El Kenneth Tencio de hace 13 años era una especie de soñador. Pasaba sus mañanas, tardes y noches ilusionándose con ser sobresaliente en lo que eligiera para su futuro.
Sin embargo, tenía un grave problema. Su mente no podía materializar ningún futuro, debido a que no encontraba su lugar en el mundo. Era solitario, un poco tímido. No encajaba pateando bolas, no disfrutaba de los videojuegos y no se llevaba con las computadoras, tal y como sí lo hacían el resto de niños de su edad. Simplemente no se sentía atraído por lo mismo que todos los demás.
Ese Kenneth Tencio cazaba insectos, reparaba electrodomésticos, subía a las copas de los árboles y saltaba de lugares altos. Se creía un científico loco, con el gusto por buscar situaciones temerarias. Era alguien que lo que no sabía, lo buscaba y lo que no podía, lo intentaba.
No obstante, el 6 de noviembre del 2006 ese niño renació y comenzó a vivir. Ese día yo comencé a vivir.
Sin recordar realmente por qué, asistí a un evento de BMX en el polideportivo de Cartago. Lo que todavía no olvido es cómo ese niño quedó… es cómo yo quedé con la imagen grabada de esas personas saltando en bicicleta. Con solo 12 años había descubierto mi pasión y, sin saberlo aún, mi futuro.
Me tomó seis meses ajustar el dinero para comprar mi primera bicicleta. Ahorré los pasajes del bus al caminar la ruta que había entre mi casa y el colegio San Luis Gonzaga todos los días. Eran unos cuatro kilómetros en cada dirección. También recogí, dividí y le vendí la chatarra que le sobraba a mi papá de su negocio de rotulación a una recicladora cercana.
Con lo que acumulé, no me alcanzó para una bici profesional, pero funcionaba. Tenía dos ruedas y me llevaba adonde quisiera. No podía pedir más.
En un principio no fui el mejor sobre esos dos pedales. Creo que lo correcto es decir que era fatal. Pero esta era mi pasión y no iba a renunciar a ella. Además, como siempre he dicho, yo no tengo talento, pero sí amor por lo que hago. Y si a uno en realidad le gusta algo, se vuelve tan necesario para vivir como lo es comer. Así se tornó el Freestyle para mí. En mi alimento.
Sin lujos.
Mis papás hicieron todo lo posible para que mis dos hermanos, mi hermana y yo estuviéramos bien. Pero no había lujos. Vivíamos al límite con los gastos diarios, por lo que cada vez que se me dañaba la bicicleta intentaba repararla a punta de oraciones nocturnas.
Incluso, me despertaba en la mañana esperando un milagro al ver la bici en el patio a través de la ventana; no obstante, rezar, por sí solo, no funciona. Hay que actuar. Así que a mis 14 años, al mismo tiempo que estudiaba, empecé a trabajar en una venta de embutidos en el mercado central de Cartago, con la única intención de poder mantenerla. Sin embargo, aprendí que cuando se ama algo, las cosas no duelen.
Eso sí, el camino no estaba cerca de allanarse. Es quizás la forma que tiene la vida de prepararnos para algo grandioso más adelante.
Un aro vale aproximadamente ₡50.000. Un manubrio vale ₡45.000… Ustedes entienden el punto. Esto me dejaba las finanzas tan rojas que no tenía dinero ni para un pantalón, más allá de que para ese momento compraba todo en Sinaí, una tienda de ropa americana en el centro de Cartago.
Eso me costó a mis amigos y a mis compañeros del colegio por igual. Al parecer no vestía lo suficientemente bien para andar con ellos. Al parecer no era tan cool para andar con ellos. No obstante, la humillación y el rechazo me hicieron ver quién era yo y que no necesitaba de nadie para seguir mi sueño.
Sin duda, esta etapa fue la más dura de mi vida, pero a fin de cuentas es la que más agradezco.
Directo a las Olimpiadas.
Desde entonces el BMX me ha enseñado el valor de la vida. También que todo llega a su tiempo y que la disciplina es la llave del éxito.
Me metí de lleno en el deporte y empecé a ver videos y seguir a quienes estaban en lo más alto. Comencé a andar por toda la ciudad buscando obstáculos y así se me iban de cinco a seis horas al día. Básicamente era mi entrenamiento. Poco a poco dejé volar mi imaginación y finalmente encontré el lugar en el que quería estar.
Y cinco años después, tras algunos triunfos en competencias nacionales, llegó el primer patrocinador: Ciclo Herediano. Luego se sumó otro. Y otro. Y otro. Hasta que en el 2014 llegó Red Bull y las puertas se abrieron de golpe.
Así me empecé a hacer un campo en las competencias en el extranjero, peleando en fechas del circuito mundial y la Copa del Mundo (donde fui subcampeón en el 2018), eventos que dan valiosos puntos para los Juegos Olímpicos.
Porque sí, el BMX Freestyle se convirtió en deporte olímpico y ahora la nueva meta es estar ahí, en Tokio, en el 2020. Pero ya no solo como Kenneth Tencio, sino como un orgulloso representante costarricense.
Ya esto no es un juego. Es mi vida, mi profesión. La posibilidad de estar en unas Olimpiadas me ha dado mucha motivación. Ahora uso mi cuerpo como si fuese una máquina, porque todos los días me levanto, desayuno y entreno lo mismo una y otra vez, en busca de la perfección.
Definitivamente hay más desgaste y tensión, pero quiero estar tan lejos de la zona de confort como me sea posible y, por eso, más bien me obligo a hacer lo que me da miedo. Sino, no me voy satisfecho.
Este es un año clave. Comprende todo un proceso al que le llamo la misión, porque obtener el boleto es toda una hazaña.
Hoy ocupo la posición siete del ranking mundial por países y necesito solo un puesto más para asegurarme estar en las Olimpiadas. No obstante, no es nada sencillo. Necesito que muchas variables se alineen. Pero confío en mis capacidades y prometo no rendirme, porque el BMX me ha dado todo lo que tengo en mi vida y yo voy a dar la mía por él. Por eso les digo, nos vemos en Tokio.
Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.
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