pasado.

En las relucientes urnas se exhibe el pan español, los enlustrados y encanelados, las roscas y rosquillas de maíz crudo, el tamal asado, la torta de arroz, el bizcocho y los zapotillos. También galletas de panadería, bizcotelas, acemitas, rosquetes y suspiros.

La lista es larga, pues no se pueden omitir otras delicias tradicionales como las cuñas, los gatos, las costillas, las orejas, los prusianos y las quesadillas.

El hecho de que, en pleno siglo XXI, las nuevas generaciones puedan disfrutar de sabores que poco a poco se extinguen es mérito, en buena parte, del fundador, José Araya Sánchez. En los primeros años de 1900, estableció su local en las inmediaciones de donde hoy se encuentra el liceo Vicente Lachner.

Don José comenzó desde abajo: lo único que tenía era un galerón y un pequeño horno de barro. En 1910, el terremoto de Cartago botó la casa y el negocio, pero acá se aplica el adagio de que no hay mal que por bien no venga: don José prácticamente se vio forzado por las circunstancias y se arriesgó a comprar la propiedad donde hoy se ubica la panadería. Ahí también estableció la vivienda familiar y así empezó a crecer el negocio con el trabajo de sus 13 hijos.

Para 1949, la familia construyó el actual edificio donde funciona la panadería. Esta continuó creciendo bajo la tutela de algunos hijos (otros se dedicaron a actividades diferentes).

Ya en los años 70 el negocio empezó a adaptarse poco a poco a la modernización que imperaba en el mundo, y con el impulso que le dio Juan Bautista Araya Ávila (segunda generación) se logró importar un horno español y se adquirió maquinaria europea, lo que propició un significativo aumento en la cantidad, la variedad y la calidad de los productos.

En los años 80, el boyante negocio pasó a manos de Manuel Araya Blanco (tercera generación), quien compró más equipo y sentó las bases de lo que es actualmente la panadería.

Hace poco más de un lustro, el negocio pasó a manos de la esposa de don Manuel, Zoila Rosa Solano, y sus dos hijos: Sandra (quien falleció) y Manuel, el dueño y gerente actual.

Él ha asumido el reto de conservar la herencia de sus parientes con toda su historia, sabor y tradición, pero sabe que está llamado a incursionar en el competitivo mundo actual.

A la vista está que tiene con qué. “ Por un lado está la historia propia de la panadería y, por otro, los productos casi exclusivos que seguimos ofreciendo, porque prácticamente desaparecieron de las otras panaderías del país”, argumenta Araya.

Por eso, está dispuesto a sacar el mayor provecho a uno de los bastiones principales de la empresa: el estilo artesanal en que siguen haciendo sus productos.

“Creemos que esto es una ventaja competitiva porque uno observa en Europa y Estados Unidos una tendencia que está creciendo con fuerza en la que cada vez se aprecia más el pan artesanal de calidad”, explicó.

Globalizados. Esta es su estrategia para fortalecerse ante la globalización. “Queremos diferenciarnos con un concepto único de ‘panadería-boutique ’ con un toque ‘ old-fashioned ’ que mantenga, ante todo, el sentimiento y, por supuesto, el sabor, que nos caracteriza”, argumenta el propietario.

Lo mejor del crecimiento que plantea el empresario es que pronto algunos de los principales supermercados del país estarán vendiendo encanelados, pinitos, zapotillos, bizcochos, roscas y otros productos made in Cartago, directo de los hornos de la panadería Araya.

Por ahora, ya se consiguen algunos en los AM.PM. y en los Fresh Market.

Pero, al igual que lo hicieron su padre y sus abuelos, Araya pretende ir más allá.

“No solo estamos pensando en salir de Cartago hacia los principales puntos de venta, sino también hacia el exterior. ¿Por qué no?”

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