La educación como escalera para el progreso social se hace cada vez más compleja para aquellos niños, niñas y jóvenes a quienes la virtualidad y la falta de entornos aptos en sus hogares les limitan la capacidad para aprender.
Si ya había crisis y desigualdad en la educación, hay que esperar lo peor en términos de aprendizajes para los próximos años: según el más reciente informe de Naciones Unidas sobre educación, unos 40 millones de niños en todo el mundo no han recibido las enseñanzas fundamentales del curso de preescolar, una etapa fundamental para el desarrollo de habilidades y competencias para la escuela.
Ni la entrega de lecciones por radio, televisión ni Internet sustituyen la labor de una buena maestra en las aulas y pese a que hay una mayoría de docentes haciendo enormes esfuerzos por mantener a sus estudiantes conectados a los aprendizajes, lo cierto es que la respuesta educativa no llega con la misma efectividad a todas las comunidades y hay hogares que no son recíprocos con el esfuerzo docente: ya sea por puro desinterés en las familias, o bien, por la falta de acceso a los recursos.
El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advierte de una “catástrofe generacional” cuanto más tiempo se mantengan cerradas las aulas. “Los alumnos con discapacidades, los que pertenecen a comunidades minoritarias o desfavorecidas, los estudiantes desplazados y refugiados y los que viven en zonas remotas corren el mayor riesgo de quedarse atrás”, afirma.
El tsunami tecnológico que implica esta pandemia excluye a millones de niñas, niños y jóvenes alrededor del mundo que quedarán por fuera del sistema educativo y que corren el riesgo de ser explotados mediante trabajo infantil, explotación sexual comercial, trata de personas o de caer en las redes del crimen organizado. Es indiscutible que la educación de calidad es herramienta para la libertad y el progreso y que cuanto más tiempo permanezcan las aulas cerradas, la situación será más adversa para toda esa población infantil que habita en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
Es una generación de excluidos que estará privada de las competencias necesarias para progresar en este siglo XXI: su tiempo sin aprender en casa limita procesos fundamentales de lectura, escritura, razonamiento matemático, trabajo colaborativo y pensamiento crítico. La cruel diferencia entre los hijos e hijas de quienes pueden tener acceso a Internet en casa, acompañamiento y una crianza positiva en el hogar contra los que no, arrojará resultados devastadores en los próximos años.
En Costa Rica, el 50% de alumnos (unos 500.000 estudiantes) ha recibido clases solo con fotocopias y por WhatsApp: es iluso creer que alguien puede aprender así. Al conversar con familias de comunidades rurales, hay quienes, a la fecha, desconocen cómo ingresar a la plataforma Teams para conectarse a una clase virtual. En total, 160 países han cerrado sus aulas por la pandemia generada por la Covid-19, con una afectación que supera los mil millones de estudiantes en todo el mundo
Naciones Unidas en su informe “Salvar nuestro futuro”, hace un llamado a convertir “la educación en una prioridad máxima, mediante una serie de medidas. La primera de ellas: controlar la transmisión comunitaria para reabrir cuanto antes las escuelas en las comunidades que así lo permite la pandemia; así como aumentar y proteger el presupuesto para educación y dar mayor atención a los menos favorecidos”.
El foco de la educación debe estar puesto en esas niñas, niños y jóvenes que viven en condiciones menos favorables y en tejer puentes entre la educación formal y la no formal.
Si se quiere que la pandemia sirva para algo, se debe empezar a articular acciones público-privadas para construir una nueva escuela para el siglo XXI y de calidad; de lo contrario nos tocará pagar a todos la cara factura de no dar la importancia merecida a la generación de los excluidos, a la generación a la que le prometieron escalera, sin las herramientas para sostenerla.
Cuénteme su opinión sobre el tema abajo en los comentarios, o bien, a mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com, o en mi cuenta en Twitter (@albertobace).