Qué gran sentimiento es saber que uno tenía lo necesario, tanto adentro como afuera, para cumplir con los objetivos.
No hay nada mejor que eso. Me lo dijo el silencio que me habló al oído esa noche en el Indoor Stadium de Singapur, luego de levantar los brazos y dejar a 15.000 personas mudas e incrédulas.
Para quienes no me conocen, mi nombre es Ariel Sexton, llevo sangre tica en mi cuerpo por parte de mi madre y me dedico profesionalmente a las artes marciales mixtas. Y el 22 de febrero de este 2019 tuve uno de los momentos más satisfactorios de mi carrera.
Ese día vencí a Amir Khan, en un torneo de la organización One Championship, que es la más grande de Asia. Kahn es una bestia, un artista del nocaut, y es precisamente originario de Singapur. Así que, sin duda, derrotar a la superestrella y héroe local fue el mejor silencio que escuché en mi vida.
No obstante, el camino para llegar hasta ahí no fue fácil.
Dificultades.
Desde que recuerdo estuve expuesto a demasiada violencia. Mientras crecía, entre Vancouver, en Canadá, y Nicoya, en Costa Rica, me vi envuelto en cientos de pleitos y confrontaciones sin sentido.
Durante los meses escolares vivía en la ciudad más linda del mundo pero en su peor momento. Se llama Kitsilano. De 1993 al 2008 todo Vancouver estaba en una guerra por el control del tráfico de drogas y esta era la receta automática para diariamente estar expuesto a asaltos y asesinatos.
Si bien mis días se pasaban entre las artes marciales y los deportes, tenía una habilidad innata de atraer a personas muy malas a mi alrededor. Y nunca quise ser una víctima, así que siempre me defendí y luché de vuelta. Hasta que a los 18 años fui atacado por 10 hombres y recibí siete puñaladas en todo el cuerpo. Sobra decir que estuve a punto de morir.
Sin embargo, dejar de respirar no estaba entre las cartas. Aún no. Mi mamá me instó a mudarme permanentemente a Costa Rica para reconectarme con mis raíces latinas y, un año más tarde, decidí hacerlo. Definitivamente necesitaba ese cambio, porque el susto de la muerte fue tal que me obligó a querer entender el control del cuerpo y las emociones humanas. Porque la ira que llevaba en mí me iba destruir. Fue eso lo que me condujo a sumergirme por completo en las artes marciales, específicamente en el jiu-jitsu brasileño, del cual hoy soy cinturón negro.
Realmente no me gusta la violencia. Ya no la apoyo en mi vida. Incluso veo a mis rivales de una manera muy diferente a hace 15 años, cuando solo pensaba que era “ellos o yo”. Ahora entiendo todo el sacrificio que hay que hacer y las lesiones por las que hay que pasar para poder competir a un alto nivel.
Por eso es que en aquel momento decidí tomar todo lo que había presenciado y lo canalicé en energía positiva, en mayor conciencia, en una forma de ayudarme. Y, por supuesto, lo metí en mi entrenamiento. Porque, sin duda, en esto uno no quiere que lo lastimen, así que hay que ser mejor que todos los demás. Y ese día fui mejor que Khan.
Desde que sonó la campana salí con un plan para no permitirle que entrara en ritmo de ataque. Quise siempre estar encima, presionándolo. Quizás dio la impresión que él dominaba, pero realmente le estaba drenando la energía. En nuestra esquina sabíamos exactamente qué estábamos haciendo. Tenía a mi favor todos mis años de experiencia. Porque enfrentaba, con la madura edad de 37, a un joven de 24, que quizás nunca se había visto inmerso en aguas profundas con un veterano.
En mi vida he estado en circunstancias difíciles, con todo en contra. También he peleado y viajado por todo el mundo. Además, mi entrenamiento es sumamente riguroso. Desde los 25 años, cuando mi novia me convenció de tomar esto en serio, entreno hasta ocho horas al día, entre el acondicionamiento, las pesas, boxeo, lucha y jiu-jitsu. Eso me dio el rodaje y la confianza suficiente para finalmente sentirme un monstruo en el ring, en donde creo que todos mis atributos se alinean.
Sin dolor.
En Singapur, aparte de la enorme multitud apoyando unilateralmente, solo había unos cuantos costarricenses y un par de compañeros de mi equipo, Athletic Advance. Todos miraban la pelea sumamente nerviosos, ansiosos y asustados, pero yo sabía que lo tenía todo bajo control.
Durante los momentos en que Khan me atacaba más fuerte, principalmente al inicio del segundo round, en el que un corte sobre mi ojo izquierdo empeoró, solo pensaba en que me he dedicado a un estilo de vida en el que no percibo los golpes recibidos como dolorosos.
Si uno entrena lo suficiente, puede estar preparado para todo. Amo el dolor cuando entreno. Es una adicción. Empujar el cuerpo a sus límites es una sensación asombrosa.
También hay que mantener la calma. Cuando uno se adentra en artes marciales se da cuenta que lo que se enseña es a estabilizar las emociones. Apenas uno comprende eso, puede mantenerlas bajo control e incluso prenderlas y apagarlas en diferentes puntos de quiebre. Donde una persona se enoja porque lo golpean en la cara, yo solo aguardo mi oportunidad. Todo eso fue vital para darle vuelta al combate.
Ser paciente y simplemente estar alerta para reaccionar es como una segunda naturaleza de la memoria muscular y los reflejos. Es donde se activa el instinto. A mí me sucedió acabando ese segundo asalto.
Entré en la “zona”, en esa en la que uno se vuelve intocable, en la que solo se ejecuta lo practicado, pues no hay tiempo de pensar. Lo único que me pasaba por la cabeza era terminarlo. Y al 1:04 del tercer round se abrió la oportunidad de hacerlo con un estrangulamiento “mataleón”. Siete segundos después se oficializó el triunfo que me llevó a escribir estas líneas.
Cuando empecé en MMA me puse algunas metas personales y eso es lo que me mantiene motivado hasta hoy, tal como si fuese el primer día. Una de ellas es ser campeón del mundo. Aún no lo he logrado, pero estoy seguro que debe sentirse un orgullo y satisfacción similares a los del 22 de febrero.
Porque normalmente después de ganar hay mucha celebración, gritos y a veces hasta pólvora. No obstante, en mi caso, en ese ambiente adverso, mi entrenador solo me miró y me soltó un: “te lo dije”, mientras que yo solo absorbí el silencio, para poder disfrutarlo por siempre.
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