Como ciudadano, no puede uno más que alegrarse de que distintos grupos estén presentando propuestas para mejorar este país. Más allá de contenidos o de que estemos de acuerdo con unas o con otras, es de por sí un síntoma muy positivo que podamos tener una discusión de fondo sobre temas relevantes para nuestro futuro.
Siento que desde hace varias décadas hemos cometido el error de que –como se dice popularmente– por hacer lo urgente, hemos dejado de hacer lo importante. Nuestras tareas en lo público se han limitado a disminuir el impacto o efectos inmediatos de nuestros problemas en la vida diaria, pero hemos dejado de lado una tarea más dura y más importante: entrarle de frente y con valentía a atacar las causas de nuestra situación actual.
A lo anterior hemos agregado un segundo error. Desde hace rato, pero mucho rato, venimos confundiendo lo que son fines con lo que son medios. A partir de 1948, equipamos nuestra sociedad con un arsenal de medios para cumplir los fines que esa generación se propuso alcanzar. La mayoría de ellos cumplieron de forma efectiva la tarea para la que fueron creados; otros, no tanto. Pero, ante la incapacidad de reinventarlos, muchos de esos medios se han convertido en el inconsciente nacional, en fines en sí mismos, simplemente soportan un sistema que funciona ahí, como se va pudiendo subsistir, pero que poco o nada aportan al desarrollo.
El trabajo de todos estos grupos nos abre una oportunidad para reflexionar sobre el camino que debemos de seguir y hacia dónde apuntar nuestros esfuerzos: enfrentar causas y con claridad replantear nuestros fines. Conviene ahora que todos estos grupos se reúnan, comparen notas, analicen planteamientos y que en una discusión de ideas de altura, y comprometidos con la motivación última que les ha movido, logren sacar lo mejor de lo mejor del trabajo, esfuerzo y pensamiento aportado por tanta pero tanta gente buena.
La aspiración de este proceso y de las propuestas que de él resulten, debe ser alta. La meta debe ser dibujar la Costa Rica que queremos, la nueva Costa Rica. Lograr clavar 30 años hacia delante, los puntos de amarre de lo que esperamos, deseamos y anhelamos para esta patria, para las generaciones futuras. Lograr que en lo colectivo y en lo individual nuestra labor se dirija a la consecución de esos objetivos comunes.
Reiteradamente, oímos a los políticos hablar de lo difícil que es la toma de decisiones en este país. Pues la causa esta ahí y es latente, las decisiones y acciones del sistema político no responden, desde un punto de vista aspiracional, a lo que los costarricenses quieren; los políticos no tienen, frente al ciudadano, credibilidad, validación o legitimación por una razón muy sencilla, no hay identidad entre ellos.
Por eso, para que logremos transformar nuestro país, las propuestas deben tener claro que el principio y el fin debe estar en la ciudadanía. Es a esta a la que se deben, y el bienestar del mayor número debe ser, nuevamente, la idea que impregne nuestro desempeño como sociedad. La primera tarea es la de lograr que el costarricense se involucre, que participe y que tenga una influencia directa en las decisiones que le atañen, sea a nivel comunal como a nivel nacional y sin tener que ser parte de un andamiaje político. Un ciudadano que entienda que puede, pero, sobre todo, que debe aportar a este país, que tiene que tomar de nuevo el control del destino de este país en sus manos. El fin debe ser lograr que en este siglo XXI construyamos sobre la base de que mejores ciudadanos logran hacer un mejor Estado y no que un mejor Estado hace mejores ciudadanos.
Esa estructura del Estado, como tal, debe ser y ocupar una parte importante del debate. Atacando causas, se debe construir un Estado capaz de generar consensos, de aterrizar para llegar adonde queremos llegar; de leer la realidad política y de adaptarse a la forma de hacer política que los tiempos mandan, que logre pasar de las “ocurrencias” a planes que trasciendan la próxima encuesta o de la próxima elección y, sobre todo, que entienda que está al servicio de la sociedad y la ciudadanía. El Estado debe volver a ser un medio para que los costarricenses, en lo colectivo y en lo individual, podamos encontrar respuesta en nuestras necesidades; que responda a valores de justicia y equidad social; que hable a los que nadie habla; que sea un reflejo de una sociedad muy nuestra. Si queremos empezar con el pie derecho, hay que plantearse como fin que el Estado que tengamos responda al país que queremos y no, al contrario, que el Estado defina el país que podamos tener.
Pero tal vez lo más importante de este proceso y que toca transversalmente todos los esfuerzos que se hagan, es entender que debemos volver a inspirar.
Lo que va a cambiar el país y hará de este país lo que se quiere, es que esa visión que dibujemos a treinta años, solucione las inquietudes y necesidades de los costarricense en educación, salud, infraestructura y combate a la pobreza; que Costa Rica de nuevo sea una sociedad de oportunidades para todos y que con el diseño de nuestro propio camino.
Si lo que queremos es transformar a Costa Rica, aquí hay que hacer algo extraordinario, algo inspirador.
Olvidémonos de remendar y concentrémonos en revolucionar –no con armas, sino pacífica, democráticamente con ideas– pero revolucionar.