Al llegar a Cartago en 1840, el embajador especial de los Estados Unidos en Centroamérica, John Lloyd Ste-phens, la describió como una ciudad cuyas iglesias eran “grandes e imponentes”. “Las casas tenían corrales con tapias tan altas como las mismas casas, y su quietud era extraordinaria. Cabalgamos por una calle muy larga sin haber visto una sola persona, y estaban desiertas las calles transversales, que se extendían por uno y otro lado hasta muy lejos”, añadió Stephens en su libro Incidentes de viajes en Centroamérica, Chiapas y Yucatán.
Una vida social limitada y la escasa presencia de transeúntes en la ciudad llamaron la atención de los viajeros que visitaron Cartago durante los primeros dos tercios del siglo XIX. Los días bulliciosos eran el jueves (de mercado) y el domingo (de misa y revista militar); además, había alguna que otra reunión en las casas de habitación o en los hoteles.
Impactos de un sismo. Un año después de dicha visita, el terremoto del día de san Antolín (2 de setiembre de 1841) destruyó casi toda la ciudad. Al inicio se creyó que el terremoto fue producido por el volcán Irazú pues había empezado a retumbar cuatro días antes; sin embargo, todo parece indicar que fue un sismo causado por el choque de placas porque la descripción indica que “el primer movimiento fue un impulso ondulatorio, al que sucedió inmediatamente otro hacia arriba o de trepidación”.
Según el jefe político superior de Cartago, Telésforo Peralta, durante el terremoto, “más de una tercera parte de la población ['], que en ese tiempo se computaba en algo más de 17.000 almas, quedó durante varias horas bajo las ruinas de la ciudad”.
El parte oficial de Peralta describió así el hecho: “El día 2 de setiembre de este año a las 6:30 de la mañana se sintió un fuerte temblor, que en menos tiempo de un minuto arruinó los edificios de la ciudad y barrios [']. La gente de esta ciudad, compuesta de 16 a 18 mil almas, quedaron bajo las ruinas, y por una rareza admirable solo murieron 16 personas entre párvulos y adultos”.
El impacto que tuvo el sismo en el centro de la ciudad fue enfatizado por Peralta al indicar que, “de 600 casas grandes y hermosas, y a más los edificios públicos, todo fue destruido cayendo completamente 291 de aquellas, el resto inútil y amenazando ruina, a excepción de 4 casas de piedra, 5 de horcones y 3 de tierra [adobe] [que] solamente pueden componerse. Lo adornaban 7 templos, de los cuales 5 se inutilizaron de un todo y 2 admiten composición”.
A la descripción anterior, el viajero irlandés Thomas F. Meagher, quien nos visitó en 1858 y 1859, añade que todas “las casas, menos una, fueron derribadas, y aún esta quedó considerablemente dañada” ( Vacaciones en Costa Rica ).
A su vez, los viajeros alemanes Wagner y Scherzer calcularon que los daños ascendieron a casi un millón de dólares de entonces. Además, se perdieron recuerdos, vestimentas, mobiliarios y documentos legales y personales. La fuerte vinculación arquitectónica con el período colonial también se rompió para siempre.
Reacciones. El sismo también produjo importantes daños en las ciudades de San José y Heredia, donde se destruyeron casas, oficinas y comercios; pero el impacto mayor fue en Cartago. Las disposiciones de la dictadura de Braulio Carrillo (1838-1842) para atender los efectos de la catástrofe comenzaron con un mensaje muy sentido. El manifiesto, impreso el 2 de setiembre de 1841, señala:
“Costarricenses: Todos correspondéis a una misma familia. Los males que un pueblo sufre os deben ser y son, en realidad, comunes [']. Sed generosos y alargad una mano protectora a vuestros hermanos afligidos; ocurrid a ayudarles para que hagan siquiera pajares en que abrigar a sus familias; llevadles víveres para que alimenten a sus tiernos hijos que lloran, en su propio dolor, el de sus padres; traed a vuestras casas y dad de comer a los que os pidan hospitalidad”.
En total, el terremoto de san Antolín destruyó 4.205 inmuebles en todo el país. En la provincia de Cartago cayeron 2.176 construcciones, en la provincia de San José 1.664, y en Heredia 362. La ciudad de Alajuela reportó solo tres edificaciones inutilizadas, cuya demolición debía hacerse de inmediato.
Sin tardanza, el Gobierno de Carrillo emitió órdenes a los jefes políticos y militares de Heredia, Alajuela y San José para que recogiesen víveres, palas y azadas, y para que remitieran todas las tiendas de campaña y encerados disponibles a fin de albergar familias y oficinas públicas.
Con el objetivo de mantener el orden se decretó formar una tropa de 52 hombres dotada de provisión de comida. Este grupo debía dedicarse al “desaterro de casas, desague y limpieza de acequias, construcción de ranchos, provisión de víveres y demás providencias”.
Igualmente, el Gobierno dispuso: 1) recoger, de entre los escombros, todos los archivos oficiales y remitirlos a la capital; 2) asignar personal para evaluar los daños en Cartago y ciudades afectadas; 3) anunciar que “todos los hombres desde la edad de doce años son obligados a concurrir”; 4) levantar un plano de la ciudad que incluyese el nuevo trazado de calles basado en los parámetros republicanos.
Las órdenes emitidas por Carrillo denotan que, a diferencia del terremoto de san Estanislao (1822), Costa Rica estaba más organizada políticamente.
Primer código. Las disposiciones de Carrillo no se limitaron a la atención inmediata del terremoto, sino que también se materializaron en la promulgación del primer código de construcción que se conoce en Costa Rica, emitido el 23 de octubre de 1841.
Con dicho código se procuraron los siguientes objetivos: “Reedificar la ciudad, normar los sistemas de construcción existentes y tomar las providencias para poder financiar la construcción de los edificios públicos”.
El gobierno calculó en 4.205 los bienes destruidos, mientras que Meagher narra que dicho terremoto arruinó “totalmente 916 casas, dañando 1.004 y matando 22 personas”. Por su parte, Cleto González Víquez fijó en 38 el número total de víctimas.
El terremoto de 1841 promovió la discusión pública sobre el sistema constructivo y sobre la seguridad y la salubridad públicas, y cambió el paisaje urbano del Valle Central. De tal forma, dicho terremoto motivó el primer código de construcción, que sería actualizado luego del terremoto del día de santa Mónica, del 4 de mayo de 1910.
Al final, la historia de la ciudad de Cartago es fiel a las palabras que emitió su gobernador, Telésforo Peralta, en 1858:
“Sin embargo, tan grande es el apego de las gentes de Cartago a su tierra, que sufren todos estos males con paciencia, y, tan pronto como es derribada su querida ciudad, la reconstruyen con las ruinas”.
El viajero alemán Wilhem Marr, de visita en Costa Rica en 1854, tuvo una perspectiva similar en su libro Viaje a Centroamérica:
“En Cartago, como en todas partes, los hombres son una especie extravagante. En 1841, el volcán [ sic ] les derribó toda la ciudad, y no solo la han reedificado en el mismo sitio, sino que se han ido acercando cada vez más al cráter [del Irazú] con sus plantaciones”.
LA AUTORA ES DOCENTE E INVESTIGADORA EN LA ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES Y DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES EN IDENTIDAD Y CULTURA LATINOAMERICANAS (CIICLA) DE LA UCR. ESTE ARTÍCULO SINTETIZA ASPECTOS DE UN LIBRO QUE PREPARA SOBRE LA CIUDAD DE CARTAGO EN LOS SIGLOS XIX Y XX.