El año pasado, en un ejercicio laboral sobre escritura colectiva para primaria, tuve la oportunidad de conversar con escolares de los cantones de Montes de Oca, San José y Limón sobre qué factores consideraban ellas y ellos que limitan la buena convivencia en sus comunidades. El acoso cibernético resultó ser el tema más recurrente en aquellas sesiones, más aún que las drogas o la agresión física que circunda sus hogares y escuelas.
La escritura creativa tiene un poder liberador que permitió que niñas y niños, acompañados por profesionales de la salud, plasmaran sobre el papel y conversaran sobre los tipos de violencia a los que están expuestos en sus entornos virtuales y los efectos en su cotidianidad. Entre los tipos de violencia más comunes describieron burlas por sobrepeso, ofensas por la religión que practican, chistes por su color de piel y fotografías o memes que circulan en grupos de WhatsApp con apodos que les afectan.
Niñas y niños vinculan la palabra “ciberacoso” (ciberbullying, en inglés) con efectos negativos como “vómitos, dolores de cabeza, inseguridad, frustración, desvelos, pérdida de peso, tratar mal a la familia, desconfianza, cortarse, enojo, sentirse menos, desprecio, mal humor, miedo, autolesiones, ansiedad, estrés, mentir, enfermedades psicológicas, intentos de suicidio”. Todos estos términos tan graves para la educación primaria y para el desarrollo socioemocional de niñas y niños, ocurren sin que muchas veces los adultos estén al tanto de lo que sucede detrás de esas pantallas.
El tema cobra más relevancia aún en estos tiempos de confinamiento social, donde es fundamental que padres, madres y encargados del cuidado de niños y niñas estén pendientes del contenido al que están expuestas las personas menores de edad. Si ya es difícil para muchos contar con un entorno adecuado para aprender en casa, más aún si deben convivir con las ofensas y el maltrato a través de una red social digital.
El confinamiento entre burlas y ofensas por Internet representa un grave riesgo para la niñez en el tanto disminuye su interés para estudiar y afecta su salud mental. Es un enemigo, muchas veces silencioso, cuyo tratamiento debe empezar por la conversación en el hogar, la denuncia en las instancias correspondientes y la acción colectiva para frenar este tipo de prácticas y para atender también a las personas victimarias.
Según, datos de la Organización Mundial de la Salud, cerca de 800.000 personas se suicidan cada año. El suicidio es la tercera causa de muerte para los jóvenes en edades comprendidas entre los 15 y los 19 años.
El Patronato Nacional de la Infancia (PANI) advierte de que niñas y niños corren mayor riesgo de ser víctimas del ciberbullying, debido a que durante la pandemia pasan mayor tiempo conectados a dispositivos móviles y computadoras. Por eso, resulta tan necesaria la conversación en los hogares y las denuncias contra estas formas de violencia.
En los entornos virtuales, no solo se están expuestos a apodos y burlas mediante memes y en chats virtuales, sino también a situaciones tan nocivas como el sexting (envío de mensajes, fotos o vídeos de contenido erótico y sexual personal) y el grooming (un término para describir la forma en que algunas personas se acercan a niños y jóvenes para ganar su confianza, crear lazos emocionales y poder abusar de ellos sexualmente).
Conversar más en el hogar sobre lo que ocurre en esos entornos digitales, las emociones asociadas al confinamiento social y crear más soluciones comunitarias para atender la salud mental de las personas menores de edad es tarea impostergable.
Ocultar con silencio e indiferencia los efectos que sufren niñas y niños confinados entre las burlas, los malos tratos y las ofensas por Internet es asidero de una sociedad infeliz, cargada de frustraciones, cuya factura en salud mental será cada vez más alta para todas y todos. Invertir en prevención es la única cura posible.
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