Restaurante Satto

Hoy volvemos a cambiar los cubiertos por los palillos: así lo exige la costumbre japonesa y coreana, directriz que no se puede pasar por alto en el menú de Satto

UNA VEZ FINALIZADO el Mundial en el que el primer producto de exportación de Corea y Japón fue el futbol, volvemos de nuevo los ojos a esas tierras, pero a fin de probar otro producto que, para muchos de nosotros, generará mayores satisfacciones: su comida.

Los seguidores de los sabores exóticos pueden sumar ahora un palillo a la oferta gastronómica oriental, muy apetecida en nuestras tierras en los últimos años. Esta vez se trata de Satto, restaurante cuyas especialidades son las comidas coreana y japonesa.

Ubicado en la vía principal del ya bastante habitado Paseo Colón, Satto tomó el lugar de un establecimiento que durante años estuvo vendiendo muebles.

Llegamos al mediodía después de sortear carros, buses, semáforos, peatones, decibeles y humo. El aposento está distribuido en salones y cubierto por una alfombra de un encendido rojo; las sillas y mesas de color negro agregan, puntuales, el contraste.

Escogemos el salón con más luz, deshabitado aún pese a ser ya la hora del almuerzo. De un lado tiene enormes espejos; del otro, ventanales que nos dejan expuestos al excesivo tránsito que domina al Paseo Colón. Es un espacio bastante frío, carente de aire japonés, pese a los cuadros colgados a un lado y la orquídea en maceta que está en el suelo.

Pensándolo bien, nos hubiéramos refugiado en alguno de los salones cercanos a la barra de sushi, a la que circunda un aire oriental por la vestimenta de quienes están del otro lado de la barra; pero, bueno, ya estamos sentados y no queremos movernos.

Sentidos despiertos

Una vez en la mesa y con el menú en la mano, queremos probar uno a uno los ochenta ofrecimientos en él desglosados. Lomito de res, sopa de kimchi, sopa de mariscos, pizza coreana con verduras y carne, sushi, sashimi, maki, tonkatsu, tempura y otras maravillas de la comida coreana y japonesa pueden pedirse en este lugar. Empezamos por el plato oficial: el sushi con la idea de ver "qué se nos antoja después".

Mientras en la barra se prepara nuestro pedido, la mesera nos entretiene con una sopa miso y una ensalada. La sopa posiblemente sea la mejor que hayamos probado en un restaurante japonés, no solo por la textura sino también por el sabor. La ensalada -de lechuga, tomate, alfalfa y aceite de ajonjolí- estaba fresca y aderezada con una vinagreta que la hacía memorable.

Dos platos pequeños dieron el complemento perfecto a la mesa: uno vino con espinacas y frijoles nacidos (ambos al parecer hervidos), y el otro trajo una mostaza china en una salsa muy rica, aunque bien picante.

Mientras degustamos las entradas, una emisora romanticosa nos mantiene al tanto de "viejos éxitos" interpretados por Ednita Nazario, Diego Verdaguer, Nino Bravo, Braulio y otros ilustres; pero unas notas orientales le hubieran sentado mejor a nuestro almuerzo.

El plato principal llega a nuestra mesa y resulta ser una congregación de sushi y sasimi mixto (aparece en el menú como Satto B), de la que bien podían alimentarse tres personas: surtido, abundante, fresco y de excelente sabor. Después de haber sido plenamente consumido, nos dejó con la boca cerrada para pedir más.

En nuestra mente estaba el caterpillar, un sushi de anguila cubierto con una salsa dulce que probamos en una oportunidad anterior. Es una maravilla al paladar y a la vista pues el cocinero lo coloca formando un gusanito con antenas y cola (pero ni modo: será otra vez).

En cuanto a precios, Satto no podría considerarse un lugar caro para comer a lo japonés, aunque, claro, depende de lo que se le antoje a uno. Un plato de sushi como el que pedimos (y del que podían comer tres personas), bebidas no alcohólicas, sin postre -pues aquí no hay- cuestan unos ¢14.000.

Pasando por alto los detalles de arquitectura y buscando un espacio más cálido cerca de la barra, Satto es una buena opción para degustar los manjares del suculento Oriente.

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