E ra una mañana como tantas. Su esposa estaba enferma. Él se había levantado temprano y, al abrir las cortinas de la habitación, tiernamente despertó a su mujer… “¡Salió el sol, mirá!” Ella respondió con su sonrisa cómplice, por tantos años junto a este hombre grande que ama las cosas pequeñas, el mismo que en su primera juventud desdeñó un porvenir como marcador central de Boca Juniors, para conquistarla. Juntos formaron un matrimonio feliz, tuvieron dos hijos, Sebastián y Federico, y se acompañaron siempre, en las buenas y en las malas.
El 26 de agosto de 1997 Oscar López Salaberry bajó la escalinata del avión como el flamante embajador de Argentina en nuestro país. Aquí desarrolló una ardua y fructífera labor diplomática. Él y su esposa, Mirtha García, se enamoraron de la tierra costarricense y encontraron sólidas amistades que superaron las pruebas del tiempo y las veleidades de la política. Dicen que las actividades sociales y diplomáticas que el señor embajador organizaba en la residencia argentina se convertían en fiestones, que todo el mundo disfrutaba. “Las embajadas cursan sus invitaciones sociales con esta indicación: ‘la actividad será de 7 p.m. a 9 p.m.’, Las nuestras decían: ‘la actividad será de siete de la noche, ¡en adelante!’
“Lo cierto es que anduve más de 25 años en política y hoy digo que puedo caminar por las calles de Trelew, el pueblo donde nací, y saludar a todos de frente. La política me dio valores que la plata no paga. La viví y la disfruté. Pero ya pasó, punto”.
Sufrir con alegría
En aquel amanecer, mientras lidiaban con el cáncer que afectó a doña Mirtha hasta su muerte, don Oscar no había hecho más que reafirmar una de sus verdades eternas. Si el sol había salido de nuevo, tenían que seguir la lucha al estilo de ambos; es decir, viviendo el drama con alegría.
Aquí no hay magia, recetas ni pócimas de milagro. Solo la genuina felicidad de un hombre con actitud positiva. Oscar López es un sesentón terco y constante. Ama lo que hace y procura dar más del cien por ciento. “Sé que dedicarse a lo que a uno le gusta no es garantía de una vida fácil, pero sí es garantía de una vida interesante. Con el tiempo, he llegado a leer en los libros preceptos que desde siempre había procurado aplicar”.
Por eso, un buen día se compró un bandoneón, aprendió solo a tocarlo y se enroló en el tango, a tal punto que mantuvo un programa de esa música inmortal durante siete años en radio Eco , espacio radiofónico que, por demás, fue su tabla de salvación cuando las cosas se pusieron difíciles. Porque se pusieron difíciles.
Una vez que concluyó su período diplomático en el gobierno de Carlos Menem, como embajador de Argentina en Costa Rica, López retornó a su país, donde continuó con sus múltiples actividades. “De pronto, una tarde allá en la Patagonia, mientras miraba el Atlántico, me volví y le dije a Mirtha: ‘Ya está, regresaremos a Costa Rica’. Al ver los ojos de sorpresa de su compañera, agregó: “No te preocupés, Mirtha, ya lo tengo todo arreglado”.
En realidad, no tenía nada arreglado. Volvieron a Costa Rica, al reencuentro con las amistades. “Pienso que los países no son los territorios, son la gente que vive en ellos. Días antes del viaje, alguien me advirtió: ‘Recordá que ya no vas como embajador’. Pero, eso no importaba. Cuando llegué había tres personas esperándome en el aeropuerto y volvimos a frecuentar a los amigos de siempre. Rogelio Benavides, Liliana Mora, Amanda Moncada, René Picado, José Cortés, se cuentan entre las amistades que Oscar López mantiene en el país, más decenas de afectos que agrega día a día, gracias a su personalidad cautivante y a ese entusiasmo tan increíble como contagioso.
Viraje del destino
“Me vine para acá y armé un proyecto que nos dio para vivir un año. Sin embargo, sobrevino la enfermedad de mi esposa. Sin cobertura médica, me quedé sin nada, literalmente hablando, pues los gastos médicos eran de $3.500 por quincena. Y para colmo, como si los astros se hubieran alineado, pero en contra, perdí el trabajo. Y mi mujer enferma. Para no inquietarla, salía todos los días por la mañana “a trabajar”. Y me metía en un café a pensar qué hacer.
“¿Vos harías un programa de radio?”, me preguntaron una vez. ¡Claro que sí, de radio, de tele, ¡de lo que sea!, respondí. Gracias al empresario Sebastián Tena inicié el programa de tango por radio Eco y otro de análisis económico. Y así comencé de nuevo. Me dije a mí mismo: Si comenzás de cero, empezá en serio. Me compré un bandoneón, aprendí a tocarlo y ahora doy clases de baile de tango y me presento en muchos lugares con Héctor Iván Quintero, cantante, y con Mercedes y Alexis, bailarines.
“Poco a poco, las cosas se comenzaron a enderezar. Gracias a la cobertura de la Caja Costarricense de Seguro Social, en el hospital San Juan de Dios le dieron a Mirtha un tratamiento de primer orden y ella tuvo una muerte tranquila. “¡Amo al San Juan de Dios!”
Códigos del alma
“Las cosas comenzaron a cambiar pero, igual, me quedé sin nada. Prácticamente perdí todos mis bienes, menos uno de ellos, para mí vital: ¡la alegría! Puedo perderlo todo, menos la alegría de vivir. Hoy me satisface saber que no tengo un peso, ¡gracias a Dios! Y aún así, soy un hombre exitoso, porque hago lo que me agrada.
Mi madre, Adele Salaberry, ha tenido problemas allá en Trelew, la ciudad donde nací. ¿Qué hace Oscar en Costa Rica?, le preguntan. Da clases de tango y toca el bandoneón, responde mi vieja. ‘Y, ¿tan mal le va que tiene que dedicarse a eso?’, inquieren los demás. Yo los entiendo. Sencillamente no saben que para mí el éxito es hacer lo que me apasiona y vivir feliz, como ahora. No es la sociedad la que define quién es exitoso y quién fracasa, es cada uno de nosotros, en su interior, quien realmente lo sabe. Tengo una filosofía de vida simple y la certeza de que siempre podré salir de cualquier embrollo. Y si no puedo, ¡Dios me saca!”
Al consultarle sobre orígenes y motivaciones de su personalidad, don Oscar habla de doña Adele. “Es una mujer extraordinaria. Hace poco viajó sola a París a celebrar sus 91 años. A raíz de ese viaje de nuestra madre a Francia, mis hermanos, Luis y Néstor, me dijeron: “¡Ahora sabemos de dónde vienen tus locuras!”
La tarde transcurre en su pequeño pero cómodo apartamento en Escazú. Dos tazas de café siguen a medio terminar. Reviso a vuelapluma los apuntes y rescato la última de mis preguntas: ¿Por qué Costa Rica? “Porque ustedes no saben el país que tienen. Costa Rica es una marca registrada en el mundo. Por su gente. Por su democracia. Por la naturaleza. Por el clima. Que todas las mañanas sean espectaculares, eso no se consigue en todos los lugares.
“Por cierto, ahora que hablo del clima en este país, pienso que es como la vida. En la mañana hay claridad y belleza; después del medio día, es decir, de la plenitud, el cielo se oscurece. Y en la tarde, cae la lluvia, a veces implacable. Luego viene la noche. Sin embargo, al día siguiente… ¡amanece otra vez!”