Ellos son los que subieron al tren de la incertidumbre, tomaron el riesgo de enfrentarse a un futuro desconocido, ajeno a la seguridad de la tierra que los vio nacer, lejos de sus familiares y amigos.
En sus mochilas cargaban el espíritu de aventura, la necesidad de escribir un nuevo capítulo en sus vidas, el anhelo de encontrarse con ese amor que aún no habían visto cara a cara o la esperanza de construir un mejor mañana, con un negocio exitoso, una especialización académica o, simplemente, conseguir un trabajo que les diera de comer.
Por lo menos hay 1.300 costarricenses que residen en España, según datos de la embajada tica en ese país ibérico.
Algunos llevan décadas; otros, años, y también están los “recién llegados”, los que solo le han arrancado algunas hojas al calendario durante su estadía. Mas todos ellos se adaptan, a su ritmo, a la vida mediterránea. Alguno podrá decir que se vive más tranquilo y seguro que en las ciudades de Costa Rica, pero también hay retos duros y, en ocasiones, tragos amargos.
Cada uno tiene una historia. Proa visitó varias comunidades autónomas de la madre patria para rescatar algunas de ellas.
Empujados por el corazón
“Fue el amor”, afirma Axel Rodríguez cuando se le pregunta qué lo llevó a España.
Él conoció a su esposa, Eva Talavera, en el chat de un sitio electrónico de literatura. Distanciados por miles de kilómetros y una diferencia de ocho horas, el romance germinó en Skype y en visitas periódicas que el tico le hacía a la española, hasta que un día ambos reconocieron que el anhelo del afecto no podría vencerse hasta estar unidos.
Así, luego de meditar lo que cataloga como una “dura decisión”, Axel dejó su patria para hacer vida en pareja.
Desde hace dos años, vive en Córdoba, Andalucía, y asegura que es el único tico en esa comunidad del sur.
Su historia romántica se pone color de hormiga cuando menciona su principal pesar: la falta de opciones laborales. Pese a ser relacionista internacional, graduado de la Universidad Nacional, este joven de 27 años solo ha podido encontrar trabajo como mesero, gracias a que una organización no gubernamental lo vinculó a su empleador. En los últimos cuatro meses, ha laborado solamente cuatro días.
De hecho, se autocataloga como un “amo de casa”; pese a ello, está seguro de que la decisión de vivir del otro lado del océano fue la correcta. “Me enamoro continuamente de mi esposa y de la forma en que logra darle color hasta al día más oscuro”, dice.
El amor también fue lo que motivó a Cristian Solera a cambiar Tiquicia por Madrid. Su viaje fue concretamente para casarse. Y es que, por más que quisiera hacerlo en Costa Rica, le era imposible: su pareja es otro hombre. “Mi principal logro ha sido poder encontrar el amor, legalizar esa relación y vivirla libremente, cosa que no puede hacerse en Costa Rica y que era impensable para mí”, narra Cristian, casado desde hace año y medio con Sanjay Krishnankutty, un español de padre hindú.
Para Cristian ha sido un alivio dejar atrás los prejuicios y estereotipos que se tejen sobre la población homosexual, pues en España hay un mayor respeto y reconocimiento de los derechos de la comunidad gay.
“Es gratificante que un hombre pueda decir ‘tengo marido’ y que no le hagan mala cara”, argumenta.
Al igual que Axel, lo que más le ha costado es encontrar trabajo; en un año ha tenido apenas dos entrevistas. Las oportunidades de ambos se han reducido debido a la crisis económica mundial, que en España se ha manifestado en un desempleo del 20%, de los más altos de los últimos años.
El cónsul de Costa Rica en España, Ubaldo García, cuenta que las limitadas opciones laborales son, efectivamente el principal problema que afrontan los ticos que residen en el país ibérico. Asegura, además, que en los últimos años conoció varios casos de costarricenses que regresaron a Tiquicia debido a esta crisis. Eran personas que radicaban en Andalucía y Murcia, vinculadas con el sector construcción.
Sergio Ugalde, informático de 46 años, tuvo más suerte, pues encontró trabajo a los seis meses de su llegada; claro eso fue hace más un lustro, cuando la crisis todavía no se escribía con mayúscula.
Él decidió cambiar Barrio México por Barcelona, luego de que conoció a su esposa, Elena, por Internet. Ella como buena catalana, era amante de la música de Lluís Llach, y él, de Silvio Rodríguez' así empezó el amor, intercambiando canciones.
Sus vidas se completaron con Irene, su hija de cuatro años, a quien le explican que es mitad tica y mitad catalana.
Pese a lo bien que lo ha tratado la vida, aún recuerda y se llena de nostalgia.
“Es inevitable extrañar ciertas comidas, sabores, sonidos, colores... hay muchísimas cosas que no caben en una maleta. Pero por sobre todo, extrañás a todos esos seres queridos que has tenido que dejar atrás. Porque a pesar de que hoy la tecnología te permite mantener el contacto con tus familiares y amigos, hay cosas que inevitablemente se van perdiendo con la distancia. Es el precio que hay que pagar”.
El arte de sobrevivir
También están quienes van a España a buscarse a sí mismos, con el anhelo de dar con algo que les hace falta en Costa Rica. Esa es la experiencia de Katherine Cerdas, quien lleva ya siete años de ser una extranjera más en el primer mundo.
Ella, seducida por el flamenco, llegó a Sevilla en el 2004 para recibir un curso de canto para principiantes en la Fundación Cristina Heeren; luego ha sabido sobrevivir del arte, por ejemplo fue gestora del I Certamen de Coreografía de Danza Española y Flamenco en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Pero, ante la necesidad, también ha tenido que trabajar como camarera, o “en lo que salga”: “En esos primeros años acá, en los que tocaba hacer de todo, una empresa de animaciones me solicitó hacer un sombrero de reina egipcia para un evento. Acepté sin tener el menor conocimiento de costura, pero me las apañé.
“Hice el presupuesto para dos sombreros. Pasé dos días enteros cosiendo. Lo anecdótico está en que, como no sabía coser, el primero que hice me salió como un churro. Pero con lo que aprendí de ese, el segundo me quedó precioso y todo hecho a mano. Me felicitaron mucho por ese sombrero, fue lo mejor del traje; el primero anda por casa, lo uso de cojín'” , relata entre risas.
Katherine, de 29 años, dice que extraña “todo” de Costa Rica y que lo que más le gusta de España es “la vidilla que hay en cada rincón”, con lo que alude a los ambientes bohemios.
Cuenta además que se ha “enamorado, desenamorado y vuelto a enamorar y desenamorar”; por lo pronto, está soltera.
Alejandra Rodríguez Vargas también ha desarrollado el arte de sobrevivir. Afirma que estudió “don de gentes en la Universidad Autónoma de la Vida” y trabaja “esperando la temporada”, refiriéndose a los momentos en los que hay trabajo. Ella reside en la paradisíaca Palma de Mallorca, en las islas Baleares españolas.
Tiene 29 años de edad y diez de haber dejado su tierra. En España, se dedica a trabajar de mesera, pero está a punto de graduarse de un curso de estética profesional.
Entre sus anécdotas, recuerda el día en que quedó boquiabierta con las playas nudistas y el par de malos tratos que ha recibido por la frialdad de los españoles. “Estaba recién llegada y me fui a un bar, a buscar cigarros. Le pregunte a la dueña, si me hacía el favor de regalarme un paquete de cigarros y me dijo: ‘Aquí no se regala nada y se llama cajetilla de tabaco”, relata.
Negocios y estudios
Más que sobrevivir, fue el sobresalir lo que llevó a Anahí Páez y a su esposo, Manuel Congosto, a viajar a Barcelona para, desde allí, emprender su negocio: una importadora de cafés finos, Costa Rica Coffee Shop Europe, para clientes en toda Europa.
Ellos llevan instalados en Cataluña desde el 2007 y se llevaron a sus dos pequeños hijos. Además de desarrollar su negocio, se sienten cautivados por la calidad del transporte público y la seguridad con que se vive. Anahí recuerda la vez que fueron asaltados a mano armada en su propia vivienda, en Costa Rica.
No obstante, reconoce que vivir en Cataluña es complicado debido a las corrientes independentistas y a que, en el sistema educativo, el idioma que se utiliza es el catalán y no el castellano.
También son muchos los que se marchan a España para obtener un máster o un doctorado. El viaje de ellos sí tiene caducidad, pues, en teoría, cuando acaben sus estudios, deberán regresar. Sin embargo, antes de su retorno, muchos generaran redes, echan raíces y se cuestionan si volver o quedarse.
Uno de ello es Luis Diego González, quien desde hace ocho meses estudia una maestría en Tecnologías Multimedia, en la Universidad Autónoma de Barcelona.
El joven de 24 años planea quedarse una vez que se gradúe, pues quiere seguir especializándose en su campo.
En España, se reencontró con la vida de estudiante, mucho menos caótica que la de un trabajador de tiempo completo aquí; pero al mismo tiempo sabe que, pese a los amigos hechos, toda su vida y redes de seguridad están en Costa Rica.
“La idea de que uno viene solo y que el soporte de uno está a 8.500 kilómetros de distancia, te hace andar con cuidado”, dice.
También en Barcelona reside la costarricense Natalia Pérez, ella cursa una maestría en Filología y aunque esta termina en menos de tres meses, pretende asentarse en España, pues se enamoró de un madrileño y no quiere apartarse de él.
A diferencia de ellos, hay quienes sí tienen claro su retorno, como María José Cascante, politóloga de 28 años, residente desde hace dos en Salamanca. Ella cursa un doctorado y, aunque se ha enamorado de la ciudad, considera que ya es tiempo de volver.
En su estancia en España, ha logrado no solo expandir su currículo y su capital intelectual, sino que también ha crecido como persona: “Aquí uno ve de todo, conoce gente de todo el mundo y la manera de ver las cosas cambian. Es muy enriquecedor y fuerte”.
Laura Revelo, periodista y presentadora de televisión en Costa Rica, es otra de las estudiantes ticas en España. Ella estudia la maestría en Gestión de Empresas de Comunicación, en la Universidad de Navarra.
Así como Cascante, ella está segura de que regresará a su terruño, pero destaca que su equipaje de vuelta abundará en recuerdos multiculturales, sensaciones inolvidables y memorias de personas maravillosas.
Alonso Mata
periodista de La Nación