Las maletas para venir a pasar Navidad y Año Nuevo a Costa Rica prácticamente estaban listas. Faltaban un par de días para emprender el viaje hacia su país cuando Federico Rojas Chavarría, de 38 años, pasó un gran susto.
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Este ingeniero mecánico, graduado de la Universidad de Costa Rica (UCR), llegó hace ocho meses a Laos, nación del sudeste asiático, para trabajar en el proyecto hidroeléctrico Xayaburi, a unas siete horas en automóvil de la capital, Vientián.
Estaba en su trabajo cuando aparecieron unos policías, quienes realizaron pruebas antidopaje.
“Salí positivo, pero el día anterior tomé unas pastillas para el resfriado. ¡Nunca he consumido drogas y me salió positiva! Fue un test de orina”, expuso.
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Federico dijo que los oficiales ni siquiera le explicaban qué pasaba o cuál fue la sustancia supuestamente detectada.
De la primera prueba realizada a los trabajadores, 65 “dieron positivo”, por lo que los oficiales les realizaron un segundo test… curiosamente, en este otro solo 19 quedaron en lista negra, entre ellos, el costarricense.
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“Estaba seguro en mi inocencia y mediaron (los jefes) con la policía porque envían a las personas tres meses a rehabilitación que en realidad es como a una cárcel. Apenas llegué a Costa Rica me hice la prueba de 10 drogas diferentes y dio negativa y la envié a la compañía para estar claros”, agregó.
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Tuvo suerte, porque el cuerpo policial de Laos suele ser inclemente, debido al poder que tiene.
Incluso, en ese momento la propuesta del tico fue que lo llevaran de inmediato a un laboratorio para practicarse un examen, pero los policías no quisieron, posiblemente porque sentían que se ponía en entredicho su autoridad.
Sobre Laos, dice que es sumamente barato. ¡Se imagina almorzar por ¢540! Esto hace todos los días este costarricense.
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“Se supone que el Pad Thai es carísimo y vale unos ¢540. Es un plato a la carta y los extranjeros comemos así, porque los que son de Laos almuerzan en un bufet que es más barato y que tiene arroz, sopas, verduras, cerdo o pollo en diferentes salsas”, reveló Federico.
No obstante, ese risible monto por el almuerzo no necesariamente implica una alegría extrema para él, pues le ha costado adaptarse a los platillos que comen en esa nación de casi 7 millones de habitantes.
“La comida es con lo que más he sufrido, siempre busco platos diferentes, pero son picantes, entonces siempre pido lo mismo. El pan solo lo venden una vez a la semana, los lácteos no los logro conseguir”, lamenta Federico.
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El campamento donde vive cuenta con diversas facilidades, como por ejemplo área de juegos y piscina.
La ciudad más cercana es Luan Prabang; ahí sí venden algunos de los productos que tanto añora, pues es la región turística por excelencia de ese país. El inconveniente es que está a 80 kilómetros de su trabajo, que se traducen en unas dos horas y media en auto.
“Gastaba $20 (¢11.520 al mes) comprando comida hecha o en el supermercado. Un buen salario mensual aquí ronda los $100 (¢56.700). Hay gente tailandesa y me dice que más bien la comida en Laos es cara”, expresó.
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Este compatriota aclara que en las zonas más turísticas, los precios son un poquito más elevados, aunque insuficientes como para quitarle la etiqueta de superbarato a Laos. En esos lugares es posible comer hasta con menos de ¢1.500.
Su vida en plantas hidroeléctricas comenzó en Costa Rica, en Pirris, con una compañía austriaca que lo contrató.
Luego, esa fue una de las empresas que el gobierno de Laos firmó para este ambicioso y polémico proyecto de generación de energía.
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Se trata de una represa en el caudaloso río Mekong, que recorre China, Birmania, Laos, Tailandia, Vietnam y Camboya. Los habitantes de ese último país han estado inquietos pues temen perder a los peces, que son su sustento.
“El proyecto se diseñó con un sistema de bombeo para que los peces sobrevivan y lleguen a Camboya”, comentó el tico.
Hay otra particularidad en Laos que revela Federico; es muy mal visto gritar a alguien.
Donde trabaja, solo vio a dos personas levantar la voz en exceso a alguno de los trabajadores. A uno de ellos lo cambiaron de proyecto, pues en ese país debe reinar la armonía entre compañeros.
“Cuando llegué no sabía mucho, me dijeron que al presentarme debía hacer una reverencia para saludar, en las discusiones en la mesa siempre se trata de buscar soluciones y no se puede culpar a nadie, porque se gana un enemigo, por ejemplo, un serbio envió un correo a Europa porque algo salió mal y el trabajador de Laos se sentía muy mal, porque decía que él hizo todo lo que pudo. Nunca he visto una persona gritándole a otra”.
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Poco a poco se va adaptando; muchos de los trabajadores del proyecto no hablan inglés, por lo que las señas se volvieron el lenguaje.
La diferencia horaria con Costa Rica también es muy pesada; son 13 horas, por lo que mientras su familia y amigos duermen, él está trabajando.
Lo bueno es que la empresa con la que trabaja le permite venir dos semanas a Costa Rica cada seis meses, para llenarse de energía con el calor humano del tico y compartir en actividades sociales.
De los 9.000 trabajadores del proyecto, solo dos tienen sangre latina: Federico y un argentino.
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“Cuando la gente se da cuenta de que soy de Costa Rica, se me acerca para preguntarme si es cierto que es un paraíso", agregó este joven, quien regresó sin problemas ni temores a Laos después del incidente con la policía.
Datos de Laos:
Capital: Vientián
Población: 6,7 millones (casi dos millones más que Costa Rica)
Extensión territorial: 237.955 kilómetros cuadrados (4,6 veces más grande que Costa Rica)
Moneda: Kip laosiano (1 equivale a ¢0,07)
Idioma: Laosiano
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Esta es la decimosexta historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.