Según el último informe del Estado de la Educación, tres de cada cuatro aulas ticas (el 76%) se encuentran fuera de las zonas de confort permisibles para impartir lecciones. El ruido, el calor, la oscuridad, las condiciones insalubres y las fallas en techos, pisos y paredes afectan considerablemente el proceso de enseñanza-aprendizaje y el ánimo de docentes y estudiantes.
Esas malas condiciones influyen en el rendimiento académico de niñas, niños y jóvenes, en su motivación para permanecer en las aulas, en sus ejercicios para el fomento de la lectura y en el ánimo de los docentes para educar.
Para aprender se necesita motivación pero, ¿quién puede encontrar ánimo en medio de aulas excesivamente calientes, sin cielo raso, paredes inestables, fallas eléctricas o sin servicios sanitarios disponibles?
La infraestructura educativa influye para bien o para mal en el ánimo de quienes educan y de sus estudiantes. Puntarenas, Limón y la zona norte son las áreas donde hay peores condiciones de infraestructura educativa y, a la fecha, en el país hay 72 centros educativos en condición de alerta roja, debido a que su infraestructura actual es “un riesgo a la vida humana”.
Mientras esas condiciones insalubres e infrahumanas de las aulas reciben a profesores y estudiantes cada día, hay una Dirección de Infraestructura y Equipamiento Educativo del Ministerio de Educación Pública (MEP), que un día sí y otro también tropieza con sus excusas, burocracia e ineficiencia. Los afectados: niños, niñas, jóvenes y personal docente y administrativo de escuelas y colegios.
El impacto
Una buena infraestructura educativa está vinculada con menor ausentismo del personal docente, mayor nivel de permanencia por parte de los estudiantes en el sistema educativo, mayor rendimiento académico porque la infraestructura y los servicios cumplen un rol motivacional y funcional.
En palabras de los investigadores Campana, Velasco, Aguirre y Guerrero, “la infraestructura de la escuela es un factor importante porque produce una mejor actitud en los estudiantes hacia el aprendizaje y facilita el proceso de enseñanza”.
Una reciente investigación por la Oficina de Medición de la Calidad de Aprendizajes de Perú demostró que “la disponibilidad de instalaciones, equipamiento y servicios puede contribuir a que el estudiante, de forma individual, incremente su desempeño. Asimismo, las instalaciones de las instituciones educativas (que son una característica de la escuela) también podrían aportar al desempeño grupal de los estudiantes o el rendimiento promedio de la escuela”, apunta el informe.
El mismo documento concluyó que cuanto mejor es la infraestructura de las escuelas, mayor es el rendimiento de los estudiantes en Lectura y Matemáticas. De la misma manera, cuanto más precaria es la infraestructura escolar, más bajo es el rendimiento de los estudiantes en ambas materias.
No hay excusa que valga de parte de la Dirección de Infraestructura del MEP, cuando una auditoría de ese mismo Ministerio revela que entre el año 2014 y el 2019, el MEP gastó ¢8.000 millones en 44 terrenos que nunca usó, ya sea por falta de recursos o por problemas que se detectaron después de adquiridos los lotes. Este hecho es una burla a la labor docente y al proceso de aprendizaje de los estudiantes.
Es vulgar y desconsiderado que cada cuatro años, sin importar el color político de quienes gobiernen, la oficina responsable de la infraestructura educativa en el MEP siga ofreciendo resultados mediocres sin que los responsables asuman consecuencias mayores.
El tema es recurrente y los efectos son devastadores para la competitividad del país.
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