La escena no puede ser más estremecedora. Cerca de 32.000 personas viven en un lugar cuya capacidad original es para 9.000.
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El 80% de ellas proviene de la República Democrática del Congo. El resto son de Ruanda, Burundi y Somalia.
La mayoría huye de añejas guerras, pero al llegar al campo de refugiados de Malaui se topan con una cruda realidad: la falta de oportunidades y la pobreza extrema.
Ante esto, el costarricense Javier Camacho Valerio, de 24 años y oriundo de San Rafael de Heredia, hace todo lo posible por ayudar.
Para ello, en 2016 fundó una organización no gubernamental llamada APOFU, que significa Apoyando el Futuro.
Su deseo fue hacer voluntariado y palpar la realidad que pasan miles de personas que huyen de conflictos bélicos y que buscan una mejor vida. Con el apoyo de su mamá, logró ingresar al programa estadounidense One Word Center.
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Primero estuvo un semestre en Estados Unidos para aprender sobre temas de pobreza y acerca de la realidad africana. Luego, en octubre del 2016, emprendió un viaje a Mozambique por seis meses, para ayudar a los más necesitados.
Después, supo sobre el campo de refugiados de Dzaleka, en Malaui, por lo que decidió ayudar en lo que se pueda, mientras es testigo de las penurias de personas desesperadas por hallar consuelo, auxilio y, sobre todo, un futuro que muchas veces parece negarse.
Este costarricense ha sido testigo de escenas conmovedoras.
“Un muchacho se vino caminando desde Sudán del Sur (casi 2.000 kilómetros); parecía un cadáver. Hay gente que duerme en cemento. Estar en el campo de refugiados es muy difícil”, aseguró.
“Primero llegan a una zona de tránsito, que en realidad es un galerón. Ahí están en el suelo, luego son admitidos al campo. Ellos no tienen derecho a buscar trabajo en Malaui, de todas formas ni siquiera hay empleo para los de Malaui. Hay gente que tiene 15 años de vivir ahí, en el campo de refugiados”, contó Javier.
Ese campo de refugiados funciona desde 1994, en lo que fue una cárcel. El gobierno malauí cedió esas 200 hectáreas, a 45 kilómetros al norte de la capital, Lilongüe, a la que se tarda unas cuatro horas en llegar.
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El lugar es administrado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero es imposible cubrir las necesidades básicas de quienes aguardan por una pequeña luz de esperanza, insiste Javier.
Cada persona tiene derecho a 14 kilos de maíz, utilizados para hacer una especie de atol típico en la región, dos de frijoles y un litro de aceite. “La comida no alcanza y no les proporcionan vegetales”.
Aunque eso es insuficiente, este costarricense fue testigo de una mujer que vendía la mitad de esos productos, a otros refugiados, para comprarle un alimento especial a su esposo enfermo, quien vomitaba sangre. Al final de mes, solo tomaban agua hervida pues se quedaban sin provisiones, narró el joven tico.
Ante esto, Javier impulsa un proyecto de producción animal en la zona.
“La idea es que los niños tengan gallinas y así acceso a huevos”.
Para ello, Javier y su ONG compraron un terreno de una hectárea a un lado del campo de refugiados, con dinero recolectado mediante donaciones.
Luego de adquirirlo, apenas quedaron fondos para construir un salón de clases, para que los menores reciban clases.
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“La idea es construir 15 aulas que pueden aprovechar 1.600 niños y en las noches se les puede dar cursos a sus papás, como por ejemplo de construcción, para que tengan algún oficio para su futuro”.
“También queremos levantar un comedor infantil, hacer huertas para la escuela y el campo de refugiados, pues no les dan vegetales, así como el proyecto de producción animal”, amplió Javier, quien estudió Género y Desarrollo en la Universidad Nacional (UNA) e Ingeniería en Gestión Ambiental en el Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC).
Para alcanzar las metas, su ONG no se detiene en la búsqueda de recursos económicos para ayudar a esta población.
“Queremos empezar a llevar gente de voluntariado, que hagan tres meses en Brasil, de cuatro a cinco meses en Malaui y dos meses en Costa Rica, para hacer conciencia”, apuntó.
Incluir a Brasil se debe a que su novia, Clarisa, es parte del proyecto y es originaria de ese país suramericano.
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Sobre Malaui, dice que es el sexto país más pobre del mundo, en una lista que encabeza la República Centroafricana, seguida por Burundi, República Democrática del Congo, Liberia y Níger.
Él mismo ha sufrido por las precarias condiciones en la zona.
“La vida es brava. Me dio una diarrea severa y en un mes perdí nueve kilos. No hay agua del tubo, sino que hay que ir a un pozo a 800 metros. Cuando se enferma alguien del campo de refugiados le dan una pastilla muy efectiva, pero yo pasé tomando limón. A mi novia la afectó una bacteria y un amigo de la Embajada de Alemania fue por ella y la llevó a un hospital privado”, relató.
Dice que en ese país la mayoría de personas vive en pobreza extrema, aunque hay algunos de la capital que pueden darse ciertos lujos, como comer en un restaurante, pues al menos tienen un trabajo.
“En Malaui la fuerza laboral es poca, debido a que la población o es muy joven o muy vieja. Hay muchos afectados con enfermedades de transmisión sexual”.
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“La capital tiene unos pocos edificios altos, hay una plaza comercial pequeña, mercados callejeros y unos cuantos bancos. Cuando llegué tenía miedo porque me advirtieron que no saliera de noche y que no tomara agua, por lo que tenía un filtro para purificarla”, recuerda Javier.
Agregó que dicha nación tiene zonas turísticas bonitas, como el Lago Malaui, así como la opción de hacer safaris.
Como anécdota, dice que una vez fue a la capital, Lilongüe, pero luego no tenía cómo regresar.
“Mi novia cumplía años y fui a la capital a comprarle un pastel, pero no sabía que después de las 7 p. m. no hay transporte público. Al final, me llevaron en una motocicleta para tomar otra buseta, pero no había, y estaba en una gasolinera hasta que llegó un pastor y me llevó. Llegué como a las 10:30 p. m.”, recordó.
Javier y su ONG avanzan en la construcción de la escuela y la huerta en Malaui; su sueño de ayudar a los más necesitados se acrecienta cada día.
También en Costa Rica
Reciéntemente APOFU emprendió un proyecto en Costa Rica, en Nimaría, Valle de la Estrella, Limón, poblado que es territorio indígena cabécar.
Según dijo Javier, como la escuela del lugar tiene mucho espacio, desarrollarán "diferentes técnicas para mejorar los procesos de la agricultura orgánica, como lo es el compostaje, letrinas de baño seco, lagunas de captación de agua llovida, pozo de agua potable para la comunidad y corrales para gallinas ponedoras, entre otras".
También se plantean abrir un consultorio médico que será atendido por la brigada de salud de APOFU, que cuenta con tres doctores.
Además, el proyecto incluye el mejoramiento de las aulas existentes y la construcción de tres salones de clases, todo hecho mediante la ayuda de voluntarios ticos.
Datos de Malaui:
Capital: Lilongüe
Población: 18 millones (poco más de tres veces que la de Costa Rica)
Extensión territorial: 118.484 kilómetros cuadrados (2,3 veces más grande que Costa Rica)
Idiomas: Inglés y chichewa
Moneda: Kwacha malauí (1 kwacha equivale a ¢0,78)
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