En Escazú hay un lugar que embruja al comensal, no con pócimas llenas de sustancias extrañas sino con un surtido de 34 boquitas que atrae desde familias enteras, universitarios, ejecutivos encorbatados, empleados municipales hasta señoras que peinan canas.
Como resultado de este hechizo, el visitante siempre queda convidado a volver al bar restaurante Yakki.
Una costillita de cerdo en salsa de barbacoa, un suculento elote con mantequilla, un sabroso chifrijo o unos enormes nachos son algunos de las tradicionales bocas que encantan a los comensales.
Allí se ofrece boquitas entre los ¢500 y los ¢1.700. No son platados enormes, sino medianitos –a excepción de los nachos– que le posibilitan al antojado seguir probando otras propuestas en la lista.
El infaltable chifrijo es muy rico: buen sabor, ricos trozos de chicharrón de posta, frijolitos bien sazonados y un chilito jalapeño buenísimo. En cambio, la boca de chicharrón queda en deuda no solo por presentación, sino también por sabor: si bien es cierto los pedazos de carne son grandes, el gusto de estos chicharrones no es tan atractivo como los del chifrijo; eso sí, la yuca estaba bien.
El arroz con carne y los tacos son otras buenas elecciones. El arroz viene acompañado con ensalada y cumple las expectativas. Los tacos llegan a la mesa bien cargaditos de carne, tapados en repollo fresquito y poco grasosos, a pesar de ser fritos.
Al parecer uno de los favoritos del lugar son los nachos y se entiende porqué: son grandes, ricos y sirven para picar un largo rato. Vienen con carne o pollo, frijoles y queso amarillo derretido –su único defecto–.
El maduro con queso llegó a la mesa y fue mal juzgado por su apariencia. Sin embargo, aquel plátano abierto de par en par y con queso molido encima estaba riquísimo con perfecta combinación entre dulce y salado.
Quedó un antojo: el elote con mantequilla. Fueron tantos los que se vieron pasar a otras mesas y tantas las ganas con las que otros devorados aquella boca que el embrujo surtió efecto: ¡Volveremos!
Doriam Díaz