Yo fui el niño gordito que siempre era elegido de último a la hora de hacer deporte. El que era buena gente y la mayoría de las personas querían, pero el que escuchaba pasar primero todos los nombres de los demás.
Luego fui el joven que se metió en cuanto deporte tuvo a su alcance, con tal de dejar atrás las inseguridades. Estuve metido en futsal y fútbol playa, ambos en Primera División. Hasta pasé por procesos de selecciones nacionales.
Y hoy soy el adulto que, tras darse cuenta de lo que es el verdadero esfuerzo, trabajo y sacrificio para poder tener éxito, recibió ofertas para jugar fútbol americano profesionalmente en Nueva Zelanda y Brasil.
Mi nombre es Danny Herrera, tengo 36 años y soy Licenciado en Comercio y Negocios Internacionales. Sin embargo, en este artículo lo importante no es lo que hago para ganar dinero, sino lo que hago para ganar felicidad. Y eso es jugar fútbol americano.
¿Fútbol americano? ¿En Costa Rica? Yo también me hice esa pregunta hace 10 años exactamente, cuando no tenía ni la más mínima idea de cómo estaba a punto de cambiar mi vida.
Primer acercamiento.
Aún recuerdo manejar al lado de la cancha de Hatillo 8 aquel jueves por la noche del 2009. Regresaba de mi trabajo y ni siquiera sé porqué tomé esa ruta ese día. Pero al parecer así funcionan las casualidades de la vida.
Observé a un grupo de personas con cascos y otros implementos ajenos al fútbol. Había altos, bajos, gordos, flacos… Algunos incluso tenían semblante de extranjeros. Bajé la velocidad y me estacioné cerca de ellos.
Me atreví a hablarles, por lo que al bajar del carro, les hice mil preguntas. Ellos solo hicieron una: si me gustaba el fútbol americano. Les respondí que sí, que siempre veía partidos en televisión, pero que no había pasado de tirar pases con los ‘compas’.
Me instaron a probar de inmediato y recordé que, como cualquier buen mejenguero, en la cajuela tenía tacos y una pantaloneta.
En medio de la práctica, el coach Gary Monge me consultó de qué me gustaría jugar. “Yo quiero ser quarterback”. Respuesta típica de un novato. No obstante, lancé unos cuantos pases y cinco minutos después ya era corredor…
Tres horas después de que empezó el entrenamiento, recibí mi primera convocatoria para un partido de campeonato nacional. “Nos vemos el sábado en Belén, en la cancha de Pipasa. Usted ya está en el equipo”, me dijeron.
Echo el cassette para atrás y recuerdo ese como uno de los días más significativos de mi vida. Uno en que se encendió la pasión que siento por este deporte, la cual me ha hecho luchar por poner en alto la bandera de Costa Rica.
Ahora, tras diez años de ese debut, en el que la incomodidad del visor y los nervios por mi desempeño fueron mis compañeros más cercanos, puedo ver con claridad los frutos de un necio espíritu competitivo que me obliga a no descansar nunca, por más que lo desee.
A lo largo de este período cumplí muchas metas deportivas. Sin embargo, en este 2019 la ley de atracción, en la cual creo fielmente, se activó, porque nada se compara con lo que he experimentado en el año.
He sido convocado a varios equipos en Chile, Estados Unidos y México. E incluso fui el primer costarricense en realizar una prueba para un equipo profesional: Winnipeg Blue Bombers, de Canadá (de la CFL). También participé en tres bowls, en Miami, Filadelfia y Cancún, torneos en los que sentí el verdadero nivel del fútbol americano profesional. Y pueden imaginarse la diferencia…
En enero fui llamado a participar, como agente libre, en un Panamericano en Chile. Fiché con un equipo de jugadores italianos y fui uno de los más destacados del torneo, razón por la cual fui invitado al Mundial de Cataluña, en España. Y ahí fui hasta el capitán de mi equipo, el TeamWorld, y recibí uno de los premios MVP (jugador más valioso). Lo leo de nuevo y sonrío con incredulidad, porque son logros impensados para alguien que viene de un lugar en que muchos ni siquiera saben que este deporte existe.
Las dificultades.
No obstante, no puedo decir que todo haya sido un lindo paseo. Ha sido un viaje demandante, retador y agotador.
Estuve nueve años alternando entre deportes. A veces tenía juego de fútbol americano en la mañana y en la noche de la Liga Premier de futsal. Era una locura.
Los golpes en el futbol americano son habituales, pero no por eso dejan de ser dolorosos. Así que cuando recibía uno que sabía me acompañaría por varios días, igual tenía que afrontar responsabilidades y disimular, para jugar en el otro deporte al 100%, cuando no estaba ni a un 50%.
Sin embargo, la “lesión” más incapacitante fue el diagnóstico de CUCI (Colitis Ulcerativa Crónica in Específica), una enfermedad que genera sangrados internos y úlceras, producto de una severa inflamación en el colon y el recto. Por ella fui operado de emergencia en el 2014, con alto riesgo de morir. Cuando abrí los ojos, pensé que nunca volvería a hacer deporte competitivo.
Y aun así, lo más difícil fue reducirle tiempo a mi familia, a mis amigos y hasta a mi pareja, porque, lógicamente, nunca pude hacer que el día tuviese más de 24 horas. Pero es que cuando uno siempre quiere ganar, se vuelve egoísta, así que en los ratos que no trabajaba o dormía, entrenaba. No quería perderme la posibilidad de ser campeón nacional en disciplinas muy distintas.
Por suerte, tengo la ventaja de estar rodeado de personas que entendieron mi pasión y me apoyaron incondicionalmente. Principalmente mi mamá, quien me forjo mi carácter, pues precisamente era entrenadora de fútbol playa y futsal. Ella nunca me dejó renunciar, ni hacer esfuerzos tibios.
Las enseñanzas.
Todas estas experiencias me enseñaron el valor de digerir los impactos, enfocarme en trabajar e intentar ser el mejor. Esa convicción inclusive me llevó a querer cambiar el deporte desde adentro, no solo para mí, sino para otros que vienen atrás. Porque la falta de canchas, presupuesto y dirigentes transparentes para trabajar en la organización del fútbol americano eran la constante.
Por eso, junto a un grupo de personas igual de apasionadas que yo, decidimos estabilizar este deporte en el país y, luego de años presenciando desórdenes administrativos en el campeonato nacional, creamos una nueva liga llamada Costa Rica Football League (CRFL). Este año participaron en ella seis equipos: el mío, llamado Leones (actual campeón), Toros, Bulldogs, Dragons, Pumas y PZ Knights. Los resultados fueron extraordinarios.
Definitivamente, Javier Cañas, Olman Mora, Adán Alvarado y Carlos Villalobos se convirtieron en verdaderos pilares del cambio, pues, sin recibir insumos económicos, le han dedicado tiempo a esta nueva propuesta, en la cual buscamos brindar una opción a jugadores y sus familias de que conozcan y vivan este gran deporte.
Al final, yo no podré tomar ninguna de aquellas ofertas profesionales de Nueva Zelanda y Brasil; a mi edad es difícil. Tengo una empresa propia que conlleva obligaciones. Así que por más que lo desee no podría dejar todo por una aventura. No obstante, quizás alguien más sí tenga esa posibilidad y sea a quién le toca dar ese primer paso.
Porque yo estaría satisfecho siendo únicamente un ejemplo de que para trascender se debe actuar como un profesional. De que para triunfar hay que apostar a lo grande. De que hacer las cosas de la manera más difícil es más satisfactorio, porque de la fácil, cualquiera puede hacerlo.
Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.