El panorama de tasas de interés alarmantemente crecientes, al que nos enfrentamos los costarricenses a finales del 2018, cambió bastante en marzo, así que creo es oportuno repasar el contexto que propició las expectativas de entonces, así como sopesar alguna información reciente que nos llega desde el entorno doméstico y los mercados internacionales, para formarnos una idea más clara de lo que podemos esperar en los siguientes meses.
Lo primero que vale decir es que el Gobierno, con sus enormes necesidades de financiamiento, amplió en la historia reciente su influencia dentro del ritmo y dirección que marcan las tasas de interés, así que lo que haga o deje de hacer en el mercado financiero es muy determinante por estos días.
Cuando al cierre del año pasado el sector público logró salir a vacaciones con sus cuentas al día (pago de vencimientos de la deuda y cupones, también salarios y aguinaldos de los empleados), fui de los que respiré más tranquilo pues se difuminó la sombra de una especie de default selectivo que no habría conseguido más que profundizar la desconfianza en la capacidad de pago del Gobierno. La bocanada de aire, sin embargo, no me hizo perder de vista el desbarajuste que quedó atrás: para captar los recursos con aquellos contratos de colocación, por $600 millones, el Ministerio de Hacienda tuvo que presionar la tasas de interés brutas por encima del 10%, por emisiones en dólares que se vencen en dos años (un plazo relativamente corto).
Mientras esto ocurría en Costa Rica, en los Estados Unidos, la Reserva Federal (la FED) acordó, en diciembre, el cuarto aumento en el corredor de tasas de interés de referencia, llevándolo a un rango de entre 2,25% y 2,50%, un incremento que causó mucha polémica pues en la primera línea de detractores a esta políticas estuvo el presidente Donald Trump. Sin embargo, el banco central estadounidense sustentó su decisión en la fortaleza del mercado laboral y, en general, de la economía de ese país. Además, la puerta quedó abierta a nuevos aumentos en los intereses para el 2019.
Hay una hermosa canción del autor brasileño Antonio Carlos Jobim llamada Aguas de março (Aguas de marzo), que relata una serie imágenes, de pasajes, relacionadas con las primeros aguaceros de marzo, que marcan el inicio de la estación lluviosa en el hemisferio sur. La cantante Elis Regina, también brasileña, interpreta esta canción de forma extraordinaria. En cierta manera el financiamiento del Gobierno también se ha empapado este mes con algunos chubascos importantes, un poco de liquidez luego de la sequía.
En el primer trimestre del 2019 y particularmente en marzo, las condiciones financieras internas y externas han dado un giro. Para comenzar, la amnistía tributaria que se contempló dentro de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, y que finalizó el día 4 de marzo, permitió recaudar más de ¢230.000 millones al Ministerio de Hacienda, un ingreso extraordinario que ha liberado algo de presión a las necesidades de financiamiento.
La reforma fiscal también parece haber ayudado a mejorar la confianza de los inversionista y ha ampliado el margen del Gobierno para gestionar su deuda. En el último mes no solo hemos visto canjes importante de bonos de Hacienda (eso permite refinanciar a mayor plazo emisiones que están por vencer), sino que, además, las captaciones por subasta y ventanilla mejoraron en costo, plazo y volumen.
Un ejemplo fue lo que ocurrió esta semana. La Tesorería Nacional consiguió $474,3 millones en la subasta del miércoles 20 de marzo, y pudo incluso rechazar ofertas de compra a tasas más elevadas de las que estaba dispuesto a ofrecer. Este viernes, además, levantó ¢40.000 millones y otros $46 millones por medio de captaciones en ventanilla.
En el escenario internacional también hubo un cambio. La FED moderó en enero sus acciones y su retórica. Dejó las tasas de interés sin cambio y empezó a hablar de ser ‘paciente’ sobre alzas futuras. Este miércoles 20 de marzo, en su segunda reunión del año, indicó que no prevé aumentos de intereses en lo que resta del 2019. Detrás de esta decisión está la evidencia de un crecimiento más lento en la actividad económica, en el consumo de los hogares y la inversión empresarial.
Lo ocurrido en marzo creo que obliga a repensar un poco nuestras expectativas de tasas de interés en el corto plazo. Aún sin tener el Gobierno la aprobación de los eurobonos (lo cual permitiría esperar un relajamiento mayor en las condiciones de financiamiento), la escalada que se veía venir en forma acelerada a finales del 2018 es menos probable; la estabilidad es una apuesta que cobra más fuerza, e incluso una leve reducción. Los eurobonos podrían terminar de sellar esta reducción.
No obstante, la noticia de un panorama de tasas de interés menos hostil para los deudores este año, se fragua en medio de la desaceleración de la economía costarricense, y la de los Estados Unidos (socio de Costa Rica). De la amenaza de los crecientes precios del petróleo (llegaron a $60 el barril esta semana), que en los próximos días tendrán que incorporar el efecto de una economía estadounidense que crece menos, y por supuesto la situación fiscal de Costa Rica, que pese a los chubascos que caen como bálsamo, aún están convalecientes.