EL LIBRO DE LA PAZ ha caído en manos de Eris, la diosa del caos, y solo hay dos personas que pueden traer la armonía al mundo de las 12 tribus. Uno es un príncipe, el otro es un pillo: Proteo y Simbad, respectivamente. Con ellos tendremos una aventura febril de reinos mágicos en la película Simbad: La leyenda de los siete mares (2003).
Se dice que esta será la última película de los estudios DreamWorks de dibujos animados, porque pretenden dedicarse a la animación solo por computadora. Habrá que ver si es cierto.
Por el momento, con Simbad: La leyenda de los siete mares, el dibujo animado se ve apoyado por la computadora. Así, mientras personajes y ambientes son dibujados, los monstruos y los fondos son recreados por ordenador. Sin llegar a ser un filme extraordinario, la mezcla ha pegado bien en el aspecto formal.
En Simbad, el argumento sale de una adaptación muy libre de uno de Los cuentos de las mil y una noches, ambientado con algún exotismo en el Mediterráneo. Sin embargo, también es cierto que el núcleo de la trama se apoya en la conocida historia de una fábula griega: la de la amistad entre Damón y Pitias.
O sea: se trata del amigo que pone la cabeza por pena de muerte en lugar del otro, mientras este -que es el condenado- va y cumple su misión, pero regresa a morir y a salvar al amigo. Por supuesto, ambos encontrarán la redención en el cumplimiento de ese acto.
En la película, el que debe marcharse es el pilluelo de Simbad, quien debe volver con el Libro de la Paz del que se ha apoderado la diosa Eris, y salvar -así- a su amigo Proteo. Por supuesto que Eris lo combate con monstruos tenebrosos y con peligros desconocidos, por lo que el duelo entre Simbad y Eris resulta más animado que un clásico entre Saprissa y la Liga.
Hay alguien más: una chica (¡cómo no!). Se trata de una mujer que se niega a ser princesa. Ella, como su nombre: Marina, quiere surcar aguas y peligros por los temidos siete mares. Marina es la pareja de Proteo y, por eso, se mete al barco de Simbad: para garantizarse de que este cumpla su misión.
Así, además de monstruos, va a surgir otro caos que ni la diosa Eris se imaginaba: el del amor, porque vamos a tener -en todo este lío- un triángulo amoroso de telenovela entre Simbad, Proteo y Marina. No hay duda: el amor también larga sus velas... hasta la infidelidad, y los dibujos resultan folletinescos.
La trama es predecible, las aventuras son inquietantes y hay más suspenso en las imágenes que en el relato, pero es sabido que la esplendidez gráfica no compensa una historia común. Lo cierto es que podemos disfrutar de la película, como sucedió con otras animadas de DreamWorks: El príncipe de Egipto (1998), El Dorado (2000) y Spirit (2002). ¡Y sin canciones esta vez!