
Cuando le dijo que tenía que hablar muy seriamente con ella y la llevó a su cuarto, doña Helena González supo que su hijo le daría una noticia que le cambiaría la vida por completo. Y así fue.
Con un convencimiento inquebrantable, le comunicó que ingresaría a la orden de los cartujos y que se consagraría al silencio y a la meditación contemplativa.
Werner Thalman González, entonces de 25 años, acababa de obtener su título de arquitecto en la Universidad de Costa Rica (UCR), pero estaba seguro de que no se dedicaría a eso para siempre. En los últimos meses, a espaldas de sus progenitores, se había puesto en contacto con varias órdenes religiosas como los benedictinos, los trapenses y los cartujos, decidido a dar un viraje total a su existencia.
"Yo me imaginé que quizá quería convertirse en sacerdote, porque él era muy sensible a lo religioso, pero nunca que se convertiría en cartujo, y menos que ingresaría a un monasterio tan lejos de su país", explica doña Helena, quien, 11 años después de haber recibido aquella impactante noticia, no puede disimular su orgullo de madre.
El pasado 20 de marzo, el segundo de sus cinco vástagos asumió los votos perpetuos en el monasterio La Gran Cartuja (Le grande Chartreuse), en los pre-Alpes franceses. Y aunque doña Helena y sus hijas no pudieron estar presentes en la ceremonia -las mujeres no tienen permitido el ingreso-, siguieron paso a paso el proceso desde una hospedería que pertenece a los monjes cartujos, muy cerca del legendario monasterio (abierto en 1084 por San Bruno, fundador de la orden).
Transcurrida la ceremonia oficial, madre e hijas sí tuvieron la oportunidad de celebrarle en grande, con un pastel que prepararon ellas mismas sin una gota de leche, porque los monjes de esta orden no pueden consumir ese alimento durante la época de Cuaresma.
Werner -a quien ahora se le conoce solo como fray Seráfico, en honor a San Francisco de Asís- es el único monje cartujo costarricense que existe en la actualidad. Según una publicación del Eco Católico , le antecedió monseñor Carlos Humberto Rodríguez Quirós, cuarto arzobispo de San José, fallecido en 1986). Este hizo sus votos en La Cartuja de Lucca, en Italia, en noviembre de 1938, y los renovó en enero de 1946 en la Real Cartuja de Miraflores, en Burgos, España.
Antes de ingresar a la Gran Cartuja, en Francia, fray Seráfico había realizado pasantías en otros conventos contemplativos. Primero, estuvo un corto período en un monasterio benedictino y en otro trapense, ambos en Venezuela. Después ingresó a uno cartujo, en Brasil, donde comprobó cuál era su verdadera vocación.
En setiembre de 1998, fue trasladado a Francia. Allí, además de restaurar documentos y libros antiquísimos en la biblioteca medieval del monasterio, es uno de los artistas de la orden. Construye instrumentos musicales, pinta cuadros y talla esculturas para los 24 monasterios cartujos que hay en el mundo.
Desde muy niño, siempre había destacado por sus dotes artísticos. Todas las pinturas que cuelgan de las paredes de la casa de su madre, en Santa Marta de Montes de Oca, fueron elaboradas por el muchacho durante su adolescencia y juventud. Ángeles, niños acompañados de figuras celestiales y mujeres representando a la Iglesia, fueron siempre sus motivos predilectos.
En el Conservatorio Castella, donde curso la primaria y la secundaria, sus compañeros lo recuerdan como una persona especial. Aunque era brillante, simpático, bromista, bien parecido y entusiasta (filmó varias películas en 8 milímetros con el club fílmico La Vampirrosa, así llamado por los estudiantes); todos veían en Werner a alguien muy espiritual y reflexivo, al que había que tomarse muy en serio, pues prometía llegar lejos. ( Ver nota adjunta ).
Días de oración. "¿Por qué cartujo?", le preguntó doña Helena a su hijo cuando este le comunicó la decisión tomada. Y el joven le respondió que anhelaba alcanzar una relación más íntima con Dios, consagrarse por completo a Él y así, en el silencio y la soledad, rogarle misericordia para el mundo.
Esta es la filosofía de dicha orden religiosa, cuyos seguidores piensan que "al abrazar la vida oculta, no abandonan a la familia humana, sino que consagrándose exclusivamente a Dios, cumplen una misión en la Iglesia, donde lo visible está ordenado a lo invisible, la acción a la contemplación", según puede leerse en la página electrónica www.chartreux.org
Los cartujos, a diferencia de otras órdenes religiosas - explicó doña Helena- no realizan actividades pastorales abiertas porque perderían su razón de ser. Sin embargo, eso no quiere decir que ignoren las necesidades terrenales. En Francia, por ejemplo, los monjes colaboran económicamente con el mantenimiento de un hospital y comercializan un licor elaborado con hierbas para sostenerse y, sobre todo, para destinar las ganancias a obras benéficas.
Al igual que fray Seráfico, los 17 integrantes de La Gran Cartuja (en todo el planeta hay 500 monjes cartujos), cumplen con una rutina cotidiana, llena de sacrificios y devoción. Su día comienza a las 11:45 de la noche, que es cuando se levantan para iniciar, a las 12 en punto, las primeras oraciones, llamadas maitines del oficio parvo de Nuestra Señora; cada uno en su pequeña y rústica celda.
Luego, en la completa oscuridad de la noche, todos se trasladan hasta el templo para continuar rezando hasta las 2:45 de la madrugada. Regresan a sus habitaciones, duermen cuatro horas y reinician su contemplación a las 6:45 a. m., con el Angelus, los ejercicios espirituales, la misa y otras oraciones que se extienden durante el resto de la jornada, hasta las 8 de la noche, hora de conciliar el sueño.
Durante "el tiempo libre", cada monje se dedica a sus propias actividades: algunos se desempeñan como sastres, otros siembran hortalizas, y están quienes realizan labores administrativas. Fray Seráfico, por su parte, se interna en la biblioteca. En el 2008, cuando se ordene como sacerdote, también podrá celebrar misa y realizar confesiones.
La mayor parte del tiempo, los cartujos no deben conversar y solo pueden hacerlo con el Prior (el superior), si la necesidad lo amerita y de una manera muy escueta. También hacen del ayuno una constante y solamente pueden salir del monasterio una vez a la semana: los lunes, día en que realizan una caminata en grupo por la montaña. Los domingos sí dialogan entre ellos a la hora del almuerzo; de hecho, es el único día en que comparten los alimentos porque siempre les sirven la comida en la celda.
Sus familiares los pueden visitar una vez al año y por dos días en los que sí se les permite hablar; claro que sin dejar de lado sus responsabilidades espirituales.
"Cuando lo visitamos, lo ponemos al tanto de todo lo que sucede con nosotros y en Costa Rica. Y él no para de hablar. Sabemos que después, todo habrá que contarlo por medio de las tres o cuatro cartas que nos intercambiamos al año. Si ocurre una emergencia, sí se nos permite comunicarnos con él mediante un fax. El único que puede usar Internet, radio, televisión o correo electrónico es el Procurador, que es el monje que sí tiene contacto con el exterior", dice doña Helena, mientras muestra fotografías y correspondencia de su hijo.
Para ella, el momento más especial es cuando puede visitarlo en el monasterio Francia, pues comprueba que fray Seráfico es un hombre sumamente feliz, que vive en un sitio singular "donde se siente la presencia de Dios en cada rincón".
"Cuando nos despedimos, tratamos de no llorar, pero qué va, siempre afloran las lágrimas. La última vez, él nos contó que al decirnos el adiós se quedó muy triste en el pretil de una fuente viendo cómo se alejaba nuestro auto", relata doña Helena.
Como ya hizo los votos perpetuos, fray Seráfico no tiene marcha atrás. Cuando muera, será sepultado en el monasterio y, en su tumba, solo habrá una cruz sin nombre. Después de todo, de eso se trata la orden cartuja: de la necesidad de despojarse del mundo, para que Dios tome completa posesión de la persona.