Nunca me sentí diferente a otras personas, ni siquiera cuando era un niño y apenas estaba conociendo del mundo y de la gente. ¿Por qué? Porque, para que sepan, las personas con síndrome de Down somos capaces de todo. Hasta lo más difícil lo hacemos posible, como soportar las ofensas.
Porque una vez en la escuela alguien me gritó una palabrota y también me dijo “mongolo" en el centro del comedor. Así que yo en el siguiente acto cívico le expliqué a todos que los mongolos vienen de Mongolia, ¡pero que yo soy tico de corazón!
Mi nombre es Ariel Ary y tengo 27 años. No voy a decirles mucho más de cómo es vivir con síndrome de Down, porque eso es “PI”: personal information. Pero sí les voy a decir que cuando alguien me dice que no puedo hacer algo, no lo escucho y más bien trato de hacerlo.
Yo juego tenis. Y para la condición física nado y voy al gimnasio. Antes también hacía bochas, gimnasia y voleibol unificado, que es un deporte en que se combinan atletas de olimpiadas especiales y personas sin discapacidad. ¡Qué montón de deportes he hecho!, ¿verdad?.
También tengo nueve años de trabajar en IBM, en administración de infraestructura. Ahí a veces me piden que no corra de un lado al otro, pero para ganar tiempo, yo corro. No me importa, porque trato de hacer las cosas lo más rápido posible para ayudar a mis compañeros. Hay obstáculos, pero siempre los enfrento.
Y en la escuela judía a la que fui, el Instituto Dr. Jaim Weizman, estudié español, inglés y hebreo y, por fuera, francés, portugués y Lesco. Así que no me digan que hay algo que no puedo hacer.
Tampoco me digan pobrecito, como me ha pasado mil y un millón de veces. Me enoja mucho. Si ando de buenas, les digo que por favor no me digan así, pero si ando de malas, alguien paga los platos rotos…. Porque yo no soy pobrecito. Tengo síndrome de Down y soy muy feliz.
El deporte es vital.
Entre semana, me levanto a las 4:35 de la mañana, entro a trabajar a las 6. Salgo a las 3 y me voy a la casa a tomar café. Después me voy a natación y, cuando vuelvo a la casa, ceno y me acuesto a dormir. Y en días libres, hago lo que me da la gana. Así de fácil. ¿Cómo no voy a estar feliz?
Como ven el deporte es parte vital de mi vida. Me empezó a gustar desde que era pequeño, cuando me lo mezclaban con unos tratamientos, a los que también les llaman métodos.
Estos eran uno de escuchar y otro que se llama método Doman, que se usa para estimular el cuerpo haciendo ejercicios: pie derecho a mano izquierda y mano derecha a pie izquierdo, todo coordinado. Si los hacía bien, me daban de 10 a 15 minutos de tenis de premio. Siempre me los gané.
Gracias al deporte he conocido muchos países y he estado en demasiadas Olimpiadas Especiales, tantas que, si les digo un número, les estoy mintiendo, porque son tantas, tantas… La última fue en el 2017, en Austria.
También me emociona la competencia. La que más recuerdo fue una vez en Los Ángeles, en Estados Unidos, cuando estaba jugando voleibol de playa unificado y tuve un accidente en un dedo. Casi di por perdido el partido, pero seguí adelante y ganamos, yo con la “pata” jodida y el dedo jodido. Al regresar a Costa Rica hasta tuvieron que operarme.
Además, me gusta mucho el cariño de la gente cuando he salido en televisión o en los periódicos. Porque me gusta demasiado que me pidan fotos. Me encanta, me encanta, me encanta. Me. En. Can. Ta.
Por todo eso es que es tan chiva ser líder en Olimpiadas Especiales, porque es una ONG en la que se nos ayuda a los atletas a explotar nuestras fortalezas y no las debilidades.
Cambios e inclusión.
Lastimosamente, hoy en día el Gobierno no está ayudando mucho. Antes sí lo hizo. Solo eso voy a decir, para no entrar en ese lado de la política. Olimpiadas Especiales ha crecido por méritos propios y patrocinios.
Es como que a muy pocos les importa lo que le pase a nuestra población. A veces hasta siento que el tema de la inclusión va peor.
En la sociedad laboral la mayoría de las personas con discapacidad intelectual son totalmente aisladas. Por ejemplo, en las empresas transnacionales piden inglés y hay personas con discapacidad intelectual que no han aprendido inglés. Pero sí hay puestos en los que se pueden usar sus fortalezas y dejar sus debilidades por fuera.
Costa Rica tiene que abrirle las puertas a nuestra población. Hacer un análisis o meter un inciso en la ley que permita meter a trabajar a una o dos personas con discapacidad por empresa. Tienen que creer en nosotros. Las empresas, los jefes y hasta nuestras propias familias tienen que dejarnos luchar por nuestros sueños, que muchas veces son simplemente poder trabajar.
La mía, por ejemplo, siempre me apoyó en todo y sé que lo seguirán haciendo. En todos los proyectos que me meto siempre están conmigo. Nunca tuvieron miedo de nada. Mi abuela Yogevette, mi padre Abraham, mi madre Inger y yo, Ariel, somos una muy buena familia. Ellos son el sostén de mi motivación para seguir adelante en todo. Ojalá que todas las familias con un miembro con discapacidad fueran así. No es tan difícil.
Para terminar, yo solo quiero pedirle a todos que nos apoyen, que las personas con síndrome de Down, y las personas con discapacidad intelectual en general, somos capaces de hacer cualquier cosa. Que estamos acostumbrados a luchar y a salir adelante. Solo necesitamos que nos den una oportunidad, como la que tuve yo.
De tenerla, van a haber muchos otros que puedan ir a olimpiadas, hacer deporte, ser líderes, trabajar…
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Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.