Invisibilizar la afectación de la salud mental en niñas, niños y jóvenes solo empeora esta problemática. La falta de empleo en las familias, la inestabilidad alimentaria en los hogares, los limitados espacios de socialización y la cantidad de información que ven y escuchan en los medios de comunicación aceleran los síntomas de ansiedad, depresión, problemas de atención y problemas de sueño entre las personas menores de edad.
Así lo afirma el más reciente estudio del Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute) de los Estados Unidos, que exploró el impacto de la pandemia en la salud mental de niñas, niños y jóvenes. La investigación arrojó que más de la mitad (55%) de los niños y las niñas se han sentido más “tristes, deprimidos o infelices”, en comparación con un 25% de los adultos.
Las personas menores de edad que presentan más problemas de salud mental por la pandemia son quienes habitan en hogares económicamente inestables o que han experimentado inestabilidad alimentaria en el hogar durante la pandemia. Sin embargo, “no poder asistir a la escuela, ver menos a los amigos, no poder hablar en persona con otros miembros de su familia, o estar confinados en sus hogares” también son factores que afectan la salud mental de las personas menores de edad.
En Costa Rica, cada día, el Hospital Nacional de Niños atiende al menos a un menor de edad con autolesiones. La ansiedad, la depresión y los trastornos en el control de impulsos detonan en acciones autoagresivas como cortarse, quemarse, arrancarse granos o piel de los dedos y hablar mal de sí mismos.
Más apoyo para las escuelas
Urge que en aquellas comunidades más vulnerables, donde el desempleo y la falta de recursos golpean a las familias con más fuerza, se fortalezcan los canales de atención y apoyo a la comunidad docente y a las personas menores de edad, con profesionales de la salud y personas voluntarias que faciliten redes de apoyo para los menores de edad.
“Las docentes consideran fundamental que haya más orientadores u otros profesionales de la salud mental disponibles en los centros educativos para ayudar a los alumnos y las alumnas a abordar sus preocupaciones de salud mental”, señala el informe.
Otra de las acciones fundamentales, sin importar si el niño o joven habita en un ambiente más o menos vulnerable, es la importancia de no dejarlos solos frente a las pantallas. Se debe entender que la conexión a una tablet, computadora o celular no es la respuesta para\ todo. Estar frente a un dispositivo tecnológico no los hará más inteligentes. La tecnología es un medio, y debe verse como tal.
El niño o niña no puede quedar a la suerte de lo que salga en una pantalla y creer que con ello se cumplió el objetivo de educarlos a distancia. El fin máximo para la educación es la persona y, hoy más que nunca, se requiere de un rol activo de los padres de familia en la interacción con sus hijas e hijos.
El informe del Child Mind Institute señala que un de las principales preocupaciones de las personas jóvenes es “quedarse atrás” académicamente, haber perdido la capacidad de concentrarse en los estudios y experimentar ansiedad en entornos sociales o espacios públicos. “Muchos de las personas jóvenes reconocen que la pandemia ha afectado a su salud mental de algún modo y el 37% revela que ésta ha empeorado. Los síntomas más comúnmente señalados son ansiedad generalizada, depresión y ansiedad social y quedarse atrás uno de lo que más les preocupa”, dice el informe.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) también advierte de que la interrupción del servicios de atención a la niñez van más allá de lo educativo. Los efectos negativos implican daños en su salud física y mental durante la cuarentena. “Pueden volverse físicamente menos
activos. Al estar más tiempo frente a una pantalla, desarrollan patrones de sueño irregulares y dietas menos saludables; y aún más importante, su salud mental puede verse afectada por la falta del contacto con compañeros de clase, amigos y maestros; es decir, la falta de socialización”, advierte el BID.
De la motivación en las aulas dependerá el éxito o fracaso de las generaciones que hoy abren las páginas de los libros. Dejemos de responder que estamos “¡pura vida!”, cuando la carga emocional pesa. Normalicemos conversar más de las emociones, en la casa y en las aulas. Construir resiliencia también puede ser una actitud colectiva.
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