Faltan dos días para la final de la Copa América mientras escribo estas líneas y la ‘Messimanía’ no me deja lugar a dudas: Si el fútbol fuera el mundo mágico de Disney, Lionel Messi sería su Mickey Mouse. El ícono. Un must. El que hay que ver antes de morir. El personaje. La marca.
Sin embargo, el jugador de fútbol ya no es lo que fue. Tampoco está obligado a seguir siéndolo a sus 37 años. Más bien, ha llegado muy lejos gracias a su extraordinario talento y al gentil patrocinio de la mercadotecnia.
Messi sigue siendo el producto estrella, como evidencia el corte comercial de cada transmisión televisiva. De entrada, tarjeta de crédito en mano, Messi paga “lo de todos” en una tienda deportiva. De inmediato, preguntarnos en cada momento “¿qué haría Messi?” nos resuelve cualquier disyuntiva de la vida en el siguiente comercial, la oferta de una camiseta albiceleste, con el pago adicional de no sé cuánto, de no sé cuál local, de quién sabe qué país.
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¿Qué haría Messi?
Messi llena los estadios de los Estados Unidos, sede de la Copa América 2024 y de la próxima Copa del Mundo. Messi sigue siendo Messi, como Jordan cuando ya no era capaz de imponerse en su ocaso con los Wizards de Washington o Roger Federer en sus últimas presentaciones como Su Majestad.
Valga aclarar -por franqueza- la diferencia entre Messi, Jordan y Federer para el ferviente aficionado que aún vive en mis adentros (ya no el periodista y mucho menos el jefe de la sección deportiva de La Nación): el argentino nunca fue santo de mi devoción. A Jordan y a Federer los tengo en un pedestal.
¿Por qué? Mero capricho. Ya usted sabe: Barcelona vs. Real Madrid, Messi vs. Cristiano, Argentina vs. Brasil, Batman vs. el Guasón, el Coyote vs. el Correcaminos y todos esos antagonismos que nos marcan como consumidores del entretenimiento. Solemos afiliarnos a equipos y personajes y desarrollar sentimientos de identidad y rivalidad fuera de toda lógica.
Y con Messi -como he admitido en otros artículos- me cuesta digerir la casi obligación de idolatrarlo a toda costa, aun cuando juegue apenas aceptable: Messi aquí, Messi allá, Messi es el mejor, Messi es el Balón de Oro, Messi es la cabra...
¡¿Qué es eso de la cabra?! Hasta me siento un poco viejo ignorando un término que para las nuevas generaciones está al nivel de “Paco y Lola” (aaaah, ¿no saben los jóvenes qué es “Paco y Lola”?). La ventaja es que eso de la cabra no cuesta mucho averiguarlo en Google: Messi ha sido proclamado por sus fanáticos “Greatest of all time” (El más grandioso de todos los tiempos), una frase cuyas iniciales en inglés, GOAT, se han popularizado. Y ‘goat’, en español, no es otra cosa que “cabra”.
Permítame al menos berrear. ¿Las cabras balan o berrean?
Yo berreo cuando veo a Argentina en la final de la Copa América -casualmente jugada en Miami, el Magic Kingdom de Messi- sin haber enfrentado a ninguno de los candidatos al título. Colombia, en cambio, debió tutearse dos veces con Brasil y sobrevivir a la guerra contra Uruguay en una llave evidentemente dispar. La de Argentina parece salida del sombrero de Mickey Mouse en el dibujo animado de Fantasía. Jamás pensaría que hubo truco, pero qué suerte tienen a veces los que atraen más audiencias.
Según un reportaje de CNN en español, Forbes informa de un crecimiento en las redes sociales de la MLS desde que Messi firmó con el Inter de Miami, en julio del año pasado: 26% más de seguidores en TikTok y un incremento del 50% en las interacciones en Instagram. En la actual temporada, la venta de boletos para los partidos ha crecido un 15% y los rivales del Inter buscan sedes más grandes cuando lo enfrentan.
En definitiva, si Walt Disney hubiese inventado el fútbol, de su lápiz habría nacido el Lio, con esa capacidad de vender gorras, camisetas, helados, chocolates, medias, boxers, jarras, peluches, llaveros, pantuflas... e ilusiones.
Messi ya no es el mismo en la cancha, con solo un pírrico gol en la Copa América, de escasa factura comparado con sus mejores tantos.
Ya no es el que toma la pelota, frena, acelera, hace un regate, dribla en eslalon, esquiva una falta, escapa a la mano que intenta agarrarlo de la camiseta, desparrama rivales, vuelve a frenar, arranca, encara, amaga y puntea mágicamente la pelota (picadita) sobre el achique del guardameta (ha tenido varios mano a mano y ninguno ha terminado en gol). Aún es capaz de alguna genialidad, por supuesto, de las que antes hacía diez por juego. Sigue siendo muy bueno (otrora extraordinario), pese a largos tramos de partido sin protagonismo. De todas formas, cualquier intervención suya medianamente destacable será glorificada por el narrador y el comentarista.
Igual me sentaré a verlo. Ni tonto que fuera. A fin de cuentas, a Mickey Mouse lo tendremos siempre. A Messi, no. Messi se va. Y debo admitir que me hará falta, así sea para llevarle la contraria a sus feligreses.
Posdata
Prefiero una foto con Darth Vader que con Mickey Mouse. No sé: la personalidad de Mickey me ha parecido algo insípida, incluso cuando dijo su frase célebre: “¿Qué mirás, bobo?”
Posdata 2
Para que usted termine de llamarme hereje del fútbol, le comparto un par de artículos escritos en otro momento. En mi defensa, voy a decir que al menos hay uno que irremediablemente se rinde ante las genialidades de Messi: Oda (odio) al Barcelona. Y por si acaso no basta, en otro hasta pido perdón.
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Posdata 3
Esta es la única posdata de verdad, escrita pospartido (todo lo demás lo escribí antes de la final): festejo cuando la buena marca anula a Messi, pero lamento su salida ante Colombia por lesión.