Cuando le comenté a mis amigos y familiares más cercanos la posibilidad de venir a Jicaral, unánimemente respondieron que lo pensara mejor. Dos, tres o cuatro veces, si era necesario. Lógicamente cualquiera entiende que entrelíneas me estaban diciendo que, de haber sido su decisión, esta hubiese sido un no rotundo e inmediato.
Poner sobre la mesa mi imagen, mi reputación y mis logros para intentar ascender a un equipo de Segunda División, uno con varias frustraciones al hilo muy clavadas en la mente, fueron algunos de los argumentos que salieron a relucir en sus discursos.
El consenso general fue que era una apuesta difícil, muy riesgosa y que seguramente iba a perder más de lo que probablemente ganaría.
Sin embargo, soy bien terco, porque mi respuesta en voz alta fue clara y contundente: “Voy, me arriesgo, lo asumo”. Eso sí, debo confesar que les omití a todos la segunda parte de la premisa. “Voy, me arriesgo, lo asumo… Pero con cierta dosis de temor e incertidumbre”.
Siempre he sido una persona hambrienta de retos. Siempre he buscado la manera de exigirme, unas veces por mí mismo y otras provocado por el entorno. Lo que pasa es que este entorno es uno definitivamente cruel, casi canibalístico, porque si hay algo que tiene el fútbol es que no te perdona, pero sí te olvida.
Sin embargo, creo que ya les mencioné que soy bien terco….
Así que empaqué mi ilusión con más cuidado que mi ropa y la confianza en mi trabajo con más delicadeza que mis zapatos de fútbol, porque no tenía duda de que este viaje se basaría en las emociones que llevara y no en lo material que se me quedara atrás.
Incluso, el día que partí de mi casa recuerdo que simplemente levanté la mirada al cielo para decirle a Dios: “Señor, me diste un talento y, si lo que querés es desarrollarlo allá en esa tierra, que sea tu voluntad”.
El camino.
De camino, en esas casi cuatro horas que duré manejando, me dispuse a abrir mi mente. Sin embargo, me acordé que no era la primera vez que vivía una experiencia en la que me aventuraba en algo de cierta manera desconocido. Eso me dio tranquilidad.
Ocho años atrás y muy poco después de ganar cinco torneos cortos con Saprissa, me fui a Puerto Rico para ser director de selecciones nacionales. Fue un trabajo que quizás no a muchos les seduciría, pero en el cual pude entrenar equipos menores masculinos y femeninos y hasta tener el lujo de dirigir frente a la selección mayor de España, que en ese momento era la vigente campeona mundial y europea. Perdimos apenas por 2-1.
Y así, entre pensamientos y recuerdos llegué a Jicaral, un pueblo pequeño, de poco más de 3.000 habitantes, con dos carreteras principales, de donde se derivan varias calles de lastre, rodeadas de una naturaleza impresionante. Con árboles de todo tipo, en los que se escuchan los gritos de los monos, y también con grandes plantaciones de melón y sandía en las afueras. De gente muy humilde, cálida y amable, que te hace sentir definitivamente como en casa.
Para mí fue una enorme sorpresa percibir tanta paz y tranquilidad al instante, porque realmente era el espacio correcto para trabajar. No sentí ese torbellino frenético que te dejan la capital, las presas y los medios de comunicación. ¡Era perfecto!
Un equipo con el alma rota.
Claro, pero eso era solo una parte. Después de desempacar, se me venía lo complicado, porque el Jicaral que tomé también había perdido la final del Apertura, lo cual se sumaba a los fallidos intentos de ascender a la máxima categoría.
De golpe, me topé un plantel desmotivado, cabizbajo. Y el tiempo de reacción que tenía para cambiar todo eso no era demasiado.
Tomamos una dura decisión: Separar cinco jugadores del plantel, sin importar que el plazo para las inscripciones había caducado. Pero hablé con los demás futbolistas y les dije: “Yo voy a salir campeón en unas semanas con los que quieran seguir luchando y matarse por el objetivo, no me importa si son 14 o 15, pero seré campeón”.
A partir de ahí, nos propusimos ir un juego a la vez. A marcha forzada, disputaríamos 11 finales, pero siempre lo haríamos con la consigna de ponernos la medalla en el pecho.
Todo pasó demasiado rápido. Tanto que de repente me encontré en la gran final. Y ahí, la unión del grupo, el trabajo intenso y la mano de Dios nos pusieron donde hoy estamos.
Es extraño, porque del pitazo final solo recuerdo que se me olvidó todo. Los sacrificios, el dolor, el temor, la tensión de que siempre fue ganar o morir en cada minuto… Fue una depuración completa para darle paso al alivio, a la satisfacción del deber cumplido.
Para el pueblo fue la consecución de lo que muchos creían era imposible; para el equipo fue una utopía hecha realidad llena de júbilo, gritos, y algarabía, un verdadero estallido de emociones, y para mí fue salir adelante en uno de los retos mas desafiantes de mi carrera.
Inmediatamente empezaron a llegar mensajes de felicitación, inclusive de aquellos escépticos descritos en los párrafos anteriores. Uno de ellos, con total asombro, se leía: “¡Qué loco que sos!, apostaste y ganaste, te felicito”.
No voy a negar que como ser humano, en esos vaivenes de la competencia, por momentos me debilité. Era una liga que nunca había dirigido; todo era desconocido para mí. Pero tuve fuerzas para seguir, no desmayar y demostrarme, primero a mí mismo, que era capaz de volver a triunfar, y a los demás, que la vida es de riesgos y que es demasiado corta para sentarse a ver cómo te pasa por delante.
Hoy tenemos un plantel que vive un sueño, mismo que comparten, con igual intensidad, los habitantes de este maravilloso pueblo. Ahora hasta se nos sumaron otras zonas aledañas, contagiadas por ese fútbol noble y honesto que hemos ido practicando juego tras juego, dejándonos la piel en cada balón disputado.
Ya hemos experimentado lo que es ganar, perder y empatar en Primera División, pero el viaje no acaba ahí. Para muchos ya estará cumplido, pero para nosotros apenas empieza. Trabajaremos arduamente por la permanencia, pelearemos por la clasificación y lucharemos, por qué no, por alcanzar el título.
Porque mas allá de la reputación o cuidar un prestigio, la vida se trata de retos, de salir de zonas de confort.
Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.