Una visita al aeropuerto de París, una mujer misteriosa, la muerte de un hombre: estas son las dispersas imágenes de su niñez que atormentan a un prisionero en los años posteriores a la Tercera Guerra Mundial. París yace en ruinas, y los pocos sobrevivientes se han refugiado en los túneles subterráneos mientras buscan una forma de reconstruir su sociedad y volver a la superficie.
Con ese fin se realizan varios experimentos con viajes en el tiempo y, conociendo la obsesión del prisionero por esos recuerdos, los científicos lo utilizan como participante para que así pueda llegar al pasado o al futuro y pedir ayuda para salvar el presente. El prisionero viaja hasta su pasado, donde se reencuentra con aquella mujer misteriosa y comprende el significado de las imágenes que lo atormentan.
Ese es el argumento de La jetée (El muelle, 1962), la obra más aclamada e influyente del cineasta francés Chris Marker. Realizado con un bajísimo presupuesto, este cortometraje experimental de ciencia- ficción se reconoce además por estar construido casi que totalmente con fotografías fijas. La cinta ha servido de inspiración para incontables obras audiovisuales, y su vigencia se evidenció con su inclusión en la lista de las 50 Mejores Películas de la Historia por parte de la revista Sight & Sound .
Más allá de su audaz estructura y composición, El muelle también es la formulación más temprana de los temas que preocuparían a Marker a lo largo de su carrera: la construcción de la memoria personal, los caprichos de la historia colectiva, los efectos del paso del tiempo y la imposibilidad de las imágenes de recapturar un momento perdido.
Margen izquierda. Poco es lo que se sabe de la vida privada de Christian François Bouche-Villeneuve, mejor conocido por su nombre artístico como Chris Marker . Incluso su lugar de nacimiento está en disputa: se sostiene con cierto grado de certeza que nació en París; él decía que había nacido en Ulan Bator, Mongolia.
Sin importar su origen, lo cierto es que Marker empezó a interesarse en la realización cinematográfica en la década de 1950, cuando ya tenía más de 30 años y algún tiempo trabajando como periodista.
Se asoció primeramente con los miembros del llamado Grupo de la Margen Izquierda, al que pertenecían cineastas franceses como Agnès Varda y Alain Resnais. Con este último, Marker empezaría a desarrollar su particular lenguaje cinematográfico, especialmente en su documental colaborativo Les statues meurent aussi (Las estatuas también mueren, 1953), en el que un repaso por el arte del África se convierte en una excusa para polemizar sobre el efecto del colonialismo en el blanqueo de la cultura africana.
El formalismo estético de Resnais lo llevaría a volcarse hacia el cine de ficción en los años siguientes, pero la aguda curiosidad de Marker lo mantendría unido al formato del documental, particularmente a uno de tipo ensayístico y de carácter profundamente subjetivo y reflexivo, que ya empezaría a manifestarse en trabajos tempraneros como Dimanche à Pekin (Un domingo en Pekín, 1956) y Lettre de Sibérie (Carta de Siberia, 1957).
Todo lo que es sólido' Luego del cálido recibimiento que les fue otorgado a sus primeros documentales y a El muelle , Marker se dedicaría al cine político durante buena parte de los años 60 y 70, al igual que muchos otros directores socialmente comprometidos.
Durante ese tiempo participó en la realización de documentales sobre temas polémicos, como la Revolución Cubana ( ¡Cuba sí!, de 1961), la guerra de Vietnam (el filme-ómnibus Lejos de Vietnam , de 1967), el movimiento obrero en Francia ( À bientôt, j'espère , de 1968) y el gobierno de Salvador Allende, en Chile (Marker donó los rollos de película que Patricio Guzmán utilizó para filmar su obra definitiva sobre el golpe militar, La batalla de Chile ).
Ese período de intenso fervor revolucionario llegaría a su punto culminante con el lanzamiento de Le fond de l'air est rouge (El fondo del aire es rojo, 1977).
Ese documental de más de cuatro horas es un análisis perceptivo de la historia del movimiento socialista antes y después de mayo del 68, así como una reflexión sobre la memoria histórica en sí misma y la manera en que el significado de los recuerdos cambia con el paso del tiempo. Así, lo que alguna vez pareció un momento revolucionario claro e indiscutible pronto se desvanecería en el aire.
Curiosamente, Marker revisitaría el documental 16 años después, en 1993, realizándoles modificaciones a su estructura y su duración, y alterando algunas de sus observaciones originales: expresión evidente de que tanto la creación cinematográfica como la construcción de la memoria y la historia son un constante trabajo en progreso.
El vértigo del tiempo. Después de su época de agitación política, Marker regresaría a un cine más personal, con Sans soleil (Sin sol, 1983), su mejor trabajo y la encapsulación más concreta de todas sus preocupaciones filosóficas y estilísticas.
En su nivel más básico, la película se compone de una serie de cartas que un camarógrafo de nombre Sándor Krasna envía a una narradora femenina expresándole varias anécdotas sobre sus viajes.
Sin embargo, este es apenas el punto de partida para una asombrosa meditación narrativa y visual sobre el vértigo del tiempo, la función de la representación, la falsificación de memorias imposibles y la futilidad del recuerdo.
Sin sol es una mezcla de reflexiva narración semificticia con un montaje magistral de imágenes captadas por Marker a lo largo de sus viajes por el mundo, particularmente por Guinea-Bissau y Japón. Se lo considera ampliamente el epítome del cine-ensayo como género cinematográfico.
Haz gatos, no la guerra. Durante los 29 años que siguieron el lanzamiento de Sin sol , la producción artística de Chris Marker no se detuvo; al contrario, estos fueron algunos de los años más productivos de una carrera ya de por sí prolífica.
Su trabajo siempre se interesó por hurgar en las esquinas más recónditas de la memoria y el pasado, pero Marker mostró también gran curiosidad por la tecnología digital y los multimedios.
En sus últimos años se dedicó a trabajar en documentales experimentales, instalaciones en museos y CD-ROM interactivos que exploraban al máximo las posibilidades brindadas por la computación y demás avances tecnológicos.
Otras dos constantes en su vida fueron su deseo de privacidad y su amor por los gatos. Sus películas están llenas de referencias y guiños hacia los felinos. Incluso Chats perchés (Gatos encaramados, 2004), utiliza la misteriosa aparición de grafitis de gatos en las calles de París como base para un jocoso y sensible análisis sobre la realidad política de Francia y del mundo a mediados de la década pasada.
Tanto era el aprecio de Marker por su privacidad y por los gatos que, cuando un periodista le solicitaba una foto para acompañar un artículo, el director le enviaba un dibujo de su gato Guillaume-en-Egypte.
Chris Marker murió en su casa de París el pasado 29 de julio, el día de su cumpleaños número 91. Al conmemorar una larga y fructífera carrera que dejó como legado algunas de las obras cinematográficas más inquisitivas y originales de la segunda mitad del siglo XX, es apropiado parafrasear las líneas que cierran Gatos encaramados , su última gran obra:
“Gracias, gato: te necesitaremos mucho allá donde vayamos”.
El autor escribe 'Café Lumiére', una columna mensual dedicada al cine, la música y el arte en el sitio de cultura alternativa 89decibeles.com.