Cuando me ofrecieron escribir en “Desde la grada”, lo pensé. Lo pensé mucho. Tenía mis dudas, pues el tema sugerido se basaba exclusivamente en la relación con mi padre, Alexandre Guimaraes. Quizás hayan escuchado de él. Mundialista como jugador, mundialista como técnico. ¿Les suena?
Sin embargo, de eso he hablado toda mi vida. Sé que en un mercado deportivo como el nuestro es inevitable, porque nuestro vínculo y recorrido futbolístico tal vez no es tan común, pero, con toda sinceridad lo digo, para mí es trillado.
Así que, antes de aceptar, decidí tomarme unos días para buscar qué más hay dentro de mí. Sin embargo, solo me tomó unos minutos concluir que tengo algo mucho más valioso que contar. Porque ser el “hijo de Guima" es solo la mitad de la ecuación. A Celso Borges lo criaron dos.
Mi mamá: la que me da consejos.
Antes de ingresar al museo de Edvard Munch, en Oslo, Noruega, recomiendan ver un corto video sobre su vida, con la intención de comprender más y mejor sus pinturas. Así los visitantes evitan aventurarse por los pasillos sin un rumbo claro.
“Nombres, para qué vamos a ver la película esa”, le dije de forma displicente a mi mamá, la primera vez que visitamos el museo. Yo tenía 20 años y vivía mi primera experiencia jugando en el extranjero, con el Fredrikstad noruego. Y ya creía que lo sabía todo, creía que era un hombre de mundo.
“Celsito, abra la cabecita papito, no solo para jupear sirve”. Porque Lina Mora es así, sabe usar el humor, pero nunca deja de ser clara. Sabia mujer, la más sabia que conozco. Unas pocas palabras suyas bastaron para traerme de nuevo a la tierra. 15 minutos después yo estaba envuelto en un universo que jamás pensé que encontraría.
La historia de Munch, creador de la famosa obra El Grito, me cautivó tanto que se me fueron volando los minutos del video y lo único que deseaba era entrar a toda velocidad a las salas para ver, entender y disfrutar aún mas del arte allí expuesto.
Muchas veces los que estamos inmersos en el fútbol creemos que la vida se limita a lo que pasa en la cancha (y ahora en las redes sociales), pero desde ese día adopté el consejo de mi madre como filosofía de vida. Lo aplico en todo lo que puedo: gastronomía, literatura y hasta en los shows de Netflix que decido ver. Pruebo, leo y veo todo lo que está a mi alcance y así he podido descubrir mundos que no sabía que existían y que me gustaban.
Así es como me olvido de que soy futbolista y que a veces debo lidiar con muchas cosas complicadas como la presión del rendimiento, las expectativas de unos y otros, la voz dentro de mi cabeza que nunca deja de exigirme. O más tangiblemente, en los últimos cuatro años de mi carrera, de la asfixiante lucha del descenso.
Gracias a mi madre, desde muy temprano en mi vida encontré un balance total que me ha llevado a ser la persona que soy hoy en día. Alguien con una enorme curiosidad e intriga por conocer del mundo, de la historia, de la gente. Alguien, que entiende que en la vida no hay malas ni buenas experiencias; solo hay experiencias, así, en seco, y de cada una debemos aprender.
Mi papá: el que me da lecciones.
Apenas iniciando mi carrera en selecciones nacionales, cuando tenía 15 años, descubrí que el fútbol no eran solo alegrías. Muy joven recibí mi primer golpe deportivo en el alma tras ser rechazado de la Sub-15, durante las pruebas oficiales para formar el equipo que debería irse preparando de cara a la eliminatoria al Mundial Sub-17, en Perú.
El “no” me lo dio Juan Diego Quesada en el penúltimo corte para definir al equipo que sí iba a tener el chance de ponerse la camisa de la Sele. Estaba devastado, porque para mí era como un sueño.
Recuerdo que mi papá me recogió ese día en el viejo Estadio Nacional y al ver mis lágrimas decidió tomar el teléfono. Entré en pánico, porque sospechaba lo que iba a hacer. Sí, llamaría al técnico. Le dije que por favor no lo hiciera, pues no quería ser el típico niño o adolescente por el que sus padres intervienen en algo que no fue capaz de hacer solo.
Sin embargo, no le pidió una oportunidad más, no le dijo hijueputa. Solo le consultó: “¿Qué tiene que hacer Celso para mejorar? Quedé atónito. Minutos después me soltó la respuesta de Quesada: “Hay que trabajar más la dinámica”.
Él tenía muy claro que un “por favor, déle otro chance” o un “¿por qué diablos me lo estás dejando fuera?” hubiesen sido tan vergonzosos como dilapidantes para el resto de mi carrera.
A partir de ahí, en cada partido, en cada entrenamiento, comencé a moverme al espacio libre, a seguir el pase que daba con la carrera, a trabajar las dos áreas. Por supuesto, todas esas guías salieron de la boca de mi papá. Y sí, si se lo preguntaban, ese esfuerzo adicional me llevó a Perú.
Aún cuando pienso en ese día me sorprendo de que, a fin de cuentas, mi papá solo quería ver qué necesitaba yo para mejorar, pero era yo el que debía matarme trabajando extra si quería estar entre los mejores del país. Lección aprendida. Para toda la vida.
Ambos: los que me dan la fortaleza.
Estas son solo dos de miles de anécdotas que reflejan la combinación perfecta entre los consejos de mi mamá y las lecciones de mi papá, los y las cuales están totalmente relacionados. Y eso es justo lo que me ha ayudado a superar las distintas piedras que el camino me fue arrojando.
Mi madre, quien se rehúsa a salir en televisión o ser reconocida públicamente, es la que siempre me pide que tenga muy clara la línea entre mi vida personal y la profesional, lo cual ha sido un verdadero acierto en mi carrera, porque me permite enriquecer ambas por aparte. Ella me hace crecer personalmente.
Mi padre, quien me ve simplemente como su hijo y no como el futbolista, es el que me ha ayudado a crecer y a descifrar mi juego sin ponerme presiones extra, con base en un desarrollo desde el punto de vista táctico y mental. Él me hace crecer profesionalmente.
Lo que quiero que entiendan quienes lean estas líneas es que una persona siempre será el resultado de los valores que le enseñen en su casa.
Desde abrirse al mundo y darse cuenta que existe algo más que lo que tenemos al alcance de nuestros ojos, hasta la capacidad de reflexión interior y de ver las cosas desde otro punto de vista para permitirnos mejorar.
Y yo, al poder tener ambas cosas, me he dado cuenta de algo: soy muy orgullosamente hijo, tanto de mi mamá, como de mi papá.
Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.