Tres décadas atrás, una niña de apenas nueve años acompañaba a su papá a ver un programa de televisión todos los lunes.
Aunque no le hacía mucha gracia, la pequeña le prestaba atención al Planeta Azul, sobre todo porque su progenitor realmente disfrutaba de ese espacio, dedicado a la naturaleza y al mundo. Era un momento en que él cambiaba el estrés del trabajo por la aventura de conocer lugares paradisíacos.
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Uno de los capítulos se trató de Nueva Zelanda, esa lejana isla que la impactó con solo ver unas cuantas imágenes, que la hicieron maravillarse y cambiar su vida, muchos años después.
“El programa era doblado y el narrador dijo que ese es un país muy parecido a Costa Rica, pero también el más lejano a Costa Rica. Entonces le dije a mi papá: ‘Cuando sea grande, me voy a ir a Nueva Zelanda’. Tal vez se lo dije para impresionarlo, yo qué sé”.
“Mi papá ni siquiera parpadeó y me dijo: ‘Dejá de decir tonteras’. El caso es que me levanté, me fui a mi cuarto y escribí en mi diario, el cual tengo todavía: ‘Cuando sea grande, 1-voy a irme a vivir a Nueva Zelanda. 2-Voy a huir con el circo’. Suena tonto, pero se convirtió en mi realidad desde ese día”, expresa.
Esta es la historia de Carina Gallegos, costarricense de 39 años quien desde el 2006 vive en Wellington, la capital de ese fabuloso país. Sobre su sueño de irse con un circo, lo intentó a medias, al asegurar que por un tiempo “volé en trapecio”, en ese país de Oceanía. Como prueba, está el siguiente video.
Nueva Zelanda la sorprende día a día, la llena por completo y le reafirma que los anhelos sí son posibles de cumplir.
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La vivienda donde reside la describe como la casa de un árbol, porque debe bajar 80 gradas para llegar. “Lo cual significa que hay que subir 80 gradas todos los días para salir y uno siente que está en medio del bosque”, describe.
Quizás es difícil de imaginar cómo es su hogar, pero con el siguiente video lo puede comprender mejor.
Cuando decidió cumplir su sueño de niña, su papá Alberto de nuevo se sorprendió. Aquella pequeña que creció en Curridabat, San José, iba a hacer vida a miles de kilómetros de distancia.
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Fue en 2006 cuando Carina abordó un vuelo para llegar a Nueva Zelanda. Su intención siempre fue radicar en aquella nación, que tiene un sistema de puntos para otorgar la residencia.
“Si uno obtiene un diploma de una universidad de aquí, tiene más puntos, entonces vine a sacar una maestría para aplicar por la residencia. Mi maestría fue en Desarrollo Social, que es un programa de la Universidad de Victoria, en Wellington, que se enfoca en metodologías para combatir la pobreza y en la importancia en preservar comunidades indígenas a nivel mundial”, expresó.
Carina disfruta su vida en Nueva Zelanda al lado de su hija, de dos años, llamada Sienna Gallegos-Heap, así como con su compañero sentimental, Rowan Heap, quien es un neozelandés profesor de secundaria y diseñador gráfico.
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Curiosamente Rowan viajó por todo Latinoamérica, y habla español, pero conoció a nuestra compatriota en esa majestuosa isla.
Esta costarricense revela una decisión que tomó para que su hija aparezca como Gallegos en todos los documentos oficiales. Según dijo, en aquella nación se acostumbra que las personas solo tengan un apellido, el del papá. Ella le propuso a su pareja inscribir a Sienna como Gallegos-Heap, como un solo apelativo.
Lo más difícil. Obtener la residencia de Nueva Zelanda no ha sido la prueba más grande que ha tenido; su salud la ha hecho pasar muy malos momentos.
Ella dice que vive tiempos extra, por lo que intenta hacer lo que le llene el alma. Fue en el 2010 cuando Carina se sometió a una tercera cirugía gástrica para sentir alivio. “Me sacaron el estómago, literalmente”, contó.
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A Carina la rodean los milagros. Los médicos le auguraron que no podía tener hijos, pero dio a luz a Sienna. Además, pasaron 15 años para que los doctores descubrieran el origen de su problema en el estómago.
“Terminaron sacándome el estómago entero porque ya no servía para nada; me conectaron el esófago con el intestino y desde el 2010 llevo una vida como la que no tuve. Las personas siempre me dicen que uno no puede vivir sin estómago, pero yo me río, porque aquí sigo. Las cirugías fueron en Costa Rica”.
“Como poquitos todo el día, no puedo comerme un casado ni cinco tamales, pero puedo comer, ya que antes ni eso podía. Tengo cicatrices de pirata en la panza, pero me hacen feliz, porque cada vez que las veo me recuerdan lo linda que es la vida ahora, comparada con la anterior”.
¿Qué le sucedía antes de las cirugías?
Carina vomitaba de la nada, algunos médicos creyeron que era un problema mental y hasta le diagnosticaron como bulímica.
En Nueva Zelanda hace diversos trabajos, aunque admite que ninguno genera suficiente salario, en una nación carísima.
Ha trabajado en varias organizaciones no gubernamentales enfocadas en comunidades de refugiados a quienes les asignan Wellington para vivir, pues Nueva Zelanda acepta cierta cantidad de migrantes cada año.
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Entre quienes más llegan, destacan ciudadanos colombianos. Carina asume un papel de intérprete cultural, con la Cruz Roja.
“Mi trabajo ha sido, por un lado, traducir el idioma tanto para los trabajadores sociales como para los colombianos, ya que aquí nadie habla español ni los colombianos que vienen hablan inglés, pero por otro lado, y tal vez más importante aún, darles a ambos lados los contextos culturales para que se puedan entender”, resaltó.
Además, da apoyo a estudiantes refugiados colombianos en escuelas y colegios. “He tenido suerte porque me dejan llevar a mi hija al trabajo”.
Junto a una autora neozelandesa, llamada Adrienne Jansen, esta costarricense publicó una colección de poemas que relatan la vivencia de las personas refugiadas y migrantes. La obra se llama Al of Us (Todos nosotros) y fue publicada en noviembre.
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Por cierto, recibió una gran noticia esta semana; su obra fue escogida por la Comisión de Libros de Nueva Zelanda como uno de los mejores 10 de poesía del 2018, uno de los logros máximos en literatura en ese país.
El país. En cuanto a Nueva Zelanda, lo describe como un país tranquilo, que roza en aburrido.
“Ese aburrimiento es producto de un país demasiado privilegiado, muy recién descubierto, sin fronteras a otras naciones (su vecino más cercano es Australia, a 2.000 km), que flota en el mar, al borde del fin del mundo. Aquí uno no sabe qué ocurre en Venezuela, Colombia es ‘Columbia’ y, en su gran mayoría, las personas no entienden que Centroamérica no es Suramérica ni que Costa Rica no queda a la par de Brasil”.
“Las personas no usan WhatsApp ni se aferran a la tecnología o a las redes sociales. Aquí se vive mucho el momento, no es que sea bueno o malo, sino que así es la vida aquí”, enfatizó.
Carina cuenta que allá no existen clases sociales, como en Latinoamérica, al punto que las servidoras domésticas o los choferes también reciben un salario alto.
Una curiosidad es que nadie dice “sí señor” o “sí señora”, tampoco usan “don” o “doña”; de hecho, es mal visto recurrir a formalidades.
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Una cualidad de los neozelandeses es que no son personas ostentosas, al punto que la alcaldesa de Wellington va al trabajo en bicicleta y el presidente de un banco viaja en autobús. Por ejemplo, una persona adinerada no recurre al servicio de un guardaespalda.
“Es seguro, las casas no tienen alarmas ni barrotes en las ventanas, no hay alambres de púa ni en las fincas. A veces me preocupa que los chicos que han crecido aquí piensen que el resto del mundo es así, sin carros que piten o perros callejeros”, aseveró Carina.
¿Se animaría a vivir en Nueva Zelanda igual que esta costarricense? Si así lo decide, quizás deba hacer algunos cambios en su vida. ¿Por qué? Carina se lo dice:
“Aquí la vida es cara, bien cara. Lo curioso es que no quiere decir que la gente trabaje más, sino que la gente compra menos. No es una cultura consumidora, porque uno solo tiene lo necesario y los centros comerciales son modestos y pocos, en especial comparado con Costa Rica”.
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A ella siempre le ha impresionado el valor y respeto hacia la cultura indígena, “la cultura de los Maorí”. “Desde el ta moko, que son los tatuajes en los rostros, hasta la danza ritual del haka. Me impresiona y admiro cómo los Maorí continúan la lucha por preservar su idioma, sus raíces, sus tradiciones y su identidad. Ver a un Maorí caminar por la calle con la cara tatuada y sentir respeto, es un privilegio”.
Destacó que no hay basura en las calles, ni siquiera chicles; nadie se cola en las filas, nadie intenta sobornar a alguien y la gente ni siquiera chismea.
A Costa Rica viene poco, por la lejanía. Siempre le hace mucha falta el calor de las personas. “Esos saludos y despedidas con besos y abrazos, ese trato tan lindo, tan humano”.
“Desde que nació Sienna, Costa Rica me hace falta de una forma distinta. Siento necesidad de transmitirle a ella parte de mi mundo, de mis raíces, los colores, los sonidos, los sabores, los olores de nuestra tierra. Que mi abuelita y mi papá me la chineen, que conozca lo que es tener conversaciones apasionados, que diga sí señor y sí señora, sin que la vean como bicho raro”, dijo.
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Eso sí, la reconforta saber que no debe preocuparse porque su hija vaya a un parque sola, que acampe con ellos porque no los asaltan.
Carina todavía no se acostumbra al frío neozelandés, tanto de las personas como del clima. De hecho, en ocasiones tiende a abrazar a alguien al saludarlo o da un beso con un hola, lo que deja “congeladas” a las personas, pues no es su costumbre.
Además, en ocasiones el día está soleado y como la ciudad donde vive tiene mar, intenta darse un chapuzón, con la mala fortuna de que el agua es muy helada.
“A pesar de ser un país desarrollado, en invierno hace frío dentro de las casas como fuera. La infraestructura de los edificios no retiene el calor ni las cosas están construidas para proteger del frío. Recuerdo entrar a la cocina a las 6 a. m., en mi primer invierno aquí, y encontrarme la botella del aceite de oliva congelada en la mesa de la cocina; así de frío se pone”, describió.
Si a usted le gustaría conocer Nueva Zelanda, tome en consideración estos consejos de Carina.
“Nueva Zelanda es un país espectacular. Cualquier propaganda que le pueda hacer, me quedo corta”.
“Para los amantes de Tolkien, es como vivir en el mundo de los hobbits”.
“La isla del sur la he recorrido varias veces en camper, y la verdad que los paisajes son como si les hubieran aplicado un filtro”.
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“El verde de la vegetación, el turquesa de las aguas, de los ríos, los lagos y del mar. Hay que verlo para creerlo”.
“Los paisajes son interminables, casi que empalagosos con su majestuosidad”.
“El nombre de Nueva Zelanda en Maorí es Aotearoa, que significa ‘tierra de la gran nube blanca’. Existe un misticismo en esta tierra, una especie de magia entre el silencia, el azul y lo verde. Es imposible explicar”.
“Son dos islas y hay más ovejas que personas en todo el país, entonces uno siente aún más la grandeza de los espacios. Entrar a un parque nacional y ser la única persona ahí, tenerlo todo para mí solita. Nadie anda preocupándose de que lo van a asaltar, tampoco hay presas, excepto en Auckland, la ciudad más grande, con solo un millón de habitantes”.
¿Qué consejos les das a costarricenses que quieran visitar Nueva Zelanda?
“Que saquen al menos dos semanas y se vengan a explorar en camper. Eso sí, tienen que aprender a manejar por el lado izquierdo, con la manivela del otro lado del carro”.
“Si se atreven, que traigan cámara y dejen el celular guardado, para que puedan sentir lo que es estar en el momento y disfrutar lo que están viendo sin necesidad de estarlo texteando a todo el mundo. Que se sientan lejos de verdad”.
“Que no bajen comida del avión. Aquí hay multas serias en los aeropuertos cuando uno trae frutas, miel o algunos tipos de maderas. Bajar una manzana del avión sale carísimo. Las reglas en este país son reglas, no importa el escote ni el apellido; no hay excepciones”.
¿Cuáles comidas deberían probar?
“Los mejillones. El paua (caracoles marinos comestibles), pero si uno quiere, debe meterse al mar a buscarlo, porque no lo venden, aunque es para chuparse los dedos”.
“La comida es por estaciones, algo que en Costa Rica no estamos acostumbrados. Los ticos somos muy chineados, venimos de un país con clima perfecto, con frutas tropicales que por lo general están disponibles todo el año. Aquí he aprendido a disfrutar las frutas y verduras por temporada, porque no queda de otra. No hay frutas tropicales”.
Carina no es la única tica en aquella lejana y deslumbrante tierra; de hecho, hace poco conoció a una compatriota a quien dice querer muchísimo. Ella vive con su esposo y dos hijos, todos costarricenses.
“Por mi tema de salud, tengo energía bien limitada y no me da la gasolina para socializar mucho que digamos, menos ahora siendo mamá. Mi pasión, después de mi hija y el amor por las letras, es el yoga, así que si tengo gasolina extra, me regalo ratos parada de cabeza”.
Datos de Nueva Zelanda
Capital: Wellington.
Población: 4,7 millones (casi igual a Costa Rica).
Extensión territorial: 268.021 km cuadrados (cinco veces más grande que Costa Rica)
Moneda: Dólar neozelandés (1 dólar neozelandés equivale a ¢416).
Idiomas: Inglés y maorí y lenguaje de señas de Nueva Zelanda.
Todas mis notas de Ticos lejos del hogar y de viajes en este link.
Esta es la quincuagésima primera historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.