Nota del autor: este artículo de opinión fue compartido con los suscriptores de La Nación el miércoles al mediodía. Es justo reconocer que horas después, una vez finalizado el juego de Saprissa contra Pérez Zeledón, Vladimir Quesada aseguró que sus palabras sobre el torneo de Copa (“no me gusta, no es un torneo importante”) han sido tergiversadas en el ambiente futbolero. Reiteró que Saprissa desea ganar todo, pese a que no le guste un torneo, su formato o el momento en que lo calendarizan.
Intentaré no detenerme mucho en el gastado debate, tan lleno de buenas razones como de tonterías, sobre el ADN de Saprissa. Por supuesto que existe.
Entendido como esa identidad que se transmite de generación en generación, de plantel en plantel, de jugador a jugador, no amerita mayor discusión. Es el conjunto de valores y aspiraciones de un club. Nada mágico, nada inexplicable.
Todo aquel que se pone la morada —por citar un ejemplo— sabe que sus antecesores han ganado campeonatos en tiempo de descuento y quiere emular esos gloriosos triunfos. Así de simple.
O, como dijo “El Danny” en el inicio del más reciente programa Los Saprissa: El cuadro morado es “el más grande, el tetracampeón, el que tiene todas las copas”. Saprissa es o cree serlo. Da lo mismo. Ambas cosas componen su identidad: lo irrefutable, como los 40 títulos, se mezcla con lo intangible, como la fuerza en la Saprihora (aunque no sea el equipo con más goles en la agonía de los partidos).
¿Estamos de acuerdo? Listo. Estamos.
Seguimos entonces: ese ADN —que sí existe— implica la voracidad y capacidad para ganar todo lo que se meta por delante. Ese ADN no debería permitir el menosprecio al Torneo de Copa, una vez que la prematura eliminación en cuartos de final ante el Santos deja al cuadro morado sin su tercer trofeo en la temporada (ya había perdido la Supercopa ante Herediano y la Recopa ante Alajuelense).
No me malinterprete: Vladimir Quesada, usted y yo sabemos que no todos los trofeos valen lo mismo.
Saprissa aún está en disputa de los dos más preciados: el que despierta todas las pasiones (el Campeonato Nacional) y el que pone a prueba a los equipos ticos contra los campeones del área (la Copa Centroamericana). Según yo, uno no tiene mucho que envidiarle al otro, futbolísticamente hablando, si bien el aficionado suele disfrutar más el título casero. Es lógico. Ningún saprissista se amamanta en sus primeros meses de vida con triunfos sobre el Comunicaciones o el Motagua. Cuestión de pasiones.
En este momento, sin embargo, a Saprissa no le caería nada mal recuperar su grandeza en el área. Quizás, y solo quizás, lo necesita más que el campeonato nacional. Alajuelense, en cambio, sabe que su semestre no estará completo sin el trofeo de andar por casa. Realidades distintas.
Con semejante disputa por delante, no pretendo que Saprissa llore a mares por la pérdida de la copa costarricense, el trofeo de menos quilates en el semestre; tan solo sería congruente con el ADN morado no menospreciarlo justo cuando ya no se puede ganar.
¿Lo quiere ganar todo o solo quiere ganar lo que gana?
Incluso se valdría decir: En este torneo no apostaremos al título sino a dar oportunidad a los jóvenes y ritmo a quienes lo necesitan. Pero no. Saprissa expresa su deseo de ganar hasta el campeonato de “chumicos”.
El ADN morado, entonces, no debería permitirse esa contradicción en el discurso, aunque entiendo que a cualquiera le sucede, y más aún al calor del resultado. Y no lo digo solo por Vladimir Quesada, quien le bajó un poco el piso a la Copa, porque está claro que pocos representan la genética del Monstruo como el actual timonel, con toda una vida vestido de morado, en las buenas y en las malas; campeón como jugador y como estratega, con algunas etapas formando jóvenes en las ligas menores. Lo digo por algunas expresiones vertidas en los pocos momentos en que Saprissa no gana. La derrota en la ida de la final se da “contra todo y contra todos”, en alusión al arbitraje, muy a pesar de no haber mediado grandes errores del réferi; la copa tal “ni siquiera debió jugarse”, y así por el estilo.
Son esos momentos en que la grandeza flaquea, no tanto por la derrota, sino por intentar maquillarla. Ciertamente, no es fácil ganar; mucho menos, saber perder.