Turín, Italia. Cuando Juliana, su hija menor, se marchó a estudiar a una universidad de Estados Unidos, la costarricense Michelle Aubert tomó una decisión trascendental que para algunos pudo ser una locura, pero para ella significó un cambio radical en su vida, para bien.
Esta vecina de Escazú tomó un vuelo rumbo a Roma, Italia, con la idea de instalarse durante un tiempo en procura de un cambio.
Al llegar a la capital italiana no tenía claro cuánto tiempo iba a permanecer, si un mes o un poco más. Lo cierto del caso es que lleva nueve años de residir en ese hermoso país europeo, caracterizado por sus lugares de ensueño y su inigualable gastronomía, con la que cualquiera enloquece.
Primero vivió cuatro años y medio en Roma, y el resto del tiempo lo ha pasado en Turín, la principal ciudad de la región de Piamonte, al norte del país, con los majestuosos Alpes como cómplices.
Michelle no tiene ningún problema en admitir que al principio fue muy difícil. “Lloraba todos los días”, dice, debido a que casi no conocía a nadie.
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A eso hay que sumarle la barrera del idioma, pues en aquel momento no hablaba italiano, que se torna indispensable para realizar todos los trámites necesarios para quedarse en el país y para ser parte de cualquier comunidad.
Michelle es costarricense de nacimiento, de padre alemán. En nuestro país vivía en Escazú cuando emprendió la aventura que hoy la tiene llena de tranquilidad y alegría.
Su hija Juliana ahora tiene 26 años, mientras que sus otros retoños son Manuel, de 35 años; y Sofía, de 34. Michelle tiene tres nietos, de siete, cinco y dos años.
Si cualquier persona le pregunta hoy a esta costarricense qué hizo para quedarse en Italia, es muy probable que no pueda darle una respuesta concreta. La razón es que se aferra a vivir un día a la vez y asegura que todo fue fluyendo; las oportunidades empezaron a aparecer y las aprovechó.
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Visité Turín (Torino) por primera vez y entrevisté a Michelle en las afueras de la hermosa Iglesia Gran Madre de Dios, el 5 de marzo del 2024. Ahí me contó detalles de su vida y de esa atrevida decisión de instalarse en Italia para comenzar una etapa distinta.
“Quería descubrir un poco mi propia identidad; quién soy, qué soy capaz de hacer. Fue una decisión aventurera de la cual no me arrepiento. Los primeros meses fueron caóticos, lloré casi todos los días, entre no tener con quien estar, no conocer a nadie, no entender la lengua… fue una adaptación muy difícil pero eso te forma el carácter“, resaltó.
Asegura que vivir en Europa es precioso. Le encanta porque puede tomar su auto y recorrer diversos países, probar platillos deliciosos y descubrir nuevas amistades.
De hecho, Michelle adora organizar viajes para turistas, que desean maravillarse con los paisajes y ciudades de Italia o de alguna otra nación europea.
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Sobre quienes desean emprender una aventura en otra país, aunque sea por una temporada, esta josefina les da un gran consejo: atrévase. Admite que su familia no creyó que se fuera a quedar en Italia, pero ella se ha sentido muy a gusto.
“Me siento totalmente feliz de haber vencido los miedos y nunca en la vida me he arrepentido; todo lo contrario, no me veo regresando“, expresó.
Trata de visitar Costa Rica cada seis meses, aunque en algunas ocasiones aprovecha el verano europeo para recorrer diversas naciones, en su auto.
En Italia pinta arte sacro y lo vende, aunque un incidente en un ojo que requirió cirugía la obligó a suspender por un tiempo ese oficio.
Sobre Turín, la califica como una ciudad muy bonita, llena de sorpresas, con un extraordinario sistema de transporte público, que merece ser visitada.
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El viento empezó a soplar con un poco más de fuerza, la temperatura rondaba los 10 grados Celsius, mientras la tarde empezaba a caer. Nos despedimos luego de disfrutar de un capuchino.
Michelle demuestra que los sueños se pueden cumplir, aunque se requiere de esfuerzo, trabajo y destrozar los miedos. Ella quiso un cambio en su vida y ahora no se cambia por nada.
Esta es la historia número 78 sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.