Cuando Natalie Ortiz Villalobos llegó a Birmania, en mayo del 2013, apenas habían pasado dos años de la caída del régimen militar, que controló el país por casi cinco décadas.
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En aquel momento, esta costarricense de 29 años se enfrentó a una difícil realidad: una tarjeta SIM para el teléfono costaba $300 (¢172.800), los cortes en el servicio eléctrico ocurrían a diario y la mejor forma de encontrar Internet era en alguno de los pocos hoteles con servicio Wifi, aunque eso no garantizaba el éxito de la conexión.
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“Siempre iba con la esperanza de llamar a mis papás por Skype, pero nunca lográbamos escuchar. Sonaba un eco y la voz se cortaba con el mensajes, solo podía decir ‘estoy bien, todo bien, un abrazo’. Fue como llegar a un país detenido en el tiempo, con la infraestructura del pasado, autos y buses antiguos, edificios en abandono, afectados tanto por la falta de mantenimiento como por el clima tropical despiadadamente húmedo”, recuerda Natalie.
Ella vive en Rangún, la principal ciudad de esa nación del sudeste asiático, y que hasta el 2005 fue la capital, momento en que el régimen militar decidió que Naipyidó se convirtiera en el corazón del país. Fue el mismo régimen que le cambió el nombre a la nación por República de la Unión de Myanmar, hace casi dos décadas.
“Es una ciudad (Rangún) de alrededor de cinco millones de habitantes, con la mayor cantidad de edificios coloniales de todo el sudeste asiático, estructuras del siglo XIX, marcas del periodo de la colonización inglesa que todavía existen debido a los muchos años de aislamiento”, reseñó la compatriota.
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Natalie es testigo de todos los cambios que enfrenta el país. Dice que vivir ahí ha sido una gran oportunidad en su vida. Por ejemplo, el precio de los SIM ahora es de apenas $1 (¢576) y el acceso a Internet es como en cualquier otro lugar.
Describe que el clima es tropical húmedo, con lluvias monzónicas, a las que no estamos acostumbrados los ticos, pues son sin cesar.
“Llueve intensamente de mayo a octubre. De noviembre a febrero es la temporada llamada cool season, con una temperatura promedio de 28 grados Celsius. De febrero a mayo es la época más caliente del año, entre 38 y 45 grados. Para mí, uno de los aspectos más difíciles de adaptación ha sido sobrellevar el monzón, amanecer con lluvia y acostarse con lluvia por tantos meses llega a ser muy cansado, la humedad es sumamente alta, en frecuentes ocasiones la ciudad se inunda, aumentan las presas y la ropa no se seca”, cuenta Natalie.
Es en esos momentos que muchos de los 53 millones de habitantes de Birmania procuran no salir. Incluso, los monjes budistas permanecen en los monasterios y hay personas que toman algún voto, como por ejemplo, no consumir licor, apunta Natalie.
“Es un tiempo de introspección y meditación que va ligado al clima y la atmósfera. A mí me gusta mucho aprender de estas tradiciones e implementar algunos aspectos a mi vida cotidiana, sobre todo en la espiritualidad y la devoción que tiene este país”, relata esta joven.
Cuando supo que debía empacar para irse a Birmania, Natalie sintió mucha emoción porque nunca había estado en Asia. Por eso, apenas pudo entró a Google Maps para conocer la región.
Inicialmente iba solo por cuatro meses, pero el tiempo se extendió, al punto de que han pasado casi cinco años desde que llegó, aunque nunca imaginó que sería así.
“En menos de un mes tomé la decisión de ir. Había aplicado para una beca de trabajo con una empresa social que se dedica al diseño de productos de irrigación enfocados a los agricultores más pobres, y mi proyecto consistía en hacer investigación para el diseño y la mejora de la comunicación y uso de los productos”.
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Una vez que abandonó el aeropuerto birmano, Natalie se encontró con un panorama que aún hoy le cuesta describir. Recuerda que lo percibió como una mezcla entre La Habana, Cuba, y Limón, con edificios viejos, en medio de una alta humedad y un clima cálido.
“Me encantó que toda la gente usaba el vestido tradicional a diario, los hombres con sus faldas largas cuadriculadas y las mujeres con sus faldas de colores con motivos tejidos preciosos. Noté que nadie usaba zapatos, solo sandalias”, aseveró.
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Ahora trabaja en Turquoise Mountain, organización sin fines de lucro con el respaldo del Príncipe Carlos de Inglaterra, cuya misión es la preservación cultural. Esta costarricense se encarga del programa de oficios tradicionales, por lo que se acerca a artesanos alrededor del país, con el fin de revivir y promover las técnicas tradicionales de alto valor cultural, promover el trabajo manual artesanal, colaborar y dar entrenamiento en la mejora del diseño de producto y la calidad y a la vez abrir mercados de lujo para los productos, tanto a nivel local como internacional.
Por ejemplo, facilita la colaboración entre los artesanos orfebres, que hacen joyería de oro sólido de manera tradicional manual, con los diseñadores de joyas de Europa y Japón.
“Los artesanos pueden obtener un ingreso que les permita subsistir y a la vez continuar creando con los métodos ancestrales, acceder nuevos mercados que valoran su trabajo e inspirar a las nuevas generaciones a conservar el oficio y a reforzar el orgullo de su cultura e identidad, de lo propio y único que tiene el país”, dice con orgullo Natalie.
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También trabaja con mujeres que crean textiles con telares y tintes naturales, así como con ebanistas, entre otros.
Hay algo más en el currículo de esta costarricense: es instructora de yoga certificada.
Esta joven oriunda de Barva de Heredia resalta la amabilidad y honestidad de los birmanos. Cuenta que suelen dibujar una sonrisa, entre inocente y curiosa.
“Es común que un guarda o un mesero, por ejemplo, te salude a cualquier hora del día con un ‘¿ya comiste?’. Esta pregunta es el saludo principal y para mí demuestra la atención y el cariño de la gente, preocupada por saber si estás bien. A mí me preguntan siempre de dónde soy, qué hago, hace cuánto vivo en Birmania y el clásico: ‘¿te gusta nuestro país? ¿Sos feliz aquí?’”.
“Las personas son tan amables que si mi bicicleta se desinfla, un extraño en la calle es capaz de detenerse, ayudarme a buscar algún lugar con infladores, esperarse conmigo hasta solucionar el problema y no aceptar nada a cambio”, aseguró.
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Natalie cuenta que se puede almorzar con unos ¢1.500, si lo hace en un tea shop, es decir, como en una sodita de Costa Rica, mientras que en un restaurante se come por menos de ¢4.000. “Sin embargo, hay cosas caras, como la renta, que es calificada como una de las más altas de Asia”.
Parte de la evidencia del resurgimiento de Birmania es la entrada de inversiones extranjeras, desarrollo comercial, el boom de las telecomunicaciones y las elecciones del 8 de noviembre del 2015.
“El estilo de vida también se empezó a hacer un poco más fácil, de un pronto a otro existían más restaurantes y cafés en la ciudad, abrió el primer estudio de yoga, la electricidad es más consistente, la comunidad de expatriados pasó de ser un pequeño grupo de maestros, periodistas y trabajadores de ONG a un grupo mucho más amplio y variado con gente de todas las carreras”.
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Sobre los atractivos de Birmania, esta tica no duda en calificarlo como “un país espectacular, con una belleza increíble y gran cantidad de recursos naturales”. Menciona, por ejemplo, los templos ancestrales de Bagan, el lago Inle, en el cual hay casitas flotantes, así como las playas y montañas.
“Es un país con un potencial inmenso, pero con un pasado y presente muy complejo y doloroso, una pobreza muy alta. Es un país con gran diversidad de idiomas y etnias, pero con conflictos étnicos y religiosos muy graves y con una libertad de expresión en riesgo de extinción”, indica.
De Costa Rica no solo extraña a su familia y amigos, sino la libertad de tomar un vehículo y manejar a la playa, así como “el lujo de hablar tico”, el café y la comida de su mamá y abuelita.
Por eso, intenta venir una vez al año para estar con sus seres queridos.
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Datos de Birmania
Capital: Naipyidó
Población: 53 millones (10,6 veces más que Costa Rica)
Extensión territorial: 676.578 kilómetros cuadrados (13 veces más grande que Costa Rica)
Idioma: Birmano
Moneda: Kyat birmano (1 kyat birmano equivale a ¢0,42)
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Los datos anteriores corresponden a los costarricenses que reportaron a la Cancillería vivir en otra nación. No necesariamente todos los que migraron están incluidos, porque el proceso es voluntario y en algunas naciones no existen consulados de Costa Rica. Los datos de Puerto Rico corresponden a antes del paso de los huracanes Irma y María, por lo que ahora la cifra puede ser menor.
Esta es la vigésima historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.