El costarricense Jorge Ortega Vindas deseaba que llegara agosto del 2016.
Para ese mes, tenía un viaje planeado con su papá, Alberto, por Escandinavia (Dinamarca, Noruega y Suecia), que también incluía Rusia y que terminaba en Beijín, China.
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Este ingeniero en software, quien ahora tiene 33 años, estaba muy emocionado por emprender esta aventura, en la que conocería lugares maravillosos, perfectos para traer decenas de fotografías como recuerdos para muchos años.
Una de las paradas fue en el majestuoso Palacio de Kolomenskoye, en Moscú, una deslumbrante estructura de madera que fue hogar de zares y duques. Es de los sitios más impresionantes.
En ese lugar, le mostrarían a los turistas, mediante una representación artística, cómo eran las bodas tradicionales rusas. En ese momento sucedió lo impensado para este tico y para la argentina Josefina Eleit, de 30 años y licenciada en Turismo.
“La sorpresa que tuvimos fue que escogieron a varios turistas para hacer de actores. A mí me tocó el papel de novio y a Josefina de novia. Después de varios minutos muy simpáticos, que a mí se me hicieron horas debido a la congoja, terminó la boda”, narró Jorge.
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No se le habían quitado los nervios por actuar en público, ante desconocidos, cuando Jorge le habló a quien hizo el papel de su prometida. Aunque se presentaron y se dijeron algunas palabras, no pasó a más y el viaje prosiguió.
Todo parecía indicar que hasta ahí llegó el contacto entre estos dos jóvenes, que apenas se habían visto durante el tour por Moscú, pero no fue así, ya que el destino tenía prevista otra historia, pese a ser de países distintos y cumplir diferentes itinerarios en el paseo.
“Más tarde, por casualidad, mi papá quiso entrar a una tienda de souvenirs en la calle Arbat en Moscú, muy cerca del Kremlin, y la sorpresa fue que allí estaba ella con su mamá. Nos despedimos como si fuera la última vez que nos veríamos, porque así pensé que iba a ser, porque yo vivía en Costa Rica y ella en Argentina”, añadió Jorge.
Para ese momento era imposible frenar el sentimiento que empezó a emerger entre ambos, aunque una parte de la mente advertía que iban a estar a kilómetros de distancia.
Solo pasaron minutos sin verse y ya se extrañaban, pero cada uno siguió según lo planeado. Ella tomó un vuelo de regreso a su país, mientras que Jorge continúo con su papá hacia Beijín.
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En la mente de ambos retumbaba el deseo de por lo menos conversar. Y así lo hicieron. Mientras el tico estaba en China, empezó el intercambio de mensajes, que se hicieron frecuentes durante todos los días.
“Hasta la fecha, no ha pasado un solo día sin que conversemos”, dice Jorge, orgulloso de ese afecto que reina entre ellos.
Durante los siguientes dos meses “marcaron” por Skype. Jorge quería proponerle que fueran novios, pero añoraba hacerlo frente a frente, no por la fría pantalla de la computadora.
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Por eso, amarró las ansias hasta que volvieron a fundirse en un abrazo, un 29 de octubre del 2016 en Costa Rica. Ese mismo día le propuso que fueron novios, en su casa, apenas llegaron del aeropuerto.
Para muchos, la distancia disminuye el amor, pero Jorge y Josefina destrozan esa creencia.
“Fue bastante llevadera, la verdad, nos dio la oportunidad de conocernos muchísimo, sin presión, sin prejuicios y siendo totalmente honestos el uno con el otro, porque a fin de cuentas, no teníamos nada que perder, cada uno podía seguir su vida en su país”, dijo Jorge.
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Después de ese 29 de octubre, ella permaneció en Costa Rica durante un mes; regresó a Argentina, pero a los pocos días él también voló a ese país, donde permaneció durante 30 días. Luego, ella se vino a nuestro país, otra vez.
El cariño fue creciendo y ambos planean casarse el 15 de setiembre de este mismo año en San Salvador de Jujuy, en Argentina, la ciudad natal de Josefina.
Por ahora viven en Berlín, Alemania, donde Jorge tuvo una oportunidad laboral en una empresa dedicada al sector médico. “No lo pensé mucho, por supuesto que no iba a dejar pasar la oportunidad”.
Ahí están desde el 7 de setiembre del 2017, y tras el matrimonio, planean volver.
Jorge cuenta que no ha sido difícil convivir pese a que sus pasaportes revelan que tienen nacionalidades distintas.
“La cultura no es muy diferente en Argentina, ya que los ticos los conocemos mucho, sobre todo por el fútbol, aunque ni ella ni yo somos futboleros, es parte de la idiosincrasia de ambas naciones”.
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“Otro detalle simpático es la cantidad de palabras diferentes que tenemos para hablar sobre lo mismo, como por ejemplo, mientras nosotros decimos camiseta, ellos dicen remera, a la jacket le dicen campera, al aguacate, palta; y a las palomitas de maíz, pochoclo”, concluyó.
Tercera historia de la serie Amor sin fronteras, de ticos que el amor los llevó a convivir con una persona de otra nacionalidad.
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