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Riñones al mejor postor

Turismo de órganos. Agencias asiáticas y latinoamericanas lucran con el comercio de órganos para trasplantes en Internet, mientras la comunidad internacional expresa su seria preocupación por el creciente fenómeno.

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Un occidental con dinero viaja a un país remoto para ponerse el riñón de un campesino sin recursos. En eso consiste el llamado turismo del trasplante, fenómeno que se ha convertido en una de las mayores preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La disparidad de legislaciones a lo largo y ancho del mundo hace que en unos sitios sea legal y en otros no. “En cualquier caso, es inmoral”, declara enfático Rafael Matesanz, coordinador de la Organización Nacional de Trasplantes de España. El turismo del trasplante se va desplazando por el mundo según los países van cambiando sus leyes. Lo avalan hospitales de Paquistán, China, Perú y Egipto, según señalan los expertos.

“Hola, vendo uno de mis riñones por necesidad, llevo una vida sana y tengo 18 años, soy de Chiclayo-Perú (...) Yo pido 10.000 dólares, no tengo vicios (...)” . “Compro riñón urgente, precio no es problema, busco contacto en Venezuela”. Encontrar anuncios como estos en Internet resulta sencillo.

Detrás de ellos, a menudo está un intermediario que se enriquece a costa de la desesperación ajena, una organización que fomenta el turismo del trasplante, ese que empuja a un occidental que quiere saltarse las listas de espera a viajar con la chequera en busca del riñón de un peruano o paquistan pobre. Eso le dará, probablemente, entre 10 y 16 años de vida (la esperanza de vida estándar tras un trasplante renal). Al otro lado, está el individuo desesperado que confía en la venta de un órgano no vital, como el riñón, para salir de la miseria. En medio se encuentra el intermediario, el que realmente saca tajada en este turbio negocio.

Durante décadas, el comercio con órganos humanos constituyó una leyenda urbana sin comprobar, hasta que en 1995, la Universidad de Columbia, en Nueva York, encargó a un equipo interdisciplinario la misión de descartar o documentar la existencia del fenómeno.

Patrocinados por el Colegio de Medicina de ese centro de enseñanza, la Fundación McArthur y la Fundación Rockefeller, los miembros de un grupo internacional integrado por médicos, especialistas en cirugía de trasplantes y periodistas, partieron hacia diferentes puntos del planeta.

Los resultados de su trabajo se publicaron en enero de 1997 en la revista Transplantation Proceedings, y describían una situación desesperada: “Los avances tecnológicos y la difusión mundial de las técnicas de trasplantes han producido un desequilibrio entre la creciente necesidad de órganos y la escasa cantidad de donantes disponibles, lo que ha incitado a médicos, directores de hospitales y funcionarios gubernamentales de algunos países a poner en práctica estrategias éticamente dudosas para obtener órganos... e ingresos”.

Casi diez años después, ante el auge de este fenómeno del siglo XXI, las críticas arrecian.

“Es una forma de esclavitud: cuerpo humano a cambio de dinero”, manifiesta Rafael Matesanz, coordinador de la Organización Nacional de Trasplantes de España.

“Hay bases para asegurar que estas actividades tienen rasgos criminales”, declara Luc Noel, coordinador de trasplantes de la OMS, organización que defiende que los órganos son un bien de la comunidad, no un objeto de negocio. El 10 por ciento de los trasplantes que se hacen en el mundo entran en la categoría de turismo del trasplante, actividad que se mueve en medio de un vacío legal: la donación para trasplante no está legislada en unos países, y está escasamente controlada en otros.

Una supuesta Jenny Lee, de Singapur, aparece con sus lentes de sol en la página web de uno de esos presuntos intermediarios. Cuenta cómo, a sus 60 años, está viviendo una “sana y vibrante” vida gracias al trasplante de riñón que se hizo en China. También anuncia que no hay que tener miedo a las noticias que han publicado los medios sobre muertes de pacientes extranjeros en cirugías de trasplante en ese país.

Para efectos de este reportaje, el diario El País se puso en contacto con el supuesto marido de Jenny, Patrick. Casualmente, el hombre que responde resulta ser el mismo que anuncia la posibidad de fungir como intermediario para quien necesite un riñón.

La operación que ofrece Patrick cuesta 45.000 euros (cerca de ¢27 millones).

Consiste en pasar por Singapur, hacerse unos chequeos previos y contactar con el intermediario, para luego volar juntos a China, donde se realiza la intervención (el hotel y esas revisiones previas no están incluidas en el precio). También se puede volar directo a China y ponerse de acuerdo allí con el intermediario, pero entonces hay que desembolsar un 20% antes de viajar, en clave de reserva de hospital. El órgano procede de un prisionero, asegura por teléfono.

–¿Pero es eso legal?

–Legal o no legal, no tenemos que preocuparnos mientras estén dispuestos a darnos el órgano. Debe tener confianza. ¿Quiere o no quiere resolver su problema?

Otro testimonio revelador ofrecido por “Enrique”, un donador anónimo, a la revista española Crónica en el 2005 devela la singular filosofía de algunos que están dispuestos a mercadear no solo el riñón, sino alguna otra parte “no estrictamente imprescindible” de su cuerpo.

Según Crónica , el discurso de Enrique, de 50 años, soltero y sin hijos, no transmite la desesperación que se presupone en quien está dispuesto a comerciar con un trozo de su cuerpo. “Soy un hombre sano, sin vicios, nunca he fumado, ni tomado, ni he padecido enfermedades...”, describe.

Oculta el rostro y se refugia en sus iniciales porque no quiere que se enteren los suyos. Lo tomarían por loco. Y a su madre, dice, le daría un infarto. Sabe además, de la ilegalidad de su ofrecimiento: “Sea lícito o no, soy dueño de mi cuerpo y de mi vida, y me considero libre para efectuar una transacción de este tipo. Todos sabemos que hay personas a las que les falta salud y les sobra el dinero. Justo lo contrario de lo que me sucede a mí. No pretendo hacer daño, solo ayudar a cambio de ayuda”, dice.

Para Enrique, cuya situación económica evidentemente es mucho menos apremiante que la de quienes mercadean sus órganos en países como India o Paquistán, no vale la pena correr el riesgo por menos de 150.000 euros (unos ¢92 millones). “Una intervención de este tipo supone muchos riesgos, puede ir en ello mi vida, no sé cómo voy a quedar...”, razona. “Por eso es caro”.

El “famoso” comercio ha logrado calar en Latinoamérica en donantes que, al igual que el español “Enrique”, ven el hecho de donar un órgano simplemente como un negocio “contante y sonante” y no como un acto de supervivencia, caso de los más pobres.

La Nación entrevistó telefónicamente, en un reportaje anterior sobre el tema, a un técnico forestal chileno que había puesto en venta un riñón, vía Internet, con todos sus datos reales.

Hugo Soto, graduado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, habló con seguridad de la decisión que había tomado.

De hecho, cuando se le preguntó si él era la misma persona que había colocado el anuncio, y si este era real, creyó que se trataba de un cliente potencial. “ Sí, claro que es en serio. ¿Usted es el enfermo o es para una familiar?”.

Tras saber que se trataba de una entrevista periodística entabló una charla tan sorprendente como escalofriante, en la que explicó que quería realizar la transacción “por una mezcla de interés y solidaridad”. “Quiero vivir cómodo y sin sobresaltos y si, de paso, puedo ayudar a alguien, mejor” , dice.

Y se explica mejor: “Ahora estoy trabajando y gano el equivalente a $1.000 al mes, pero la idea (de vender su riñón) me interesa como una oportunidad. Espero venderlo en $50.000 (unos ¢26 millones)”.

En aquel momento, Hugo advirtió que, eso sí, su intención no era viajar a otro país, sino que el comprador se desplazara a Chile para realizar la cirugía en una buena clínica chilena.

E insistió: “No lo estoy haciendo por desesperación, tengo 36 años y mi vida calculada, esto es como una apuesta”.

Pero es un hecho que los casos como el de Enrique o Hugo constituyen excepciones. Ya en 1994, asociaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional denunciaron que en China, los órganos de los condenados a muerte eran extraídos de inmediato para nutrir un mercado con mucha demanda y escasa oferta. Hoy, en el 2007, China es señalado como uno de los “proveedores” más prolíferos de órganos en el mercado negro.

Luc Noel asegura que las autoridades chinas “están frenando” esto, pero que “siempre hay gente que intenta aprovecharse hasta el último momento”. Según los países van mejorando sus leyes para combatir este fenómeno, este se desplaza en busca de lugares más permisivos.

“La meca del turismo de trasplante está ahora en Paquistán”, afirma Rafael Matesanz. El sábado 26 de mayo se produjo una redada de las autoridades paquistaníes en un hospital de la localidad de Lahore. Seis personas fueron detenidas. El País pudo comprobar cómo un hospital paquistaní de esa localidad, que también se anuncia en la Red, garantizaba por teléfono la obtención de un órgano para un trasplante de riñón. “Hay pueblos enteros de la India donde la gente tiene un solo riñón”, cuenta Matesanz.

Y es que, para los intermediarios, la tragedia humanitaria de unos es una mina de oro.

Una investigación de Crónica dio cuenta del desmantelamiento en el 2004, en Europa, de una red internacional dedicada al tráfico de riñones humanos con ramificaciones en todos los continentes.

El grupo, dirigido por israelíes, reclutaba gente dispuesta a vender uno de sus riñones en Israel, o viajaba a las ciudades más deprimidas de Brasil. Los voluntarios eran enviados a la ciudad sudafricana de Durban, donde recibían unos $10.000 (¢5,2 millones) por volver a casa con un riñón menos. Órganos que luego se vendían a enfermos desesperados, en su mayoría israelíes, por $120.000 (¢62,4 millones). Los donantes cobraron por un trozo de su cuerpo hasta 40 veces menos de lo que pagó el comprador. Números que escandalizan.

La policía de Durban calcula entre 30 y 50, al menos, el número de brasileños que habrían viajado hasta esta ciudad sudafricana para vender sus órganos.

El brasileño Alberty José da Silva, de 36 años, explicó las razones que lo llevaron a renegociar el precio de uno de sus riñones. “Tuve que aceptar solo $3.000 (¢1,5 millones) porque me dijeron que había mucha gente que quería hacer lo que yo, y que el exceso de oferta bajó los precios”, relató a la policía de su país tras el desmantelamiento de la banda.

Su viaje de ida y vuelta a Durban, contó, le llevó cinco o seis días, fue hospedado en un pequeño hotel y, operado en una clínica llamada Saint Augustine, muy bien montada, con la presencia en el quirófano de varios médicos y de un intérprete brasileño.

La insuficiencia renal crónica causa un millón de muertes al año en el mundo, según la Organización Nacional de Trasplantes. Hay 1,6 millones de personas en tratamiento de diálisis. Pero solo se realizan 67.000 trasplantes de riñón al año. Esta desproporción entre oferta y demanda de riñones ofrece el marco perfecto para la comercialización de los órganos.

La diferencia entre un donador altruista y un vendedor es enorme: El donador altruista descubre su salud. Si ha tenido cualquier enfermedad, lo declara. Al que vende un órgano, le da igual no declarar que ha tenido una infección.

Sin embargo, el comercio de órganos en escala nivel mundial es cada vez más fuerte, tanto así que en Estados Unidos o Inglaterra, se ha valorado abrir el debate sobre la legalización de la compra-venta de órganos.

Uno de los propulsores de esta idea es el profesor británico de la Universidad de Manchester, John Parris, quien ha abogado en varios congresos por el establecimiento de un “mercado ético” de órganos vivos.

Muchos prestigiosos cirujanos se han unido a la propuesta que pretende evitar las muertes en lista de espera, así como la falta de control sanitario que rodea a las operaciones clandestinas.

Sin embargo, esta parece todavía una opción muy remota.

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