La belleza de esta ciudad es indescriptible. En cada rincón hay retazos de una vibrante y apasionante historia que data de siglos.
Con cada paso que se da, es imposible evitar enamorarse de la infraestructura y en diciembre, por ejemplo, el centro está tan bellamente iluminado que cualquiera resiste el inclemente frío con tal de contemplarlo y sentirse como en aquella fábula navideña que nos atrapaba de niños.
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Así es York, en Inglaterra, ese lugar medieval que está amurallado desde el año 71 después de Cristo, cuando llegaron los romanos, ubicado a 326 kilómetros de Londres, en un viaje en auto de unas cuatro horas.
Desde hace un año vive ahí Diana Valerio López, de 29 años y oriunda de Atenas, Alajuela, junto a su esposo, el también costarricense Víctor Castro.
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Cuando llegó por primera vez, Diana quedó boquiabierta. Fue en un diciembre y las luces navideñas eran tan impresionantes que no quería que se acabara ese mes, además había mercaditos alusivos a la época con un sinfín de artículos preciosos y diversas delicias para comer.
“Para mí era como si me hubiesen metido en una película, no podía parar de sonreír y es lo que siempre me pasa cada vez que camino por el centro”, externa Diana.
Poco a poco descubrió otros rincones, igual de hermosos. Por ejemplo, disfruta caminar por la gran muralla que rodea el casco antiguo y no se cansa de pasar por cada una de las puertas de entrada, llenas de magia al igual que la tienda sin nombre de Harry Potter, que se encuentra en la famosa calle adoquinada The Shambles, que de paso tiene un marcado estilo medieval.
De hecho, algunas personas le atribuyen a esa vía el título de ser la calle medieval más antigua de Europa.
Las puertas que le permiten devolverse en el tiempo al ingresar a la ciudad se llaman Bootham Bar, Monk Bar, Walmgate Bar, Micklegate Bar, Fishergate Bar y Victoria Bar.
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Sobre esos nombres, Diana hace una aclaración necesaria: “Aquí gate significa calle y bar es puerta. Lo mejor de pasear por la gran muralla y cruzar sus puertas es que es gratis”.
En medio de toda la belleza que rodea este lugar, los visitantes también pueden sorprenderse al entrar a las tiendas de chocolates, pues York sí que es un sitio chocolatero, apenas para los apasionados de ese producto. Por eso, Diana incluye Chocolat Story (de pago) como una de las paradas obligatorias para quienes se atrevan a visitar ese sitio.
Otros sitios que deben aparecer en la agenda de viaje son la torre de Clifford (ruinas del Castillo de York), Museo de Yorshire, Museums Gardens, donde está la Abadía de Santa María, el Museo Ferroviario (gratuito), el Jorvic o Centro Vikingo y el York Minster, que es la catedral medieval más grande del norte de Europa.
“Es una de las catedrales góticas que hasta hoy más me ha sorprendido. El interior es tan maravilloso como el exterior. Como consejo, una buena opción es comprar la tarjeta The York Pass, que ofrece una opción de entrada gratuita a más de 30 atracciones y tours, así como ofertas en restaurantes y tiendas (www.yorkpass.com)”, aconseja Diana.
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La gustada serie Game of Thrones (Juego de tronos) tiene un fuerte ingrediente de inspiración en York, pues dicha ciudad participó en la llamada Guerra de las Rosas, que impulsó ese programa televisivo. El combate fue entre la Casa de York y la Casa de Lancaster, en una ardua lucha por la corona.
“Actualmente la rosa blanca permanece como símbolo de la ciudad y se puede ver en las puertas de las murallas, en los puentes, en edificios e incluso es parte de la bandera”, asevera Diana.
La ciudad donde vive esta costarricense irradia tanto esplendor que anualmente atrae a cerca de cuatro millones de turistas, mientras que el número de residentes es de 140.000.
La mejor manera de llegar, dice la tica, es en tren desde Londres, pero los tiquetes se deben comprar con antelación para que salgan más baratos, pues el rango va de 25 a 125 libras esterlinas, es decir, entre ¢18.700 y ¢93.500, aunque hay tiquetes grupales que son más económicos.
También hay opción de desplazarse en autobús o, incluso, en avión, pues ciudades cercanas tienen aeropuertos.
“La ciudad se ha convertido en el destino cultural y de moda gracias a su variada mezcla de tiendas, sus elegantes restaurantes y una dinámica cultural de cafetería. Hay muchos lugares para hospedarse”, recalca Diana.
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Al igual que el resto de Inglaterra, York no es barato, aunque esta compatriota afirma que los precios sí son más bajos que en Londres.
Julio y agosto son los meses en que llegan más turistas, debido al verano; esto genera un problema: las calles medievales son angostas y si hay mucha gente, tendrá dificultades para sacar las mejores fotografías o disfrutar a gusto del paseo.
Además, los fines de semana también hay una buena cantidad de visitantes, muchos de ellos ingleses, pues aprovechan los días libres para conocer.
“Mi estación favorita es la primavera (de 21 de marzo al 21 de junio), porque hay una explosión de colores, flores por toda la ciudad y las laderas de la muralla quedan amarillas, lo cual es precioso”, indicó Diana.
¿Cómo llegó esta tica a ese lugar? La historia de Diana es muy singular y llamativa, de esas que uno desea preguntar y preguntar para escarbar en cada detalle.
Todo empezó hace un año y 10 meses. Al igual que otras personas, Diana siempre tuvo como sueño viajar, explorar el mundo y conocer nuevas culturas.
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Los responsables de esa insaciable curiosidad fueron sus tías Lilia y Lucrecia, así como su papá Luis Valerio, quienes recorrieron varios países, por lo que aprendieron nuevos idiomas y crecieron en diferentes aspectos de sus vidas.
De pequeña, Diana escuchaba a Lilia hablar de Canadá, donde vivió, mientras que Lucrecia le relataba historias y anécdotas que le ocurrían en Estados Unidos y su papá la sorprendía con los pormenores del día a día en Israel, donde trabajaba.
Un detalle le frenaba un poco ese intrépido deseo de conocer otras culturas.
“Siempre he sido una persona muy social y extrovertida, no soy para nada tímida, pero tenía un problema, no podía hablar inglés muy bien. En el 2007 tuve la oportunidad de viajar con mi abuelito, Leonidas López, por primera vez a Alemania, a visitar a mi tía (Lucrecia se mudó a ese país pues se casó con un alemán) e hice el Eurotrip. Los amigos de ella me hablaban y les entendía algunas cosas, pero no era capaz de expresarme, entonces me hacía un puñito”.
“Recuerdo que me sentía supermal, no entendía cómo cinco años de colegio público y los años en la universidad pública no fueron suficientes para aprender inglés. Entonces quedé con la idea de hacer algo al respecto, sumado a muchas oportunidades de crecimiento profesional y académico que se iban por mi debilidad con el idioma”, confesó Diana.
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Tiempo después, se vio obligada a comenzar de nuevo, económica y emocionalmente por un hecho que marcó su vida. Aunque la angustia llegó a niveles exorbitantes, ahora opina que esa fue la mayor bendición que ha tenido, pues aprendió a no rendirse y le permitió alcanzar sus sueños, con la clara intención de ser feliz.
Aunque tenía un trabajo estable y el amor de su familia, decidió empacar y buscar una oportunidad en el Viejo Continente, con la firme convicción de demostrarse a sí misma que sí es posible cumplir las metas anheladas, pero en Londres.
“Recuerdo que mi hermano me dijo que me daba un mes cuando mucho, que me iba a dar mal de patria. En efecto, me dio, pero logré superarlo. Los primeros meses son los más difíciles y decisivos; como me decía un buen amigo que también vive fuera de Costa Rica: ‘Vivir lejos de todo lo que uno ama es no es para débiles’. Hay que hacerse el fuerte incluso en los momentos en que uno no lo es”, dice Diana con absoluta transparencia.
Así llegó Diana a Londres, una ciudad gigante, donde no conocía a nadie, con un presupuesto limitado pese a ser de los lugares más caros del mundo, sin mayor dominio del inglés, mucho menos del acento británico, y con la dificultad de soportar el frío del invierno, luego de estar acostumbrada al calor de Atenas.
“Si me preguntan si lo volvería a hacer, diría mil veces que sí. Si en este momento me piden hacer una lista de todo lo que amo de vivir aquí y lo mucho que he crecido, son demasiadas las cosas buenas que podría decir”.
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Cuando pisó territorio británico, lo hizo sola, aunque en Costa Rica quedó un muchacho a quien conoció seis meses antes de partir. Una amiga en común los presentó, pues a él le encanta viajar, igual que a Diana.
Lo curioso es que el destino les tenía preparada una sorpresa, también de cuento de hadas, apenas a tono con York, el sitio majestuoso donde viven.
Ese joven aplicó y ganó una posición para hacer investigación en esa ciudad inglesa, por lo que al poco tiempo llegó a ese país.
Aunque ella vivía en Londres y después se pasó a Alemania por algunos meses, nació entre ambos un gran sentimiento de amor, que los llevó a casarse hace un año, boda que realizaron en el calorcito de Costa Rica.
El destino siguió confabulando entre ellos, al punto que Diana consiguió un empleo en York, para estar al lado de su esposo, Víctor Castro.
En York trabaja en una empresa transnacional. Ella es bióloga de profesión, pero su jornada laboral transcurre en laboratorios de microbiología de alimentos. Lo curioso es que su esposo es microbiólogo, pero allá se desempeña en temas de biología.
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A Costa Rica vienen cada año; de hecho, ya tienen los boletos listos para visitar nuestro país en setiembre próximo, me dijo con gran alegría Diana.
Esas visitas al terruño sirven para apaciguar un poco ese sentimiento inevitable que se apodera de Diana cada vez que piensa en su familia, amigos, la comida de su abuelita (Sonia Campos) y de su mamá (Leticia López), a quienes extraña a más no poder.
“Extraño ir a Atenas los fines de semana y reunirnos todos a tomar café, a mis abuelitos que son mi adoración y que no perdonaba un fin de semana sin verlos, pero ahora hablamos frecuentemente por WhatsApp. Extraño las frutas frescas, las naranjas que mi abuelito me tenía listas y el jugo de naranja que religiosamente se toma en casa de mis papás; las guayabas, los mangos, el agua de pipa, las tortillas, el queso de huequitos de la Cooperativa de Atenas, el chiverre, las cajetas de Angelita y las toronjas rellenas atenienses”.
Aunque el gran amor por su familia y por Atenas la hace estar muy pendiente de Costa Rica, Diana disfruta día a día su vida en York, donde tiene a la mano un amplio patrimonio histórico, monumentos, murallas medievales, calles antiguas, castillos, abadías, catedrales, puentes, edificios con decenas de años de antigüedad.
Ella logra cumplir su sueño, al superar cualquier barrera y aprender del mundo. De hecho, su historia parece de cuentos de hadas, al igual que el lugar donde vive.
Los datos anteriores corresponden a los costarricenses que reportaron a la Cancillería vivir en otra nación. No necesariamente todos los que migraron están incluidos, porque el proceso es voluntario y en algunas naciones no existen consulados de Costa Rica. Los datos de Puerto Rico corresponden a antes del paso de los huracanes Irma y María, por lo que ahora la cifra puede ser menor.
Esta es la trigésima octava historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.