Quedarse en casa y asumir el rol de la educación de sus hijos resulta agotador para muchos: implica lidiar con el trabajo propio, con los quehaceres del hogar, con las tareas de la escuela, con los horarios de conexión a clases en línea y con la ansiedad e incertidumbre propia de estos tiempos.
En otros hogares, es un lujo que los padres no pueden darse, porque están obligados a ir a trabajar sí o sí; o bien, no tienen los medios ni la escolaridad para sentarse a guiar el proceso educativo de sus hijos. Sobre esta situación, Luis Felipe López-Calva, director regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para América Latina y el Caribe afirma que esa dependencia de los resultados podría traer aprendizajes más desiguales.
“Si los resultados académicos de un estudiante se vuelven aún más dependientes de las habilidades de sus padres durante el cierre de escuelas, entonces estudiantes de una misma edad, cuyos padres tienen niveles educativos diferentes, tendrán probablemente resultados diferentes”, afirma.
En otras palabras, las diferencias educativas definidas por el capital físico (acceso a una computadora en el hogar, conectividad) más las condiciones del capital humano (educación de los padres) podrían impactar negativamente a esta generación de niñas y niños.
Por eso, la radio y la televisión (medios de comunicación presentes en los hogares latinoamericanos de todas las clases sociales) podrían ser útiles para educar de forma remota y complementar el proceso educativo de niñas y niños, para que nadie se quede atrás.
La pandemia demuestra que labor de los educadores es única e insustituible y que más allá de los contenidos, los padres de familia en casa deben ser los maestros sin título encargados de transmitir la importancia del aprendizaje a sus hijos, de motivarlos y acompañarlos en el proceso, incluyendo apoyo emocional.
Reconstruir el puente casa-escuela. La situación que enfrentamos nos ofrece una lección de oro: que el rol de una maestra o un maestro en la sociedad es irremplazable y de que si queremos repensar una nueva educación, esta debe procurar dignificar la carrera docente y reconstruir el puente entre la casa y la escuela.
La escuela debe dejar de ser vista como un depósito de niños, en el que se dejan en la puerta del aula y luego solo importa su reporte de calificaciones o el porqué de una boleta por mala conducta. Cuando las familias se involucran y conversan sobre lo que ocurre en la escuela se incide en la motivación y el rendimiento de los estudiantes.
El docente no puede hacer la tarea solo: Según el informe A new wave of evidence, cuando los padres de familia “hablan de la escuela con sus hijos, esperan que su rendimiento escolar sea bueno y se aseguran de que las actividades que realizan fuera de la escuela son constructivas, sus hijos rinden más en el centro educativo”.
Es un asunto de interés y no de sobreprotección: El niño debe sentir que tiene un apoyo. El mensaje es claro: “le importo a alguien y por lo tanto, me esfuerzo por hacerlo bien”; cuando ocurre lo contrario, ¿qué motivación tiene el niño para conseguir un buen resultado?
El sistema educativo responde a un conjunto de actores que deben trabajar de forma coordinada, con el propósito de conseguir mejores resultados. Cuando escuela y familia trabajan mano a mano, hay mayores probabilidades de que el ausentismo sea menor, de que a los niños les guste más estudiar y de que sea mejor el rendimiento académico. Sin que se confunda ese apoyo con una protección excesiva hacia el menor de edad, en la que papá o mamá resuelven todo por el niño y quieren decirle a la maestra cómo debe actuar.
La reconstrucción del puente debe hacerse en dos vías: por un lado, la familia debe mostrar más interés en acercarse a la escuela a aportar y aprender; y por el otro, los docentes deben estar más dispuestos a romper las barreras de las cuatro paredes del salón de clases y mejorar la comunicación con los hogares. Como señala el escritor y profesor británico Ken Robinson “nada sustituye a un buen profesor titulado y entregado a su trabajo, pero si los padres u otros miembros de la comunidad pueden complementar lo que la escuela ofrece, todo el mundo sale ganando”.
Reconstruir el puente entre el hogar y la escuela implica hacer a un lado las vanidades y egos de ambas instituciones, para procurar un mejor ambiente educativo para niñas, niños y jóvenes, que les motive, que los invite a ser mejores ciudadanos, capaces de idear soluciones colectivas para la construcción de comunidades más solidarias.
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