Chifrijo, gallo pinto, casados, gallos, arroz con pollo… Esos platillos son parte del menú del restaurante Mamacitas, en Singapur, del cual es dueña la costarricense Cindy Castro Vega, quien desde hace 10 años vive en esa nación del sudeste asiático, que es 71 veces más pequeña que Costa Rica, pero con una población cercana a los 5,6 millones de habitantes.
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Ella adora la cocina y le dio un toque especial al menú, al recurrir a combinaciones de especias ticas con asiáticas.
Esto hace que el sabor sea un poquito distinto al que disfrutamos en nuestro país, pero suficientemente tentador para repetir la visita, en un país considerado el paraíso de los restaurantes, por la variedad de su oferta y precios diversos, que provoca en los comensales dudas sobre qué pedir, pues por lo general todo se ve delicioso.
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En el negocio de esta herediana, lo más barato vale $5,50 (¢3.146) y lo más caro $11,90 (¢6.806); sin embargo, cualquier costarricense que vaya paga solo $5 (¢2.860), sin importar el plato que pida.
Su local está en un food court llamado Lau Pa Sat, conocido como viejo mercado, en medio del distrito de negocios de Singapur.
“Sirvo comida costarricense, platos típicos y algunas comidas mixtas y tropicales con esencias asiáticas, creaciones que hice durante años. Aprendí un poco de cocina tailandesa y de Malasia. Ese negocio lo tengo desde hace siete años”, expresó Cindy.
El trabajo no es fácil, le demanda horas de horas de dedicación para tener éxito. En total, el local está abierto 16 horas al día.
Aunque por lo general la vida de los negocios apenas llega a un año, Mamacitas lleva siete. Y ahora Cindy tomó una decisión trascendental, mudarse de lugar para ofrecer un menú más amplio, ya que en ese sitio tiene restricciones sobre lo que puede vender.
“Me muevo para abrir un restaurante bistro lunch bar, con más opciones, nuevos platillos con otras presentaciones”, externó.
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Pese al gran sacrificio que hace día a día, dicho negocio le cambió la vida a esta compatriota.
"Es muy duro, son muchas horas de trabajo. Aunque es agotador, me encanta y disfruto mucho estar en contacto con mis clientes, porque casi el 50% son extranjeros y el resto de Singapur. Disfruto mi trabajo y la paso muy bien”.
La historia de Cindy está llena de curiosidades. Su hermana vivía en esa nación y ella la visitó para unas vacaciones.
“Me presentó a su mejor amigo, quien pasó a ser mi esposo, aunque ya no estamos casados”.
Cindy tiene tres hijos. Hillary, la mayor, tiene 20 años y es nacida en Costa Rica. Para esta joven fue más difícil adaptarse a ese país, porque extrañaba a sus amigos ticos y la familia.
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Inicialmente ingresó a un centro educativo regular, pero hubo momentos de quebranto que se solucionaron cuando fue matriculada en una escuela internacional, pues ahí compartía historias similares con otros niños.
Ahora estudia Psicología y Derecho en la universidad, además, ayuda en Mamacitas antes de irse a estudiar y una vez finalizadas las clases.
Los otros dos hijos de Cindy son Shaw (siete años) y Esmeralda (cinco), quienes son singapurenses, por lo que la vida les resulta mucho más sencilla por los beneficios al tener esa ciudadanía. A esto se le suma que solo han vivido en esa nación.
Además, esta costarricense cuenta con un gran respaldo: su mamá, María Isabel Vega, quien se mudó a ese país para acompañarla.
Los primeros meses allá no fueron sencillos, según admite Cindy.
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“El choque fue la elevada humedad, el calor que hay aquí, no podía encontrar una ropa con la que me sintiera cómoda, para mí era todo incómodo y casi siempre pasaba en la casa, no quería salir a hacer nada. Eso fue cuando me casé y no tenía opción de regresar a Costa Rica, pero además no lo planeaba porque estaba en un momento muy bonito de mi vida”.
La solución la fue creando poco a poco. Después de sobrellevar un año entre la nostalgia y la tristeza, Cindy se propuso cambiar su vida.
Para ello, optó por comprender la cultura de Singapur, buscar amistades y apreciar la comida local. Además, estuvo dos años estudiando inglés en una academia, lo cual le ayudó mucho, pues ese es uno de los idiomas oficiales de ese país (los otros son malayo, tamil y mandarín estándar).
“Luego fui a escuelas de cocina y empecé a sacar tiempo para mí, para estar ocupada porque pasaba aburrida. La cocina me encanta y dediqué tiempo a esto sin pensar que en un futuro iba a tener mi negocio, Mamacitas. Es increíble porque cada año que pasaba me gustaba más el sabor asiático y cada comida que probaba por segunda o tercera ocasión, me sabía mejor. Simplemente estaba adaptando mi paladar, pues los sabores de Asia son increíbles”.
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Ahora Cindy está más que habituada a esa nación. La tristeza quedó de lado y se siente completamente realizada al seguir su pasión.
“Hubo épocas en que pasé deprimida y creí que iba a pasar el resto de mi vida así, pero no tenía amigas. Traté de hacer amistades, pero con algunas no me sentía cómoda, aunque creo que era un pretexto porque me hacían falta mi familia y amigas, quizás no aceptaba el cambio, pero poco a poco logré adaptarme y veo Singapur como mi casa”, asevera.
Cindy se declara “muy feliz”, muy cómoda y segura. Ahora tiene un montón de amigos y la pasa muy bien, pese a las largas jornadas en su negocio.
De esa nación adora la seguridad, la limpieza y la cooperación entre las personas.
Eso sí, para ella no es fácil venir a Costa Rica, debido a su restaurante. Logró pasar aquí una semana en noviembre del 2016 y ahora planea hacer otra visita a finales de este mes.
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“Extraño todo de Costa Rica, la comida me encanta, el queso fresco del mercado, la natilla con pan en la mañana, me encanta el gallo pinto, los casados, la olla de carne, me encanta todo, extraño a mis amigos, a mis hermanas que fueron más amigas que hermanas. Es difícil porque en verdad las extraño mucho”.
“Ya me adapté, ya lo tolero, pero hubo mucho tiempo en que las quería a todas aquí, y traté, pero bueno, ellas vienen una vez al año en grupo y casi siempre la pasamos bien; tengo la oportunidad de verlas y vacilar, lo cual es muy bonito”, concluyó Cindy.
Mi secreto sobre la historia de Cindy
Esta confesión la saben muy pocas personas. Cuando pensé en hacer el proyecto Ticos lejos del hogar, la historia de Cindy fue la primera que tuve en mente, aunque al final es la número 32 en publicarse.
Kimberly Villalobos, una joven amiga que estudia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la conoció durante un viaje a Singapur. Me contó que estuvo en un restaurante y que la persona que la atendió le preguntó su nacionalidad.
Cuando Kimberly le respondió que es costarricense, le pidió un momento. La salonera fue y llamó a Cindy y las presentó.
Mi amiga me reveló que la dueña de Mamacitas estaba feliz por verla, aunque no se conocían, al punto que al día siguiente regresó. Su historia me impactó porque irradiaba la nostalgia que sentía Cindy al ver a una compatriota.
Una vez que presenté a La Nación Ticos lejos del hogar, le pedí a Kimberly alguna forma de contactar a Cindy. Me dio su Facebook, por donde le envié un mensaje y rápido obtuve su número de WhatsApp.
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Antes de la primera publicación, que fue el 20 de noviembre del 2017 sobre la historia de Crisanto Alonso Arias, quien vive en Chipre, tenía unas cinco entrevistas hechas a ticos del exterior, entre ellas la de Cindy. ¿Por qué la publico hasta ahora?, no tengo una respuesta, simplemente ocurrió así.
Lo cierto es que su caso fue parte del impulso para Ticos lejos del hogar.
Datos de Singapur:
Capital: Singapur.
Extensión territorial: 719,9 kilómetros cuadrados (casi 71 veces más pequeño que Costa Rica).
Población: 5,6 millones de habitantes (¢600.000 más que Costa Rica).
Moneda: Dólar de Singapur (1 dólar de Singapur equivale a ¢422).
Idiomas: Inglés, malayo, tamil y mandarín estándar.
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Los datos anteriores corresponden a los costarricenses que reportaron a la Cancillería vivir en otra nación. No necesariamente todos los que migraron están incluidos, porque el proceso es voluntario y en algunas naciones no existen consulados de Costa Rica. Los datos de Puerto Rico corresponden a antes del paso de los huracanes Irma y María, por lo que ahora la cifra puede ser menor.
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Esta es la trigésima segunda historia sobre costarricenses que dejaron su país por diferentes circunstancias, se adaptaron a otra tierra, pero guardan el cariño por sus raíces.