Una gran parte de la población vive con $30 (¢17.300) al mes, insuficientes para atender necesidades básicas como alimentación y ropa; por eso, es común ver por las calles a niños descalzos, con atuendos muy viejos e incluso semidesnudos.
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El hambre es algo común en un sector amplio de los habitantes del país más empobrecido de América, quienes día a día intentan llevar dinero a sus casas, por lo que improvisan ventas en cualquier calle para ofrecer lo que tengan a mano, no importa qué sea.
La sobrepoblación es palpable, con una seria y peligrosa consecuencia: como no hay servicio de recolección de basura en la mayoría de los barrios, es imposible no ver los desechos por doquier, los cuales son quemados o terminan amontonados en los ríos.
La mayoría de personas no tiene agua potable o electricidad, lo que es una gran barrera para tener una higiene adecuada.
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Así es Haití, nación anclada en la isla La Española, la cual comparte con República Dominicana, con casi 11 millones de habitantes (el doble que Costa Rica), de los cuales, el 77% vive en pobreza y el 55% cae a la categoría de pobreza extrema.
Es el país en que uno de cada dos mayores de 15 años es analfabeta y 61.000 personas aún viven en carpas tras el devastador terremoto del 12 de enero del 2010, según Human Rights Watch.
En medio de ese panorama vive una costarricense, que hace todo lo posible para ayudar a mitigar las penurias de la gente.
Se trata de Erika Chaves, de 28 años, oriunda de Poás de Alajuela, quien reside cerca de Pétion-Ville, en la capital, Puerto Príncipe.
Esta ingeniera industrial llegó a ese país en mayo del 2016 junto a su esposo, el salvadoreño David Campos.
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Ella es parte del Ministerios de Compasión de la Iglesia del Nazareno, que realiza diversos proyectos sociales.
“En Haití tenemos diferentes programas, como el de agua, microfinanzas que es desarrollo económico, patrocinio de niños con becas escolares, mejora de prácticas en la agricultura y respuesta a emergencias cuando es requerido. Esto es financiado mediante donaciones y apoyo de la misma Iglesia del Nazareno y funciona más como una organización de ayuda humanitaria”, cuenta Erika.
Esas cifras negativas no quieren decir que esa sea la peor nación del mundo.
“Haití es único. Tiene una hermosura muy destacada, especialmente por lo colorido de su cultura, desde sus tap tap (medio de transporte similar a buses), hasta la forma de vestir llena de colores vivos y fuertes, tanto en hombres como en mujeres. También su música, que es parte vital de la cultura, siempre hay algo que se está escuchando, el konpa dirék es lo más conocido, música originaria de aquí”.
“También es muy colorido en su comida, que es bastante sazonada con sabores originarios de la isla, como el diri Kolé ak Pwa (arroz con frijoles), pule peyi (pollo criollo sazonado), pikliz (ensalada de repollo con chile picante). De hecho, les encanta el picante y es parte de la sazón haitiana. Además, tiene hermosas playas, fuertes históricos y ríos, donde es común ver a las mujeres lavando su ropa o incluso bañándose semidesnudas”, expresa esta costarricense.
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Una curiosidad es que el desayuno típico es spaguetti con salsa de tomate, por una simple razón, da energías para afrontar el día y sobrellevar el despiadado calor.
“Tienen sabores exóticos, por ejemplo el bacalao da un sabor y aroma diferente, así como la cabra que se come como uno de los platillos más finos, al igual que el pescado. El plato común es arroz con frijoles, aunque hay muchos tipos de frijoles, blancos, negros, rojos, rojos grandes, verdes, redondos y otros. Se acompaña con la carne que normalmente es pollo criollo sazonado y frito, patacones, ensalada de repollo o lechuga. También consumen atoles de maíz y otras verduras”.
Su experiencia en administración de proyectos la hizo llegar a Puerto Príncipe, después de estar un tiempo en República Dominicana.
A las personas cercanas a Erika, que conocen la realidad de Haití, les fue imposible no asombrarse por su nuevo destino.
“Me hacían comentarios como ‘¿es seguro?'. 'Tenga cuidado con tantas enfermedades'. 'Cuídese bastante’. Claro, la familia cercana desea que regresara pronto”, comentó.
Poco a poco ella y su esposo descubrieron en Puerto Príncipe los lugares adecuados para conseguir lo que necesitan.
“Hay unos pocos supermercados cuyos dueños son sirios y entonces importan todo de Estados Unidos. Por dicha se consigue de todo en cuanto a comida, excepto productos ticos, pero también voy al mercado a comprar frutas. Además, hay algunos restaurantes, caros, pero hay, y ya conocemos tiendas, aunque no están como en un mall, porque no hay, pero es solo saber dónde están”, explicó.
¿Una persona puede ir a Puerto Príncipe y caminar con tranquilidad?
“Sí se puede, con la precaución normal y sin cosas que llamen la atención. Eso sí, son curiosos entonces van a querer ver al blanco, todos los que no somos tan negritos para ellos somos blancos, preguntarle de dónde es, saludar en inglés o español o pedir plata, pero uno aprende a decir que no o a saludarlos y todo bien”, responde Erika.
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Sobre la seguridad, esta costarricense dice que en Haití no hay tanta drogadicción, quizás porque no hay dinero para que las personas puedan comprarla.
“Tampoco se escucha el crimen organizado, además la gente es más sensible y conservadora, entonces si alguien roba, los vecinos hacen un gran escándalo y hasta golpean al ladrón. Fuera de la ciudad es mucho más seguro, pues en Puerto Príncipe hay roba carteras o roba teléfonos”.
No obstante, hay una actividad que sí inquieta a Erika: las manifestaciones. Dice que suelen iniciar de forma pacífica, pero de repente se tornan violentas, al punto de que queman carros o lanzan piedras.
Sobre la capital, afirma que tiene electricidad ciertas horas del día, algunos barrios cuentan con acceso a agua potable y muchas personas poseen su propio vehículo. Además, hay tap tap o moto-taxis para trasladarse.
El caos vial es mortificante. “Las calles son angostas y en curvas, además, no hay muchas reglas para conducir”.
Aunque hay barrios peligrosos, como Cité Soleil, que es extremadamente pobre y sobrepoblado, hay otros muy bonitos, en donde viven las personas más adineradas y están los supermercados o diversas compañías, como Vivy Mitchel o Pétion Ville.
“Eso sí, no hay restaurantes de comida rápida, excepto Dominos Pizza. Tampoco hay centros comerciales como en Costa Rica. Solo hay un cine pequeño, en una construcción antigua”, describe Erika.
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Esta joven viene a nuestro país cada año, por lo general a pasar Navidad y Año Nuevo. El 2017 fue especial para ella, porque sus papás la visitaron. Como los tiquetes aéreos a Haití suelen estar caros, aprovecharon una oferta a la vecina República Dominicana y luego cruzaron por tierra.
“Se quedaron como 10 días; a mi papá le pareció interesante la cantidad de personas que se ven en las calles”.
Erika recuerda con agrado sus primeros días en Haití, aunque sufrió un poco mientras se adaptada. Por ejemplo, revela que tuvo insolación pues trabajó en el patio de su casa al mediodía.
“Mi cuerpo no estaba acostumbrado a las temperaturas tan altas (puede llegar hasta 34 grados) ni al sol, así que me descompuse y hasta vomité, pero después aprendí que es mejor trabajar afuera o hacer ejercicios después de las 5 p. m.”.
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Hay algo que algunos haitianos ven normal, pero para un tico es muy extraño. Erika asegura que hay mujeres que en plena vía pública se acomodan la falta y orinan detrás de los autos, pese a que hay mucha gente caminando y ventas de todo.
Por otra parte, esta compatriota ya no malinterpreta la forma en la que hablan los haitianos en el mercado.
“Pensé que se iban a matar por las caras que tenían y el tono de voz tan fuerte, pero después se dijeron ‘nos vemos amigo’ y se dieron la mano. No sabía que así hablan para regatear, con voz fuerte y se dicen las cosas sin pelos en la lengua, pero nada ofensivo, solo son sinceros”, concluyó.
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Datos de Haití
Capital: Puerto Príncipe
Población: 10,8 millones (un poco más de dos veces la de Costa Rica)
Extensión territorial: 27.750 kilómetros cuadrados (casi dos veces menos que Costa Rica)
Moneda: Gourde (1 gourde equivale a ¢8,9)
Idiomas: Criollo haitiano y francés
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Los datos anteriores corresponden a los costarricenses que reportaron a la Cancillería vivir en otra nación. No necesariamente todos los que migraron están incluidos, porque el proceso es voluntario y en algunas naciones no existen consulados de Costa Rica. Los datos de Puerto Rico corresponden a antes del paso de los huracanes Irma y María, por lo que ahora la cifra puede ser menor.
Esta es la decimonovena historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.