El Ministerio de Educación Pública (MEP) sigue cometiendo errores que quedan en la impunidad. Con el clásico “yo no fui, fue teté”, siguen enquistados funcionarios irresponsables, cobrando sus salarios, sus dietas, despilfarrando recursos públicos y debilitando uno de los bienes más preciados que debe cuidar un país: la educación.
El polémico cuestionario de las pruebas FARO es una evidencia más de que la falta de planificación, la chapucería y el desprecio por la transformación educativa empantana al MEP y que las consecuencias para las personas responsables se escabullen en el tiempo. Lo mismo ha pasado con su Dirección de Infraestructura Educativa que, en apego a la ineptitud y la cíclica inoperancia, es incapaz de garantizar las condiciones mínimas para que niñas, niños y jóvenes estudien en ambientes adecuados.
En el más reciente caso, lanzaron a la basura ¢280 millones con un cuestionario que vulnera los datos personales de niñas y niños, sometiéndoles a un tedioso proceso de 600 preguntas que hurgaba en detalles sobre sus viviendas, el acceso a bienes materiales de los hogares y las condiciones socioeconómicas de sus familias. ¿Quería el MEP mediante un formulario de 600 preguntas para trasladar las culpas de la mala calidad educativa a las familias y a sus condiciones de vivienda?
Costa Rica cuenta con suficientes insumos y diagnósticos de su calidad educativa, gracias a los datos recogidos en pruebas estandarizadas internacionales y al trabajo responsable que el programa Estado de la Educación. Se sabe que niñas y niños están mal en lectura, en razonamiento lógico-matemático, que su nivel de Inglés es bajo, que la capacidad de argumentación es pobre y que carecen de las competencias necesarias para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
El MEP sabe todo esto, pero prefiere seguir despilfarrando el dinero en formularios que vulneren datos personales y en sostener a funcionarios incompetentes que poco les importa el desempeño de niñas, niños y jóvenes. Hacer evaluaciones por hacerlas no es más que un ejercicio chapucero y mediocre que flaco favor le hace al progreso del país.
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Evaluar para transformar
Someterse a evaluaciones y cuestionarios una y otra vez, sin gestionar cambios a partir de los malos resultados, es como ir al médico, recibir una receta para la cura de una enfermedad y correr a guardarla en la mesa de noche sin buscar el medicamento.
Una evaluación debe ir orientada en gestionar acciones que incidan en la calidad de educación que llega a las aulas, para así atender de manera efectiva las reiteradas fallas presentes en los niveles de lectura, compresión lectora, ortografía, argumentación y razonamiento matemático de los estudiantes.
La petición no es ningún lujo, pareciera hasta lógico que los datos de una prueba se utilicen como parámetro para incidir en cambios necesarios, pero dista de ser real en la práctica. Los informes nacionales e internacionales sobre el estado de la educación siguen indicando estancamiento y en otros rubros, un lamentable retroceso.
Ejemplo de ello son las debilidades existente en la puesta en práctica de la reforma educativa de los programas de Español del 2014 en las aulas de Primaria. El currículo traza una serie de escenarios deseables para el fomento de la lectura y la escritura en las aulas costarricenses, sin embargo, han pasado 6 años y aún hay docentes que no saben cómo aplicar ese currículo en sus salones de clase. Los factores van desde fallas en la formación y el olvido común de que los errores de un sistema educativo no se corrigen solo en la escuela.
No es posible sigamos pagando una y otra vez los errores de un MEP que sigue tejiendo redes para sostener a inoperantes y a seres que desprecian con tanta facilidad los derechos de su población meta: la niñez.
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