Imagino que los morados están como hormigas en tapa de dulce con el regreso de Óscar Duarte. Algunos, que no tienen vela en el entierro, hablaron porque la lengua no tiene hueso o escribieron más de la cuenta porque el papel aguanta lo que le pongan. “Negociazo, firmar a un jugador de 35 años”, expresaron y escribieron.
Es un atrevimiento y una ignorancia enorme, pero, como dijo Mark Twain: “Nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”. Entonces, ustedes y yo tampoco vamos a caer tan bajo, con alguien que diga: “¡Fichajote el de Óscar Duarte!”. Al fin de cuentas, por más que le expliquen, nunca entenderá que Duarte es un morado que no destiñe. Óscar es ejemplo del ADN saprissista.
Y antes de seguir, aclaro: no escribo para vanagloriar a nadie, menos para ponerle miel, como se dice ahora. Así que, si aún me acompaña hasta aquí, estoy seguro de que seguirá hasta el final. Póngase cómodo y disfrute de ese ADN de Saprissa que sí existe; si no, pregúntenselo a Óscar Duarte.
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¿Qué es el ADN?, me dirá alguno. Creo que no tiene una definición exacta. Unos pensarán una cosa y otros dirán otra. Para mí, es un modelo deportivo y formativo, el legado triunfador del equipo al que se relaciona, el apego y el sentimiento que se le tiene al club.
Hace dos meses, cuando anunció que no seguiría más en la Selección Nacional, Óscar Duarte dijo que le encantaría terminar su carrera como profesional en Saprissa, el club donde empezó a dar sus primeros pasos en el fútbol. “Es mi anhelo”, dijo el defensa, y quizá en ese momento le pasó por la cabeza el recuerdo de cuando era un niño y salía junto a su madre de su casa en Guadalupe para ir a entrenar con Saprissa.
Al regresar y firmar por tres años con los tibaseños, Duarte demostró que lo dicho no fueron palabras que se las llevó el viento, sino un sentimiento, un sueño de un veterano que deseaba verlo hecho realidad. Siendo un legionario, Óscar no celebró los títulos de Saprissa a la distancia, no se metió al camerino a festejar con el plantel, no posteó fotos con la camisa morada y después le dio la espalda al equipo por unos dólares más. Duarte se apegó al ADN que le inculcaron desde niño y, once años después, quiso regresar al sitio donde todo empezó.
Tengo fresco el recuerdo de hace cinco años, cuando Óscar estaba con la Selección Nacional y en una foto que colocó en una de sus redes sociales, un aficionado le escribió en un comentario: “¿Saprissa?”, junto a unos corazones. Y el mundialista de Brasil 2014 y Rusia 2018 le respondió: “Obvio”.
Óscar Duarte tiene ese ADN, el mismo del que constantemente habla Vladimir Quesada, quien es un ejemplo vivo del ADN que camina por los pasillos del Estadio Ricardo Saprissa.
“Yo nací aquí, me crié aquí, me inculcaron ser un ganador. Me enseñaron a ganarlo todo. No he tenido otro trabajo y quiero pensionarme aquí”, es parte de lo que ha dicho Vladimir, en este momento el mayor reflejo de lo que es el apego a Saprissa, el ADN morado.
Con Óscar Duarte, Saprissa gana a un defensor de mucha experiencia, pero, sobre todo, a una persona con amor a la institución. Alguien que en los entrenamientos y los partidos va a transmitir a los más jóvenes la mística del club, el compromiso y las ganas de crecer, los deseos de pertenencia y superación, y el deseo de dejar huella en el equipo más ganador de Costa Rica. Y eso del más ganador no lo digo yo, sino los 40 títulos a nivel nacional. El ADN de Saprissa existe; en la cancha, algunos le han llamado saprihora, noches mágicas. No sé, simplemente es un equipo que en el campo de juego logra que sucedan las cosas, y aún no hay explicación de cómo lo hace. ¿Será el ADN?
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